Claressa Shields: la vida la maltrató pero ahora ella se venga a puñetazos

El 21 de agosto Claressa Shields ganó el oro olímpico en boxeo femenino en los Juegos de Rio. Con 21 años, la americana repetía el triunfo que ya había vivido cuatro años antes

El 21 de agosto de 2016 Claressa Shields ganó el oro olímpico en boxeo femenino en los Juegos de Rio. Con 21 años, la americana repetía el triunfo que ya había vivido cuatro años antes, en Londres 2012; entonces tenía 17 años y unos brazos tan cortos que la llamaban 'T-Rex'. De Londres a Brasil, ni una sola derrota; desde que empezó a pelear, sólo una.

La victoria número 78, la última, la celebró con rabia. En su gesto, unos sentimientos escondidos que sólo los que la conocían bien eran capaces de descubrir. Porque la vida de Claressa Shields no es una historia de superación, es una larga batalla de supervivencia.

La leyenda de ‘T-Rex’ Shields nació cuando Claressa tenía 11 años en Flint, una población del estado de Michigan castigada por la pobraza. Hasta esa edad, había sufrido la ausencia de un padre que vivía más en la cárcel que en casa, las necesidades de una familia que la llevó a pasar hambre durante días para que pudieran comer sus hermanos, e incluso abusos y violaciones repetidas, que la convirtieron en una niña desconfiada, encerrada en sí misma y llena de rabia contenida.

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Una rabia que tenía que salir, y que afortunadamente lo hizo de la mejor manera posible: a través de un deporte, el boxeo, y dos figuras, la leyenda Muhammad Ali y su hija, también boxeadora, Laila. Viendo combates de ambos, Claressa Shields descubrió cuál sería su vía de escape. A un lado de la puerta del gimnasio, el tono grisáceo de la vida en Flint; al otro lado, el ring que podría ofrecer una nueva vida, una oportunidad de desahogarse, de encauzar la rabia, de ganar por fin una batalla.

Y una a una fue acumulando victorias, ganándole batallas a la vida, hasta contar 78. Sólo ha clavado la rodilla en la lona una vez, en 2012, poco antes de viajar a Inglaterra para participar en sus primeros Juegos Olímpicos. Londres fue testigo de cómo una chica de 17 años se convertía en la primera norteamericana capaz de ganar una medalla de oro olímpica en boxeo.

Su padre, ausente hasta que ella tenía 9 años, en principio se opuso a que su pequeña se dedicara al boxeo; “No quiero que de mayor tengas la cara marcada como si te la hubieran rajado con unas tijeras”, le llegó a decir a Claressa. Ella no le hizo caso, y él acabaría aceptando lo que para su hija era mucho más que un sueño: era una burbuja que le permitía ser otra persona.

Doble campeona olímpica, algo que ningún otro boxeador había hecho jamás, y doble campeona del mundo. Claressa Shields pelea, según ella misma, por mucho más que una simple medalla: “peleo por mi familia; peleo por mi futuro; peleo por mi ciudad, por ofrecerles a ellos esperanza, algo de fe”.

“Voy a sacar a mi familia de Flint. Tengo un hermano pequeño de 18 años que podría ser víctima de la violencia en las calles. Tengo una hermana a la que podrían disparar. Tengo un sobrino que no quiero que crezca, porque podría morir por culpa de las armas. No quiero algo así para mi familia. No quiero algo así para la familia de nadie”. Claressa reniega de la ciudad que la vio nacer y la obligó a crecer rápido, demasiado rápido para cualquier persona. Demasiado madura para poder jugar con otras niñas. Demasiado preocupada para poder sonreír. Demasiado triste para ser feliz.

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Hoy es feliz, y cree que Dios quería que fuera boxeadora. Por eso la dio brazos tan cortos y a la vez tan veloces. Por eso la ayudó a descubrir a Muhammad Ali. Por eso abrió para ella las puertas de un deporte que acabó salvando la vida de una pobre chica negra de Flint. Claressa Shields ha peleado contra su vida y ha ganado por K.O. Para su siguiente asalto apunta muy arriba: convertirse en la mejor boxeadora de la historia.