‘Nunca habrá nadie como Michael’. Tanto si os gusta el baloncesto como si os es absolutamente indiferente, todos sabréis que Jordan fue, y sigue siendo, el mejor jugador de la historia. El mítico 23 de los Chicago Bulls vive en su trono de hierro desde su última retirada en 2003 y tan solo un chico de Filadelfia que aterrizó en Los Ángeles Lakers en 1996 se ha atrevido a hacerle algo de sombra a su hegemonía, por estilo y éxito. Es Kobe Bryant, y el pasado 13 de abril, tras 20 años en la cúspide, jugó el último partido de su vida en una noche en la que anotó 60 puntos y con una actuación memorable puso punto final a una carrera que rivalizará con la de Jordan en los libros de la NBA.
La historia de Kobe no ha sido solo un relato de baloncesto, de aspirante a mito, sino que se ha convertido en una lección de vida que ha perdurado 20 años bajo los focos de Hollywood.
En contra de lo establecido
Aunque muchos insistían en que "no habrá otro como Mike", la pasión de Bryant hacía prever que estábamos a punto de asistir a algo extraordinario. Sin embargo este joven con mirada de asesino en pista de ahí viene su sobrenombre, Mamba Negra, una de las serpientes más venosas del mundo nos hizo soñar. Toda una generación vio un 17 de diciembre de 1996 como el novato inexperto desafió al mito en pista. Una actitud que desprendía una lección inolvidable, ya que con tan solo 18 años se atrevió a retar a Michael en la pista cuando hasta los más veteranos agachaban la cabeza ante Jordan. Su reto era superar a su ídolo.
Consumido por el ego
Junto a Shaquille O’Neal lideró a la franquicia de Los Ángeles para ganar tres títulos de campeones de la NBA consecutivos del 2000 al 2002, pero su compañero de batalla le empezó a robar a Bryant el protagonismo. Los reconocimientos individuales a O'Neal como mejor jugador de la Liga que le dejaban en un segundo plano no casaban con su deseo de superar a su Majestad, el Sr. Jordan. Así que Bryant obligó a los Lakers a elegir entre él o su compañero y la franquicia angelina acabó traspasando a O'Neal a Miami. Pero cuando el equipo se quedó cojo sin un puntal como Shaq, llegaron unos años de sequía deportiva que fueron el mayor baño de humildad público del S.XXI en la NBA. Una lección para Kobe que se dejó llevar por el ego en vez de pensar en el bien de los Lakers.
Perdón, redención y adiós
Con su cambio de dorsal, del 8 al 24, Bryant dejó atrás su versión más orgullosa y reconoció haber cometido errores en su etapa con O'Neal. Se dio cuenta que sin la ayuda de otra estrella no volvería a ganar y sin abandonar la partitura de Michael, su espíritu solista acogió a Pau Gasol como su complemento. Y la jugada le salió bien. Los Lakers ganaron dos títulos más y esta vez él fue el actor principal de los dos trofeos y sació así, por un pequeño instante, su sed de victoria. A tan solo un título de campeón de los míticos seis de Jordan, Kobe tuvo una última enseñanza para los que crecimos y soñamos con su juego, el saber decir adiós cuando te das cuenta de que lo has dado todo. Los dos años que han precedido su retirada han sido una tortura de lesiones que han impedido ver su mejor versión, y pese a no conseguir el objetivo de los seis trofeos de campeón, su alma ya estaba en paz y preparada para despedirse al haber superado a Michael en la lista de anotadores históricos de la competición.
En el imaginario colectivo Jordan seguirá siendo el mejor, pero nadie nos podrá quitar que un día un guerrero de púrpura y oro nos hizo creer que superar a los dioses era posible. Los que nos enamoramos del baloncesto a finales de los 90 gritaremos siempre en nuestro interior "Gracias, Kobe", por enseñarnos a luchar contra los imposibles, por enseñarnos a caer y aprender a dejar de lado el orgullo, pero sobre todo, gracias eternas por enseñarnos que el deseo de volver a levantarse, ese espíritu indomable, es lo que nos hace vivir.
Hasta siempre, Mamba.