Briten Odia Los Lunes - Pura Carne

En España tenemos la hermosa costumbre de comer para celebrar algo. A mí me parece maravilloso y, de hecho, me encantaría volver a la Roma de antaño y comer insaciablemente sabiendo que luego podré vomitar normalmente y seguir ingiriendo comida como

En España tenemos la hermosa costumbre de comer para celebrar algo. A mí me parece maravilloso y, de hecho, me encantaría volver a la Roma de antaño y comer insaciablemente sabiendo que luego podré vomitar normalmente y seguir ingiriendo comida como si no hubiera mañana. Pero eso hoy en día se llama bulimia y, como que no. Las celebraciones españolas suelen ir acompañadas de 10 entrantes, 20 primeros, 30 segundos, 40 postres y 50 tipos de bebida. Eso que no falte, por el amor hermoso. El caso es que en una de estas celebraciones jocosas en las que los comensales ibéricos se convierten en el “Bruce” de Mafalda, casi tengo mi primer paro cardíaco.

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Estábamos todos contentos, brindando y contando chistes en la mesa, cuando de repente nos dimos cuenta de que Juanita no hablaba, no intervenía. Estaba out. Nos quedamos todos mirando como analizaba la comida, plato por plato, como si fuera la primera vez que viera tal delicatessen. Su rostro era una mezcla de miedo y desconocimiento. Like a Virgin, just like the very first time. No sabíamos si se había quedado sorda de tanta risa tonta, si era una marciana encubierta o si se le había comido la lengua Garfield. Pero algo le pasaba a Juanita.

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Entonces yo, que soy una valiente, intenté sonsacarle qué le pasaba con una pregunta clave en la cultura española:

“¿Pero qué haces que no estás bebiendo?”

Eso en España, claramente, es una forma de preguntar a la otra persona que qué le pasa. Porque para no beber en una fiesta de tal calibre, algo grave le tenía que pasar. Y yo, que aparte de valiente soy una buenísima persona, me preocupé.

Pero Juanita no estaba mal, ni muchísimo menos. Juanita tenía un secreto que no podía desvelar delante de quince pseudo carnívoros y una mesa repleta de cerdo al horno en todo su esplendor. Finalmente, Juanita, ante la mirada asesina de todos los presentes, dijo con un tono de piel como el de Casper y una voz parecida a la de los niños cuando juegan a las tinieblas:

“Es que... yo… soy vegetariana”.

De pronto, pasamos de un concierto de los Back Street Boys a hacer menos ruido que en el minuto de silencio en honor a la gran figura de Luis Aragonés.

Vegetariana dice, tú lo que eres es una pecadora. Y encima delante de mi abuela. ¿Qué quieres? ¿Matarla de un disgusto? No, hombre, no. Vegetariana no. Que yo ya veía a mi tío mirándola, rojo como un tomate, con ganas de soltar la típica broma fácil como “bueno, yo si quieres te doy a probar mi pepino”.

Y yo la miraba sin entender cómo seguía viva con tal reducción de alimentos mediterráneos, y olé. Me pasé la noche analizándola de arriba a abajo, imaginándome sus insípidas comidas a base de algas y tofu. Mala me estaba poniendo. Pero no pude más y empecé lo que yo denomino como “el cuestionario de Briten”.

Cuando yo no entiendo una cosa, que es el 99 % de las veces porque entre otras cosas tengo déficit de atención, empiezo a hacer todo tipo de preguntas sin parar. “¿Y por qué?”, “Pero entonces…”, “Pero es que…”. Y nada, que no lo entendía.

Que no entiendo cómo no se puede comer carne, que no entiendo el concepto de que exista la proteína vegetal, que no podéis llamar a las verduras vegetales, que no podéis tener vuestra propia jerga, que no le podéis dar ese disgusto a mi abuela, que casi le da un jari que ni te cuento. Que no, que no, que no. Y ya está, hombre, que me va a dar otro ataque al corazón solo de pensarlo.

¡Feliz semana a todos!