Briten Odia Los Lunes - Aquellos Maravillosos Años

Escribí esto en un día lluvioso y asqueroso en el que la melancolía se había apoderado de mí por completo. Quiero volver al cole a levantar la falda a mis compañeras, coger la jarra de agua y vaciarla en su comida, abrir la tapa del bote de sal para

Escribí esto en un día lluvioso y asqueroso en el que la melancolía se había apoderado de mí por completo. Quiero volver al cole a levantar la falda a mis compañeras, coger la jarra de agua y vaciarla en su comida, abrir la tapa del bote de sal para fastidiar a quien se la sirva después y escupir en el vaso del jeffrey de delante. Quiero volver a esos ataques de risa incontrolables cuando me echaban la bronca por haberle escondido la ropa de gimnasia al tontolaba de cuarto de primaria, mientras le hacia la zancadilla al looser de quinto y le robaba la pelota de goma a los niñatos de Year 7 en plena pubertad.

A tan solo dos meses y diez días de mi cumple y a tres semanas de terminar la universidad, me doy cuenta de que dentro de nada seré parte del bando del 75 % de jóvenes desempleados o del 25 % de jóvenes empleados los datos son hiperbólicos, amargados y con ganas de tirarse por cualquier ventana.

No paro de acordarme de la época del cole en que mis preocupaciones eran casi inexistentes y mi máximo problema era seleccionar en qué lado del carabolo me marcaba la raya del pelo, si merendaba un Donuts o Bollicao o si falsificaba las notas del primer, segundo o tercer trimestre. Con esas mínimas preocupaciones yo era plenamente feliz, llena de granos, con una mezcla de pechos y bolas de grasa y con unas feromonas que hacían que, de la noche a la mañana, fuera una mujer de los pies a la cabeza. Bueno, en mi caso más que mujer…mujerona. Una mujerona de 75 kilos, con voz de hombre, cara apaellada, dientes separados y un aparato de hierros forjados con metal de Irlanda por ejemplo entre los que se estancaban parte de las quince toneladas de comida que me tomaba al día.

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Pensaréis que este drama que inunda mi vida se debe a esa visita mensual que tantas rupturas causa… pero NO. Todo se debe a algo que me pasó hace un tiempo que sigue haciendo que piense en cosas que no debería, como el envenenamiento, el ahorcamiento o el suicidio en general. Os pongo en contexto para que entendáis esta historia de hoy, lunes 3 de marzo, primer lunes de la primavera. Yo era comercial ¿vale? para los de la L.O.G.S.E: era la persona chapas que llamaba para engatusarte y venderte un elefante africano con la forma del chihuahua de Paris Hilton y hacía una media de cien llamadas junto con sus correspondientes mails diarios. ¡Eh! Pero no os creáis que era una mindundi, tenía un discurso preparado en función de la persona con la que hablaba y un correo tipo en función de cómo hubieran contestado. A ver, si me mandaban à la merde no les contestaba con un mail agresivo, que también me apetecía. Por cierto, en junio tengo una fiesta de disfraces y creo que me voy a disfrazar de Tarzán… ¿Qué os parece?

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Bueno, que me se va la cabeza… el caso es que llamé a una marca, llamémosla “X”, para contarle el rollo supremo de siempre que dominaba a la perfección y por el cual me deberían haber dado el premio a la mujer más chapas del planeta cuando de repente me doy cuenta de que la persona con la que estoy hablando es la hermana de un amigo mío. Decidí mandar todo a tomar por saco y me puse a hablar con ella de chorradas durante media hora. Hablamos de todo menos de trabajo. Es aquí cuando me di cuenta de que me estaba haciendo mayor… porque ¿quién llama a una empresa y acaba hablando con alguien conocido? ¿Acaso ya estamos todos trabajando? ¿Acaso soy vieja y no lo sé? ¿Acaso ya no puedo salir entre semana porque tengo que trabajar al día siguiente? Ay por dios.

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Qué triste me puse… Después de esta llamada supe que la época del cole no volvería y que por ello tenía que ser fuerte y empezar a comportarme como una adulta. Tendría que dejar de quitarle la silla a mis compañeros cuando fueran a sentarse, y de tirarme eructos o pedos y reírme posteriormente como si tuviera cinco años. O de tirar del pelo a una compi, salir corriendo y culpar a otra persona mientras me reía viendo como le echan la bronca. También tuve que parar de ponerme la música como si estuviera en la rave de comillas, de bailar mientras preparaba la comida en la kitchen del trabajo como Hugh Grant en Love Actually, y ante todo debía parar de decir cosas como “cruci”, “me voy a chivar”, “te vas a enterar”, “nunca jamás en mi vida”, “que te lo digo de verdad” y “ya no quiero jugar contigo”. Ay Anita… aunque no quieras, cada vez te queda menos para tu vejez. MARAVILLOSO.

Paz