Jason Bourne, James Bond, John Wick y Jack Reacher. Sus nombres acuden rápidos a la mente al pensar en el cine de superespías, ese subgénero del cine de acción protagonizado por seres sobrenaturales capaces de agotar cargador tras cargador sin recibir un solo disparo. Seres que suelen compartir un rasgo muy importante, y no me refiero a que sus nombres de pila comiencen todos por “j”. Es algo más evidente: son todos hombres. Hasta ahora.
Este viernes pasado llegó a las salas de cine Atómica, lo nuevo de David Leitch, y su irrupción en las carteleras se siente como un golpe en la mesa. Un puñetazo contundente a la omnipresencia del modelo de machirulo malcarado como cabeza de cartel del cine de acción. Ese en el que no pasan dos minutos sin un baño de sangre y plomo o sin que alguien pierda los dientes o la cabeza, siempre con música a todo volumen para que las peleas y escenas de violencia explícita entren mejor.

Atómica viene protagonizada por Lorraine Broughton, una agente secreta del MI6 agencia de espionaje británica a quien presta rostro, voz y puños una pétrea Charlize Theron. “Las mujeres aún tienen mucho que decir en este tipo de películas, es nuestro momento”, declaraba la actriz en una entrevista reciente. Eso, junto a la declaración de que filmó la mayoría de sus escenas de acción sin necesidad de extras, deja poco más que añadir sobre su compromiso con este rol, el de heroína de acción revienta-taquillas.
Aun así, sería más justo hablar de “anti-heroína de acción”, porque Broughton no es ningún angelito. De hecho, un personaje como la Imperator Furiosa que la actriz interpretó en Mad Max: Fury Road —una heroína no menos poderosa pero sí más comprometida con hacer el bien— no encajaría en el contexto de Atómica. Leitch, basándose en el cómic Mad Max: Fury Road, inserta a sus personajes en el contexto gris de la Guerra Fría, en un Berlín dividido por el muro donde las lealtades apenas tienen más consistencia que el papel de fumar.
Por otro lado —todo sea dicho—, la verdad es que, a nivel cinematográfico, la cinta no da todo lo que se podría esperar de ella: su fotografía arriesga y la música noventera imprime ritmo, pero en general todo resulta demasiado confuso y frío, cuesta empatizar con sus personajes planos o con lo que ocurre en pantalla. En lo que la película sí destaca, sin embargo, es en presentar una protagonista fuerte y decidida.

En poner ante los ojos del espectador a una mujer que no tiene problema en resolver ella sola sus problemas, en impartir clases de asertividad a punta de pistola y en perseguir sus propios objetivos más allá de los que los hombres que la rodean —sus jefes, sus supuestos compañeros, sus traidores, etc.— quieren imponerle.
Atómica, en definitiva, adquiere auténtico valor como respuesta. Como diálogo con esas películas de las que hablaba al principio, contraponiendo a Lorraine Broughton con los Bond, Bourne y compañía. Como la constatación de que no hace falta ser un tío para protagonizar una película así: de que, entre neones, pelucas rubio platino y disparos de metralleta, Atómica da una clase de girl power sin complejos ni ataduras. Ni remordimientos.