Lo Que Aprendí Al Fallar Un Penalti Por El Campeonato De España

Siempre he creído que cuando juegas a algo, juegas para ganar. Aunque al principio no sabía ver los matices de la idea, no sabía separar la competitividad de la diversión, no entendía aquello de jugar para disfrutar. Disfrutar, jodida palabra. "No

Siempre he creído que cuando juegas a algo, juegas para ganar. Aunque al principio no sabía ver los matices de la idea, no sabía separar la competitividad de la diversión, no entendía aquello de jugar para disfrutar.

Disfrutar, jodida palabra. "No te enfades, estamos aquí para disfrutar", es probablemente la tercera frase que más escuché durante mi adolescencia después de "pues si ya te lo sabes todo, más vale que saques un 10" y "tío, deja algo para los demás". Porque yo, además de vago y gordo, era una persona competitiva, hasta el punto de que cuando perdía un partido en la Play Station reiniciaba la videoconsola. Pero el problema es que jugaba en un equipo de hockey en silla de ruedas eléctrica, y claro, ahí los partidos no se podían reiniciar.

Y los primeros años, en los que había pocos equipos y estos tenían menos experiencia que nosotros, ganábamos. Pero el resto de equipos fueron mejorando y dejamos de ganarlo todo. Y no solo dejé de divertirme, sino que lo pasaba realmente mal, y aunque acabásemos ganando, mi mente ya estaba en un estado de tensión que no me permitía disfrutar. Hasta que llegó el punto de inflexión, el día que, por suerte, cambió mi mentalidad. Estábamos en Valencia jugando el Campeonato de España,y en la final llegamos a la tanda de penaltis. Yo creía ser un tirador bastante fiable, una persona que aguanta los nervios, así que me ofrecí a lanzar, y me tocó tirar el segundo de una tanda de tres.

Cuando estaba preparado, toda la confianza que pudiese tener desapareció, solo quedó la presión, los nervios, las dudas. Aquello no era nada divertido. Obviamente, lo fallé, uno de los peores penaltis que he tirado en mi vida. Perdimos esa final, pero yo gané mucho. No fue algo mágico en plan estar desolado en la pista y ver de golpe la luz que iluminó mi existencia; estuve fastidiado, pero esa sensación fue desapareciendo y dejando paso a varias lecciones que no podría haber aprendido de ninguna otra manera.

Aprendí que si haces algo tienes que hacerlo disfrutando. Y no solo porque esa sea la idea principal de todo lo que hacemos en la vida, sino porque cuando haces algo con sensaciones negativas, lo haces mal.

Aprendí que lo que no te mata te hace más fuerte, y no, no morí. Todas las derrotas tienen detrás una lección valiosa si estás dispuesto a aprenderla, y solo así puedes evitar que vuelva a suceder lo mismo en un futuro.

Aprendí que jamás debes dejar de trabajar, jamás relajarte, porque mientras tú te acomodas, el resto está haciendo todo lo posible para llegar a tu nivel y superarte.

Aprendí que creer que se te da bien algo no es lo mismo que saber que se te da bien algo. Porque la diferencia entre creer y saber es que cuando llega el momento de la verdad, si lo sabes no dudas.

Aprendí que el placer del éxito o el dolor del fracaso son sentimientos efímeros, que igual que vienen se van, y que lo único que queda para siempre es la experiencia.

Aprendí que ganar no es siempre lo más importante, aunque juegues para ello.