Situación a día de hoy: yo pillada de un tío que vive a 6.200 kilómetros. Que puedes decir, bueno, al menos son solo 6.000, que también podría ser peor y el chaval vivir en Nueva Zelanda. Aun así, la realidad es que estás jodida.
¿Cómo hemos llegado a este punto?
Aunque la gente que te conoce lo sabe de sobra, hay que comentar que eres una auténtica experta en cagarla, tienes un doctorado y varios posgrados en liarla parda hagas lo que hagas. Ya sea conduciendo, cocinando, preparando una fiesta sorpresa o contando anécdotas embarazosas en una reunión social, siempre va a haber algo o alguien que resulte perjudicado en la mayoría de ocasiones tú misma.
Sin embargo, esa no es la cuestión. O más bien ese no es el campo que nos ocupa hoy, ya que sí hay un ámbito en el que eres una auténtica pro en joderla: el de las relaciones personales.
Así que retrocedamos al principio de la historia:
Era lunes, uno de esos lunes de mierda en los que tienes el día tonto y necesitas un poco de atención, así que cuando te vas a la cama decides usar una de esas aplicaciones de ligar, conectas con un guiri que está de vacaciones en tu país y sorprendentemente te parece simpático, agradable, interesante... Como parece que tenéis cosas en común, y a pesar de que no tienes una cita desde tiempos remotos, decides aceptar su propuesta para hacer una ruta turística por tu ciudad.
Y llega el día de la cita. Al principio todo son nervios, pero pronto el tema empieza a fluir y va tan bien que de tanto hablar casi ni coméis durante la cena. Después de un largo paseo hasta la playa, os sentáis en el espigón a contemplar el mar y las luces de la ciudad; el ambiente es absolutamente romántico, por lo que vuestro primer beso, y todos los demás, resultan jodidamente perfectos. Sobre todo añadiéndole el hecho de que se supone que es algo temporal, por lo que lo vives con más intensidad.
Con esos antecedentes, obviamente, tiene que haber más citas, y las hay. Piensas: un romance pasajero no le hace daño a nadie, quien no arriesga siempre pierde y bla,bla,bla. Tienes claro que él se va ir y tú te vas a quedar, pero, oye, eres joven y aventurera, así que, ¿por qué no? Os veis más veces, os divertís juntos y encima practicas el inglés. Un romance perfecto, sin ataduras, sin promesas de futuro, al más estilo carpe diem. Pero pronto llega la realidad de la vida cotidiana, el trabajo y las clases y la imposibilidad de volver a coincidir un momento. Y él se va, y no podéis siquiera despediros de una manera decente. Pero no pasa nada, porque tú lo tenías claro desde el principio. Un romance pasajero no le hace daño a nadie, ¿no?
Y pasados los días, así estás, con una sensación agridulce, pillada de un americano de vacaciones por Europa y haciendo planes para dilapidar todos tus ahorros pasando el verano en Nueva York "para así poder mejorar tu inglés". Que al menos como excusa, suena bien.
Joder, hija, ¿pero por qué nunca puedes hacer uso de tu raciocinio? Yo creía que los Capricornio como tú se caracterizaban por el uso predominante del cerebro a la hora de tomar decisiones... Pero contigo pasa lo contrario, debe ser que cuando naciste estabas bajo la influencia de Saturno, por eso eres una maldita tarada que no hace ni puto caso a su cabeza. Jamás.
Claro que todo esto también podría resumirse de forma más sencilla en dos palabras: eres gilipollas.
Aunque al menos, con el tiempo, tendrás el recuerdo de una bonita historia. Es lo que tiene vivir románticamente