Reconozcámoslo, somos esa generación que aprendió el significado de la palabra desengaño cuando al cumplir once años no recibimos la carta de Hogwarts. Fuimos muchos los que pasamos nuestras últimas tardes de infancia leyendo a escondidas de madrugada, soñando con subirnos al expreso de Hogwarts y comer ranas de chocolate en la Sala Común. En esos años difíciles nos sumergimos en un universo paralelo, donde las clases eran más excitantes que las de nuestro colegio, los vínculos de amistad parecían más intensos y la magia volvía a ser posible.
Ha pasado una década desde entonces, pero la nueva edición de Operación Triunfo nos ha permitido revivir esa sensación. Hemos cambiado los pupitres por la cafetería de la universidad y las páginas de papel por un canal de Youtube, pero la esencia sigue siendo la misma: la posibilidad de vivir vidas ajenas, de sentir que conoces como si fueran tus mejores amigos a completos desconocidos, de crecer junto a ellos. Al igual que sucedía con la Escuela de Magia y Hechicería, la Academia de Operación Triunfo es un lugar especial, envuelto en un halo de irrealidad, pero que nos abre sus puertas y nos permite asomarnos a un mundo que, de otra forma, nos estaría vetado. Aquí no asistimos a clases de Defensa contra las Artes Oscuras, pero en las lecciones de interpretación de los Javis aprendemos a enfrentarnos a nuestros propios monstruos y las clases de cultura musical con Guille Milkyway son un buen sustitutivo a las de Historia de la Magia.
Construimos así una vía de escape a la tiranía del día a día y seguimos la relación entre Alfred y Amaia como hace años lo hicimos con Ron y Hermione. Aunque en el canal 24 horas no tenemos Mapa del Merodeador, contamos con el maravilloso equipo de realización capitaneado por Xavi Mir, que con sus cámaras barre cada rincón de la casa. Solo la habitación permanece inexpugnable, convertida en una especie de Sala de los Menesteres repleta de ropa desordenada que Amaia esconde de Noemí Galera cual elfo doméstico temeroso de ser descubierto por su amo. Aunque, si alguien nos da más miedo que Dolores Umbridge después de una mala siesta es Mónica Naranjo en las valoraciones de las galas. No es para menos: cada lunes nos mordemos las uñas frente al televisor como si estuviéramos viendo la final de la Copa de los Tres Magos.
Los paralelismos no acaban aquí: como en Hogwarts, en OT decidimos a qué casa pertenecen nuestros artistas favoritos y no faltan los encendidos debates en Twitter entre quienes consideran a la misma concursante un miembro de Slytherin o una fiera leona de Gryffindor. Al final, la Academia nos recuerda lo que ya aprendimos leyendo a J.K. Rowling: que no existen los personajes unívocos, que todos somos una suma de personalidades contrapuestas y tenemos que desmontar nuestros prejuicios.
En 2014, una investigación demostró que los niños que habían leído Harry Potter se habían convertido en jóvenes más empáticos con los desfavorecidos. Si entonces aprendimos a desdeñar a quienes usaran la palabra "sangre sucia", esta edición de OT ha servido para investigación y afectiva. Los propios concursantes —que con su naturalidad han logrado resucitar un formato que muchos consideraban moribundo— ya combatieron la intolerancia entre las páginas creadas por la escritora británica antes de hacerlo a golpe de micro investigación. Basta con observar a Alfred y a Roi investigación o con ver a Nerea, a quien sus propios compañeros han comparado con Luna Lovegood, pasearse por la casa con una investigación.
Ambos mundos se tocan y no solo en la superficie. Porque en la Academia también hay espacio para denunciar la situación de los refugiados, denunciar la situación de los refugiados o reivindicar la necesidad de un denunciar la situación de los refugiados del que Hermione fue nuestro primer referente. Le pese a quien le pese, OT —como ya sucedía con Harry Potter— nos hace ser mejores personas. Por eso, a todos aquellos que nos juzgan desde su atalaya de superioridad moral por pasar tantas horas frente a la pantalla solo podemos dedicarles una frase: "malditos muggles, no han entendido nada".