5 duras realidades que entiende el que ha trabajado todos los findes

“No puedo, trabajo”, y eso vale para todo: casas rurales con tus amigos, escapadas por ciudades geniales, fiestas de cumpleaños –de hecho, fiestas de todo tipo-, eventos varios…

La frase que resume tu vida: “No puedo, trabajo”.

Te escuchas a ti mismo diciéndola lentamente mientras la pronuncias. Interiorizándola, repitiéndola como un mantra, como si fueses la voz del altavoz que anuncia promociones en un Carrefour de manera cíclica.

“No puedo, trabajo”, y eso vale para todo: casas rurales con tus amigos, escapadas por ciudades geniales, fiestas de cumpleaños –de hecho, fiestas de todo tipo-, eventos varios… ¿Porque quién celebra una barbacoa un miércoles? Nadie. ¿Quién echa el vermut un martes a las 12 de la mañana? 0% personas. Pues eso.

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Espontaneidad, ¿pero eso qué es?

Espontaneidad es eso que hacen las personas divertidas. Ese momento tipo: “Comienza Iron Man 5 en el cine dentro de 10 minutos. ¿Vamos?”. Tu amigo quiere ir y entonces vais y todo es maravilloso. Pero claro, esas cosas pasan de viernes a domingo. La magia funciona así, solo tres días a la semana.

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Y te preguntarás, bueno, pues también puedes cogerte fiesta un sábado y la empresa no entra en bancarrota, ¿no? Ahí entra en juego eso mítico de que cuando las cosas están demasiado planeadas suelen salir peor de lo que te esperas. Y está claro que pedir un sábado con tres semanas de antelación y cambiarle el turno a cuatro compañeros entra dentro de la categoría de planear minuciosamente. Así que pobre del que se le pase por la cabeza cancelar esa fiesta o que se te ocurra aburrirte en ella, porque básicamente, no te lo puedes permitir.


El placer de quedarte en casa sin hacer nada

Rechazar cosas es un placer humano comparable a un masaje tailandés o ganar la Bonoloto. Decir que no porque te da la gana. Porque puedes. Rechazar un polvo, rechazar un helado...  la máxima expresión de la libertad. Quedarse un domingo en casa por voluntad propia es el sueño de toda persona que trabaja los findes. Y no porque tengas fiebre o porque sean vacaciones. Porque sí. Dormirte viendo el tour de Francia. Echar el vermut. Ir al cine que hay en tu sofá. ¿Te imaginas qué locura?

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Dios mío, pero qué me está pasando

Esto es como tu amigo el que se fue a estudiar a China y hacíais Skype cada semana. Al principio, parecía que ni se había ido, pero en dos meses ya ni videoconferencia, ni mail ni hostias. Pues con esto, lo mismo. Al principio tus amigos intentan hacer planes en tu día de fiesta, mueven las cosas por ti y te vienen a buscar al trabajo. Pero la vida sigue su curso, y tú cada vez estás menos en él. Te estas convirtiendo en un desplazado social, un refugiado de las relaciones personales. Qué se le va a hacer…

Entonces comienzan a aparecer ideas satánicas en tu mente: ¿se va a buscar mi novia uno que pueda quedar los sábados? ¿Me habrán reemplazado mis amigos por alguien que pueda echar 'pachangas' los domingos por la mañana? Y comienzas a desear cosas muy peligrosas: ver El peliculón de Antena 3 los viernes por la noche, dar vueltas por un centro comercial un sábado por la tarde, ir a misa los domingos. Nunca has ido a misa, pero te gustaría tener la opción de poder ir si quisieses. Y da miedo, mucho.

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La ansiada estabilidad

Y entonces llega ese día. Esa llamada que te regala lo llevas tanto tiempo esperando: un curro de lunes a viernes con el que a las 18 estás en casa. Ha llegado el momento, ahora tu vida comienza de verdad. Y entonces, descubres la realidad que nadie te había contado hasta ahora: el fin de semana pasa en dos segundos y medio, no haces una mierda…. y todo lo que deseas es poder quedarte un martes por la mañana en casa.