Con 12 Años Pesaba 86 Kilos Y Ahora Corre Alrededor Del Mundo

Casi nunca vas a pillarle en casa, ni por el barrio, ni en su ciudad, Madrid. Es un culo inquieto, un enamorado de los viajes y los retos. Sus familiares y amigos de toda la vida todavía alucinan con el nuevo Carlos Llano; el mismo chico gordito que

Casi nunca vas a pillarle en casa, ni por el barrio, ni en su ciudad, Madrid. Es un culo inquieto, un enamorado de los viajes y los retos. Sus familiares y amigos de toda la vida todavía alucinan con el nuevo Carlos Llano; el mismo chico gordito que sólo quería hacer deporte cuando había un balón de fútbol de por medio ha acabado participando en las carreras más duras del mundo y viviendo unas experiencias que le han cambiado por fuera... y por dentro. Lo cuenta en un libro, De oficinista a finisher, en charlas de TEDx y también lo cuentan por él sus actos: la miseria que ha visto mientras corría por algunos rincones del planeta le ha marcado tan profundamente que ha acabado fundando una ONG.

"Yo no quería ni oír hablar de correr", era lo que pensaba hasta en 2003. Pero un día, algo cambió.

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¿Por qué se produjo el cambio?

Jugando en la universidad me rompí los dos meniscos y el ligamento cruzado anterior. El médico me dijo que veía muy complicado que volviera a jugar al fútbol; mis únicas opciones pasaban por tener los cuádriceps suficientemente fuertes como para que me sujetaran la rodilla. A mí se me ocurrió comenzar a correr, ¡y funcionó! Comencé haciéndolo en una cinta porque ahí nunca llovía ni hacía frío, y podía ponerme música para pasar rápidamente ese trámite.

¿Cuánto tiempo pasó hasta que empezaste a notar cambios en tu vida, en tu cuerpo? 

Fue muy rápido. Recuerdo que cuando volví a clase en Septiembre de 2003 pensé: "Mis compañeros van a flipar, se fueron de vacaciones conociendo a un chico y en Septiembre va a aparecer un tipo totalmente diferente". De niño, con 12-14 años, llegué a pesar hasta 86 kilos, con la adolescencia adelgacé un poco y finalmente me quedé en 64-65, que es lo que peso ahora.

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Y llegó el primer gran reto, la primera carrera. ¿Cuál fue?

Marathon Des Sables. Teníamos que recorrer 250 kilómetros en el Sáhara, y debíamos llevar en una mochila lo necesario para sobrevivir una semana en el desierto. En apenas un año pasé de correr 40 minutos al día a meterme en este lío; nunca en mi vida pensé que acabaría haciendo carreras así, de ultradistancia. Me topé con un reportaje en Eurosport, y el ver a toda esa gente cruzando el desierto, durmiendo en medio de la nada, con el cielo estrellado y los amaneceres entre las dunas me pareció increíble. No buscaba demostrar nada. A partir de ahí, el Ultraman de Canadá, en el que sólo éramos 29 corredores de todo el mundo; el Atacama Crossing, Gobi March, Ultra Africa Race... han sido muchas carreras de ultradistancia.

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¿Qué tienen este tipo de retos, que quien hace uno, ya no puede desengancharse de esa 'droga' de la ultradistancia? 

Son muy sacrificados, hay que renunciar a muchas cosas para hacerlos y al final se acaban convirtiendo en un estilo de vida. Siete días por semana madrugando para entrenar, correr empapado, congelado o a más de 40 grados. Estás horas, o incluso días, tú solo con tus pensamientos en medio de la nada, en Mongolia o en una isla desierta en Indonesia. No hay nada más que la vida, simple y pura. Y creo que ese es el momento en el que la cabeza te hace 'clic'. Cuando la mente se vacía, la sensación de paz es indescriptible. Aunque en todas las carreras de este tipo hay malos momentos, claro. Recuerdo cuando se me agrietó la planta del pie en el Atacama, o el dolor insoportable que tuve en Australia durante la carrera más larga de mi vida, 523 kilómetros en autosuficiencia.

Y de una de esas carreras surgió la idea de fundar una ONG.

Sí. En 2012 participé en el Epic5 en favor del proyecto WendBeNeDo en Burkina Faso, el tercer país mas pobre del mundo. Cuando viaje allí conocí a Veronique, Bouba, Jean Gabriel, niños que llevan toda su vida durmiendo en el suelo y no siempre pueden comer tres veces al día, y sin embargo, nunca dejaban de sonreír. Cuando volví a España el chip me había cambiado para siempre y fundé la ONG ChildhoodSmile para seguir apoyándoles. No me siento especial ni mas generoso que nadie, creo que cualquier persona que hubiera conocido a aquellos niños hubiera actuado como hice yo.

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Y todo, partiendo de un oficinista de banca. ¿Crees que lo que tú has conseguido está al alcance de cualquiera? 

No creo tener ninguna cualidad extraordinaria, cualquier persona tiene la capacidad para hacer lo que yo he hecho. Cada uno de nosotros tenemos las responsabilidad de dejar a nuestros hijos un mundo un poquito mejor. Como decía Eduardo Galeano: "Mucha gente pequeña en lugares pequeños haciendo cosas pequeñas pueden cambiar al mundo". Joder, pongámonos a ello, porque el mundo cambia con nuestro pequeño acto diario, no con nuestra opinión ni con nuestras teorías, no esperemos a mañana.