Estamos inmersos en plena temporada de festivales. Y lo que nos queda. Tanto si eres novato como si ya estás más experimentado, aquí está nuestra guía para no perderte o perderte, pero con conocimiento de causa entre la fauna que puebla estos maravillosos eventos que nos hacen olvidar absolutamente todo durante unos cuantos días. Hoy, en Código Nuevo, diez tipos de personas que no faltan en ningún festival.
Los "fiestas"
¿Grupos? ¿Qué grupos? El festival ha sido la excusa para irse de fiesta cuatro días con los colegas y no van a permitir que unos cuantos conciertos se lo impidan. El plan consiste en beber en el camping hasta que cae la noche, entrar al recinto a cenar algo y dedicarse a ir y venir a la tienda de campaña o al coche a por bebida hasta que las carpas de música electrónica comienzan a animarse.
Los eruditos
Aquí no se viene a disfrutar, se viene a poner pegas, a criticar el setlist elegido y a quejarse del sonido. Tocar de noche es mainstream. Los grupos que de verdad importan tocan en las primeras horas y acaban de publicar una maqueta en Bandcamp, que es una auténtica joya pero que no ha escuchado nadie. Conocen todas las discografías hasta el mínimo detalle y saben el nombre de todos los músicos. Cualquier edición pasada fue mejor.
Las pijindies
Lo más subversivo que han hecho en su vida es mirar Pinterest en horas de trabajo, pero ahí están, con sus maletas tamaño me-mudo-a-otro-planeta-para-nunca-volver y sus cuarenta modelitos para tres días de festival, algunos de ellos creados en torno a camisetas de los Ramones o el plátano de la Velvet Undergound. No se trata solo de que no hayan escuchado a estos dos grupos en su vida, ni de que, probablemente, no les gustaran lo más mínimo si lo hicieran, es que este tipo de festivaleras no aguantarían más de un minuto en compañía de Joey Ramone o el Lou Reed de aquella época, pero eso a quién le importa, hay que seguir subiendo fotos a Instagram compulsivamente.

Las Janis Joplin de temporada
El festival es la excusa perfecta para dar rienda suelta a su creatividad y ponerse toda esa ropa que solo es aceptada en los mejores carnavales. El look hippie, el espíritu Woodstock y el Flower Power están a la orden del día en todo buen festival que se precie, aunque los sesenta murieran hace tiempo.
Los niños bien
De alguna forma, les convencieron o se convencieron de que, en verano, la fiesta está en los festivales y allí que se plantaron, no sin reticencias. Tras pasar el año aislados del mundo exterior en una universidad pontificia, el choque que sufre este tipo de festivalero al encontrarse con las duchas y los baños ha producido más de un infarto. No encontrarán la felicidad que buscaban aquí: eso de compartir minis de cerveza bajo el sol estival es cosa de tirados, perroflautas y bolivarianos. Luego tendrán mil anécdotas que contar de aquella vez que se juntaron con la plebe y bebieron a morro de una litrona.
Los politoxicómanos
Querían ir a ese festival, les gustaban los grupos y venían con toda la intención de pasárselo como siempre y como nunca. Así ha sido. No obstante, recuerdan entre poco y nada. El festival ha terminado y su cuerpo sufre las mismas consecuencias que el de alguien que ha sido arrollado por un tren de mercancías. Inflamación cerebral, regusto amargo, boca pastosa y la mandíbula y los músculos faciales como si hubieran estado fabricando el hormigón necesario para construir un rascacielos.

Los novios-pantalla
Su principal ocupación consiste en agarrarse a las vallas de la primera fila con los brazos abiertos para que su novia pueda colocarse justo delante y disfrutar del concierto en el mejor sitio posible pero sin el inconveniente de tener diez mil personas detrás. Forcejeará, soltará alguna que otra patada y te echará miradas asesinas cada vez que, inevitablemente, le roces lo más mínimo. Pero no soltará la valla ni por dinero. Sirven de perchero cuando su chica va al baño y de camarero cuando tiene sed.
Los acreditados
Puede que tengan un blog de música con los amigos o que conozcan al primo del bajista de un grupo que finalmente no ha podido ir. Sea como sea, han conseguido hacerse con una acreditación y, durante los próximo días, ese papelito tiene más valor que el Anillo Único. La llevarán siempre en un lugar bien visible para asegurarse de que no pasa desapercibida y se la enseñarán ostensiblemente a los de seguridad cada vez que quieran pasar a alguna zona restringida, aunque se hayan quedado perfectamente con su cara a las dos horas de comenzar el festival. Los miras, te miran, y se colocan la acreditación.
Los veteranos de guerra
¿La edad media de los festivaleros? Ellos la doblan, pero no por eso van a renunciar a su pasión. Llevan yendo a festivales más tiempo del que llevas tú en este planeta y no van a dejar de hacerlo por más que se giren las cabezas de los jovenzuelos cada vez que pasan. La distancia entre su autoimagen y la que percibe el resto del mundo se amplia inexorablemente con el paso de los años pero, oye, que les quiten lo bailado.
Los adictos al móvil
Ir a un festival solo tiene sentido si puedes actualizar Twitter, Instamgram y Facebook y hacerle saber al mundo que estás viendo a algunos de los grupos más in del momento. Hacerte fotos con los labios como si estuvieras amamantándote imaginariamente y llamar a los amigos en medio de la única canción que conoces de ese grupo tan cool es obligatorio. El día que comenzaron a instalar puntos de recarga en los festivales fue uno de los más felices de su vida.
