La proximidad con Turquía convirtió a Lesbos en una puerta a Europa. Desde que empezó la crisis de los refugiados, la pequeña isla griega es uno de los principales puertos de entrada y, por lo tanto, alberga uno de los campos de refugiados más grandes del continente: el campo de Moria, un espacio de cabañas provisionales con capacidad para 3.500 personas pero que albergaba a 13.000. Por desgracia, el campo ardió en un enorme incendio en la jornada de ayer dejando a todas estas personas sin un lugar donde vivir.
El incendio fue provocado por grupos de refugiados como respuesta al coronavirus. Sin embargo, como explica la periodista Margarita Elías en una crónica para Público, los verdaderos culpables son la tensión constante y las terribles condiciones de vida. “Se vive hacinado, con cortes de agua corriente y electricidad y que no ofrece prácticamente ninguna opción de mantener distanciamiento social”, con lo cual, en cuanto se detectó el primer positivo por covid, saltó la alarma y empezaron los conflictos.
“El cuarto día después del primer positivo,se empezaron a detectar contagios de tiendas enteras”, añade. Se querían aislar 15 personas en cabañas alejadas que harían de aislamiento. Pero por miedo a que, ante la falta de infraestructuras médicas, estas medidas fueran insuficientes, “las personas refugiadas que viven en esa zona del campo pronto empezaron a exigir que se llevara a los contagiados fuera del recinto y amenazaron con quemar las cabañas. Querían eliminar cualquier riesgo de que el foco se extendiera y pusiera en peligro sus vidas y las de sus seres queridos”.
El incendio se descontroló, creció y acudió la policía. Empezó una batalla de campo entre fuego, cargas policiales, gases lacrimógenos, grupos de ultraderecha que llevan meses acosando el campo y personas atrapadas entre todo este caos. Y, aun así, nadie tenía permitido salir del recinto, ya que, como acosando el campoel periodista Hibai Arbide, “el gobierno griego ha usado el COVID como excusa para limitar la movilidad de los refugiados. Mientras en todo el país se levantaron las restricciones, los campos de refugiados fueron convertidos en prisiones a cielo abierto. No se les permitía salir de Moria desde marzo”.
Ahora, con todo el campo prácticamente calcinado y algunos incendios todavía activos, miles de personas están en la calle, sin acceso a las ciudades por la alerta sanitaria y la imposibilidad de realizar pruebas del covid a todos. Como explica El Confidencial, “muchas organizaciones humanitarias llevan meses advirtiendo de que, debido a las pésimas condiciones sanitarias, Moria es un polvorín y desde hace tiempo exigen que como mínimo se evacúe a toda la población vulnerable”. Y, aunque se han hecho algunos esfuerzos, la falta de recursos no ha podido evitar una crisis previsible. Esta pasada noche, como denuncian periodistas, activistas y ONG, los refugiados que perdieron su cobijo la han pasado en la calle, en carreteras, párquines y descampados, sin muchas más opciones, porque tienen la movilidad cortada por las fuerzas de seguridad del Estado y Moria todavía siendo devorada por las llamas.
“Si la opinión pública de Europa creyera que esta gente son personas sería un escándalo de magnitudes increíbles”, reflexionaba Hibai en su Twitter. Tiene razón: ¿dónde ha quedado aquella sensibilidad hacia estas personas? Barcelona, por ejemplo, acogió la manifestación más grande de Europa a favor de los refugiados en 2017, con 500.000 asistentes. Tres años después, como la crisis sanitaria nos afecta a todxs, ya no nos importan las personas que son todavía más vulnerables por el covid. La opinión pública ya no llora ni se escandaliza por las injusticias. Ahora, que nosotros también somos víctimas, no pedimos justicia ni tan siquiera acción a nuestros gobiernos e instituciones europeas. Y mientras nos olvidamos de esa solidaridad que tanto reivindicábamos, miles de personas lo han perdido todo sin esperanza de recuperarlo.