Tiempo atrás, cuando éramos un poquito más ignorantes como sociedad, solíamos achacar las adicciones a un conjunto de malas decisiones y falta de carácter. Terrible. Hoy somos conscientes de la enorme cantidad de factores que influyen en que una persona termine enganchada al alcohol, a la cocaína o al fentanilo: predisposición genética, hábitos de vida de la madre durante la gestación, problemas psicológicos y, sobre todo, circunstancias sociales. Hoy hemos dejado de tratar a los drogadictos como despojos que conservan muy poquito de la esencia humana para pasar a tratarles como enfermos. No obstante, aún seguimos haciendo cosas muy mal: el poverty porn es el mejor ejemplo.
”El porno de pobreza, como lo han denominado algunos expertos en Internet, se ha convertido en otro fenómeno viral desde que ciudades como Vancouver, Portland, Los Ángeles o San Francisco se han llenado de calles repletas de indigentes. En ellas han encontrado un nicho algunas cuentas de Twitter y TikTok, dedicadas a publicar el estado en el que se encuentran algunas personas, cómo se drogan e incluso sobredosis”, explican desde Xataka. Y sí, grabar a estas personas en público es totalmente legal, pero en absoluto ético. Se convierten en los personajes de tu entretenimiento de drama y, además, resultan estigmatizados de por vida. Su dolor siempre será público.
La historia de un caso real
Michael Manitoba, quien ha salvado muchas vidas posteriormente como voluntario en un centro de prevención de sobredosis, sufrió en sus propias carnes cómo el youtuber Tyler Oliveira grababa y publicaba la sobredosis que sufrió meses atrás. “Obviamente me pillaron en mi peor momento y no me gustaría que eso le pasara a otras personas. Cuando vi el vídeo me tomó unos minutos asimilarlo. Me sentí ultra negativo”, declaraba recientemente el afectado. La respuesta del youtuber fue contundente: lo hacía para que los niños tomaran constancia de la tragedia de las drogas y evitaran seguir el mismo camino. Pero este discurso presenta dos problemas muy serios.
El primero de ellos es que obvia el hecho, importantísimo, de que también se lucra con ello. No son solo buenas intenciones. Hay dinerito de por medio. El segundo es que nada parece indicar que esta supuesta terapia educativa funcione para algo más que para convertir a personas sufrientes en memes de Internet y dañar sus esferas sociales y laborales. Como apuntan desde este mismo medio, “no hay evidencia que sugiera que avergonzar públicamente a las personas sea una solución contra la adicción a las drogas”. El mundo no se cambia solo con un voto cada cuatro años. Se cambia también y muy especialmente con tu consumo. Por favor, no consumas calvario.