¿Cuántas veces has pasado por eso: encontrarte en mitad de la vorágine de tu vida y, de repente, bajarte de ella emocionalmente, situarte en una especie de grada mental desde la que contemplarla tranquilamente y experimentar el sinsentido de la existencia? Es una sensación muy extraña. Comprendes lo diminutx que eres en el gran escenario del universo. Sientes que todo lo que te importa es en realidad algo ínfimo que quedará enterrado pronto en las infinitas arenas del tiempo. Como si nunca hubieras estado ahí. Una crisis existencial en todo regla. De esas que suelen ser percibidas como momentos desoladores en los que todo se derrumba a tu alrededor. ¿Pero y si no son tan malas?
Esa es la percepción del psicoterapeuta estadounidense Phil Lane, quien de hecho prefiere no llamarlas crisis existenciales porque no las ve como fenómenos negativos. Aunque entiende la sensación generalizada: “Como humanos, nos gusta analizar, comprender, conectar puntos y sentir que tenemos una comprensión total de las cosas. Cuando nos faltan respuestas claras, nuestras mentes ansiosas tienen vía libre para sacar conclusiones y proponer sus propias respuestas y explicaciones, que a veces no son nada tranquilizadoras”. Como que todo esto es una simulación. O que la verdadera vida viene después de esta. Las teorías surgen en tu mente sin control. Tu cerebro las necesita.
Claves para que no entres en pánico
No obstante, Lane hace hincapié en una realidad muy simple que, sin embargo, puede cambiar tu percepción de tus crisis existenciales: es algo que han experimentado todos los seres humanos que han pasado por la Tierra. Y millones de obras de arte que hemos heredado dan buena fe de ello. En palabras de este experto, “esta prevalencia debería recordarnos que las cuestiones existenciales no solo son comunes, sino también aceptables, pero la sociedad a veces nos dice lo contrario, sugiriendo que este tipo de preocupaciones tan humanas son en realidad neuróticas o depresivas”. Es como cuando solía demonizarse el sexo en épocas pasadas. Una negación de lo natural.
Y una represión que no sirve de nada. Porque esas preguntas grandilocuentes seguirán ahí y volverán a asomar de vez en cuando. En este sentido, dice Lane, deberías abrazar tus inquietudes existenciales a través de estas técnicas: fomentar conversaciones sobre estos temas con otras personas, desestigmatizar el malestar que la sociedad ha inoculado en ti por hacerte estas preguntas, contemplar la ansiedad que te provocan como una herramienta innata en ti que está ahí para ayudarte y, por último, aprender “a aceptar lo desconocido y sentirte cómodo con preguntas sin respuesta”. Es parte de tu proceso de maduración. Es un camino de fortalecimiento mental.