Carta abierta a las hermanas que alguna vez hicieron el papel de madres

A veces la diferencia de edad obliga a que las más mayores sean guía de los pequeños

Todavía recuerdo la carita de mi hermano empapada en lágrimas el día que me fui a vivir fuera de casa para empezar la carrera. Él tenía ocho años y yo 17, casi diez años de diferencia. Todavía recuerdo la sensación de la separación. Sobre todo porque yo, que lloro siempre que cojo un avión y me despido de él, reconozco que aquella primera vez fue la más dura. 

Ambos compartimos casi todos los días y las noches desde que nació hasta el día en que me marché. Y gran parte de ese tiempo cuidé de él, le aconsejé y le eché broncas ocupando en parte el papel de una madre o un padre, sin sentir realmente que lo fuera. Ocupar ese lugar forma parte de las circunstancias de la vida de muchas familias.

El contexto y su fuerza

A todas las que somos hermanas mayores nos ha ocurrido, sobre todo en la adolescencia, que para cualquier plan que quisiéramos hacer con nuestros amigos teníamos que ir acompañadas del más pequeño de la familia. Ya fuera porque nuestros padres trabajaban, estaban ocupados o simplemente querían descansar. Ahí estábamos las mayores para hacernos cargo. Eso sin contar todas las veces que les cambiamos los pañales, les sonamos los mocos y les limpiamos la boca, siempre soportando el llanto de los momentos en que no podían dormir o les crecían los dientes. En este ir y venir de instantes compartidos, poco a poco, se va ocupando un lugar en el que echar broncas, enseñar o llamar la atención es algo normal.

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Las circunstancias no son las mismas para todas las familias. Algunas hermanas tienen que hacer el papel de madres porque no hay ninguna figura ‘oficial’ que pueda ocupar ese lugar, ya sea por fallecimiento, abandono u otros factores. En esos entornos el día a día es aún más duro, las responsabilidades son mayores y la necesidad de tener un apoyo emocional propio se deja más bien de lado. Eso sí, hay algo que corre dentro de todas las que somos necesidad de tener un apoyo emocional. Siempre sentiremos el compromiso de cuidar a los más pequeños, aunque sean adultos y tengan su vida hecha.

En mi caso, por ejemplo, proteger a mi hermano fue muchas veces llamarle la atención, morirme de miedo porque tardara en volver de comprar el pan, hacerle bromas o burlas, pelearme con él y enfadarme muchísimo. Quiero pensar que también fue enseñanza, que de alguna manera hay algo de todo eso que está dentro de él y que le servirá de alguna manera a lo largo de su vida.

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La relación que existe entre hermanos es un vínculo que no se puede sentir con ninguna otra persona. El tiempo que se comparte va haciendo que el nexo se haga cada vez más fuerte y, para aquellos hermanos que se llevan mucha diferencia de edad, ocupar el papel de madre es casi inevitable. No se trata de una enseñanza intencionada, lo que sucede es que esa personita va aprehendiendo nuestra forma de ser, de hablar o de relacionarnos con los demás y muchas de las maneras de hacer ese tipo de cosas se quedan interiorizadas.

Compartir el amor es compartir amistad

Puede ocurrirnos, también, que detrás de ese vínculo que podemos llamar hermana-madre, puede aparecer una sensación de responsabilidad: un sentimiento de que somos responsables de muchas de las situaciones que viven nuestros hermanos y, casi por ende, culpables si vemos que falla en alguna de ellas. Aquí se abre la puerta para los consejos, a veces en el ámbito del amor y otras en ese gran mundo de las obligaciones, que van aumentando a medida que se crece y, a la vez, dejándose de lado.

Cuando se hacen adolescentes, las mayores ya somos adultas. En ese momento es cuando nos entran las ganas de que confíen en nosotras y nos cuenten qué cosas pasan en su vida y en qué piensan, sobre todo por la edad porque es cuando empiezan a ser rebeldes, cabezotas, dramáticos, susceptibles, enamoradizos y mandones. El hecho de que la diferencia de edad sea grande nos permite ir viendo su crecimiento y como se va construyendo su forma de ver el mundo. Y sí, muchísimas veces coinciden con nosotras y tienen gestos parecidos.

La mejor parte de la relación empieza en ese punto, porque somos las más mayores las que empezamos a aprender cosas de los más pequeños. Nos abren la puerta a temas a los que no hubiéramos llegado —en mi caso, aprendí lo que eran los youtubers antes de que se hicieran famosos— y ocupamos el espacio de la confidencia, es posible que guarden un secreto con nosotras antes que con otras personas. Y confían, ahora sí nos piden consejo.

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En el intercambio de confidencias nos abrimos a contar nuestras experiencias propias y empieza la magia porque es ahí cuando la relación se hace más fuerte, ahora se ha formado, además, una relación de amigos y la complicidad que aparece en esos ratos compartidos supera cualquier amistad. Aunque en algunos puntos nos sucede que nos salta una pequeña alarma en la cabeza que nos hace querer llevar el pensamiento o la idea de nuestros hermanos por otra vía, ellos siempre van a seguir su propio camino. Poco a poco van siendo capaces de tomar sus decisiones y construirse a sí mismos. Y nosotras siempre seguiremos a su lado.