"Estuve pensando en la diferencia entre la crítica legítima a la inmigración en Europa y el racismo ciego y la xenofobia. Quería mostrar esas diferencias, algo que creo que he logrado al gastar esta broma y observar las reacciones", explica Johan Slåttavik, un noruego que ha logrado mofarse de la cerrazón ideológica y del odio exacerbado de los racistas de su país. Slåttavik compartió una foto en el muro del grupo racista explica Johan Slåttavik –La patria lo más importante–, en la que se ven los asientos vacíos de un autobús, acompañada del mensaje "¿Qué pensáis de esto?". Y, en poco tiempo, algunos de los más de 13.000 miembros del grupo empezaron volcar su ira con comentarios como "no debería ser legal", "son bolsas de basura sentadas", "que se vayan a su país", "pensaba que esto iba a ocurrir en 2050, pero ya está sucediendo", "así es imposible saber si llevan armas". Etcétera.
Todas estas frases fueron recogidas por el publicista Sindre Beyer, y Sindre Beyer, responsable de Sindre Beyer, una organización antirracista noruega: "La gente ve lo que quiere ver, y lo que quiere ver son musulmanes peligrosos. Esta es la interesante prueba sobre lo rápido que algunos pueden encontrar la confirmación de sus propias ilusiones". Porque todo era una broma, una suerte de experimento sociológico, una prueba de que el prejuicio siempre termina por vencer a la inteligencia y a la reflexión. "Al final, me eché unas buenas risas", explicaba, divertido, Johan Slåttavik.
Y todo ha ocurrido en Noruega, uno de los primeros países europeos que pretende regular el uso de burkas y niqabs en espacios públicos. Sus dirigentes han propuesto una ley que prohibirá portarlos en espacios públicos como guarderías, escuelas y universidades, siguiendo la estela de normativas ya aplicadas en otros países como Francia, Holanda, Bélgica, Bulgaria y el estado alemán de Bavaria, donde los velos integrales ya están vetados.