Durante una semana probé las 7 posturas sexuales más complicadas

Más allá del ‘misionero’ y el ‘perrito’ hay un mundo por explorar. Estas son las siete posturas sexuales más complicadas que hemos probado en una semana.

Más allá del ‘misionero’ y el ‘perrito’ hay un mundo por explorar. Tecleo ‘posturas sexuales difíciles’, presiono enter y Google pone ante mis ojos una amplia gama de posibilidades con las que partirme la crisma junto con mi ayudante en este reto. Ambos tomamos al pie de la letra eso de elegir las posturas más kamikazes, y aunque sabemos que acabar en urgencias es más que factible, somos legales y nos quedamos con las más jodidas.

Por delante nos espera una semana intensa. Siete días, siete posturas y un objetivo: disfrutarlas o, al menos, echarnos unas risas.

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Empezamos la semana con algo aparentemente sencillo. Mis 54 kilos son un peso asumible para mi compi, así que ahí voy ¡arriba como la Esteban! Me engancho cual mono y él me agarra las piernas. Apoya la espalda contra el gotelé porque así indicaba la chuleta y ale, a mover las caderas. Mi exceso de empatía hace que, aunque lo esté disfrutando, no pueda evitar pensar que le estoy pesando demasiado. En esa situación, es difícil descifrar si su cara de esfuerzo, ojos cerrados y boca abierta es fruto del placer o del ‘joder cómo pesas bonita’. Al final, logro concentrarme y terminamos juntos.

Conclusión: Todo un éxito. Repetiremos fijo.

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¿Que a priori esta postura no parece la más sensual del mundo? Sí. ¿Que conseguir no partirse el culo mientras la practicas parece complicado? Sí. ¿Qué encajar ambos cuerpos es una labor de chinos? También. Pero no suficiente con todo ello, moverse es ya imposible. No sé si se supone que debe moverse el chico o la chica pero nosotros, a parte de una fricción guarra sin resultados satisfactorios, lo único que conseguimos es parecer dos moluscos siameses.

Conclusión: Suspenso garrafal, esta no la recuperamos ni en septiembre.

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El puente no sé si quedo grande pero la hostia que casi me meto ya te digo yo que si. Ni los acróbatas del Circo del Sol ponen tan en riesgo sus vidas. Descartados los taburetes de la cocina por su falta de estabilidad y de respaldo, cogemos dos sillas del salón y las ponemos a una zancada de distancia. Hasta ahí todo bien. Pongo una pierna en una y, cuando logro subir la otra, ambas sillas empiezan a separarse provocando un spagat involuntario para el que mis ingles no estaban preparadas. Miro a mi compi con cara de S.O.S y este me salva del desgarro bajándome de las alturas.

Segundo intento. Colocamos una de las sillas contra el armario y la otra pegada a la cama para evitar que se deslicen. La cosa parece que empieza a funcionar pero en la tercera embestida, al intentar cumplir a rajatabla la postura y haberme colocado de espaldas a él, casi me estampo de cara contra el espejo que hay enfrente. Las piernas me temblequean tanto de aguantar la posición que no hay lugar a un tercer intento.

Conclusión: Tengo cariño a mis dientes, descartada.

Jueves: El puente de madera

 

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Y como si estuviéramos jugando a la oca, de puente a puente y me lo tiro porque toca hacer la siguiente. De verdad, un premio para el que pone los nombres a las posturas. Lo de puente aún se lo compro, ¿pero por qué de madera? Ni que me estuviera acostando con Pinocho. Ya solo viendo la imagen y aplicando las leyes de la matemática, vemos que va a ser de las chungas. Si yo soy un retaco de 1.62 cm y él mide 1.78, haciendo el puente es imposible que yo, ‘cabalgándole’ toque el suelo con mis pies y él pueda sostener mi peso sin que la erección se vaya a pique. Y tal cual. Casi se parte la espalda y ni siquiera logramos llegar a la penetración.

Conclusión: Ni lo intentes. De lo difícil que es que funcione esta postura debería llamarse puente Calatrava.

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Soy de esas personas que cuando se propone objetivos los quiere hacer todos de golpe. Solo a mí se me ocurre calendarizar en la misma semana mi incorporación al mundo del fitness y este maratón de folleteo in extremis. En resumen, estoy reventada pero el deber me llama. Lo primero de todo, apunta: mecedora POÄNG del IKEA, 59€, toda una inversión. Él se sienta tranquilamente en ella y tú te acomodas a horcajadas. Primero con las piernas abiertas a ambos lados de sus brazos y luego las vas colocando lentamente sobre sus hombros. El contoneo de este mueble low cost y su consiguiente buen ritmo hace el resto. Tú solo disfrútalo.

Conclusión: Una gozada, el diseño nórdico tiene potencial.

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Imagino que Almudena Cid fue la precursora de esta postura porque sino no entiendo quién cojones pensó que esto era sexy, cómodo y placentero. Todo son problemas. Primero, el apoyo en el suelo. A mi con un brazo no me da más que para partirme la muñeca. Segundo, mis piernas. Debes tener más fuerza abdominal que Lobezno para mantenerlas en horizontal. Tercero, su fuerza. Es inhumano sujetar un peso muerto como yo de este modo. Cuarto, penetración y movimiento. Con la suma de todos los problemas anteriores no conseguimos ni una ni otro.

Conclusión: Para lo único que sirve es para ejercitar brazo y abdomen.

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Las carreras en carretilla de educación física cuando aún iba a la ESO predijeron mi fracaso con esta postura. ¿Sabes estas tías que hacen twerking contra la pared sin apenas esfuerzo? Lo opuesto a mi. Hasta Stephen Hawkins conseguiría mover las caderas mejor que yo. Sin contar la escasa fuerza de mis brazos. Soy incapaz de hacer una flexión en condiciones así que imagínate la cara de sufrimiento que pongo aguantando mi propio peso durante más de 30 segundos.

Teniendo en cuenta mis puntos débiles, me veo obligada a tirar de recursos y buscar un tercer punto de apoyo. Brazos ocupados, piernas ocupadas, ¿qué me queda? Efectivamente, la cara. Verme dar indicaciones a lo GPS para ser penetrada con la cara incrustada en el edredón baja la libido a cualquiera.

Valoración final: Hasta nunca Kamasutra.