La empatía requiere atención: no puedes ponerte en el lugar de otra persona si no sabes cuál es ese lugar. Y para descubrirlo necesitas mirar hacia su realidad. Es de cajón. Por eso no es extraño que, según cuenta el experto en filosofía Alfonso Ballesteros, de la Universidad Miguel Hernández, los niveles de empatía general estén cayendo en picado en estos últimos tiempos. Al fin y al cabo, y desde que nuestros teléfonos se convirtieron en el centro de nuestro universo personal, estamos mucho menos atentxs a lo que ocurre a nuestro alrededor. Sí, tu cuerpo sí está presente, pero tu mente anda perdida en mil y una historias digitales que poco tienen que ver contigo.
No, pero yo soy capaz de estar metidx en mis redes sociales y ser consciente de mi realidad inmediata al mismo tiempo. Mentira. Mentira por más que últimamente quieran venderte el rollo de la multitarea. En palabras del propio Ballesteros, y “según el neurocientífico estadounidense Earl Miller, el ser humano no es capaz de eso: no hace varias cosas a la vez sino que alterna, a una tarea le sucede otra, y la alternancia excesiva de tareas a las que nos hemos habituado deteriora la atención”. Ni reflexionas profundamente sobre lo que ves en la pantalla de tu móvil ni captas en detalle las emociones que flotan a tu alrededor. Te quedas a medio camino de todo.
Tienes que disfrutar de tu soledad
Además, hay un segundo punto de relación entre el exceso de pantalla y el descenso de la empatía. Según este experto, y basándose asimismo en las teorías de la psicóloga Sherry Turkle, el cultivo de la empatía pasa necesariamente por el cultivo de la soledad. Sí, a priori suena raro, incluso contradictorio en cierto sentido. No obstante, añade Ballesteros, “el tú es otro yo y, si no hay un yo, si no me conozco, ¿cómo sabré reconocer al otro? La formación del yo y la relación con los otros están íntimamente relacionadas”. Cuanto más entiendes tu mente y tu corazón, cuanto más aprendes de la condición humana a través de ti, más crece tu capacidad empática.
Y precisamente por eso muchxs especialistas advierten de los problemas de empatía que podrían afrontar en el futuro las generaciones más jóvenes que viven prácticamente a través de las pantallas. “No nos sorprendamos después si los niños están llenos de ansiedad o tienen una identidad débil y dependiente de la aprobación ajena. Simplemente no han tenido tiempo de saber quiénes son y de forjar un yo sólido. No han tenido tiempo de hablar con ellos mismos, de encontrarse y de iniciar un diálogo interior”. Y desde ese desconocimiento, parecer ser, es difícil preocuparse por quien tienes en frente. Un poco menos de pantalla = un mundo un poquito mejor.