La ecoansiedad ha pasado de ser un meme a ser una realidad de cada vez más personas. Hasta ahora no está considerada una enfermedad, solo define un sentimiento de angustia por el futuro del planeta y de la especie ante la emergencia climática que estamos viviendo.
La ecoansiedad es “el temor crónico a sufrir un cataclismo ambiental que se produce al observar el impacto aparentemente irrevocable del cambio climático y la preocupación asociada por el futuro de uno mismo y de las próximas generaciones”, según la American Psychology Association (APA). Es decir, el miedo persistente a vivir una catástrofe ambiental o la preocupación por lo que nos pueda pasar como especie en un futuro.
Una encuesta del Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD), la Universidad de Oxford y GeoPoll señalaba que el 56 % de los encuestados pensaba al menos una vez por semana en los problemas generados por la emergencia climática. En un 53 % de los casos esa preocupación había aumentado en tan solo un año.
Hablemos ahora de otro sentimiento: la solastalgia. Quizá este menos conocido, pero acuñado por el filósofo australiano Glenn Albrecht incluso antes que el término de ecoansiedad. La solastalgia define los trastornos psicológicos de una comunidad tras los cambios en su territorio provocados por el cambio climático, como un tornado extremo o la erosión del terreno.
Añoranza por la montaña que ya no es igual
La bióloga Teresa Franquesa lo explicaba de otra forma en entrevista con El País: “La solastalgia es volver al pueblo en vacaciones y ver que has perdido el entorno al que pertenecías” después de una brutal sequía o tras la desaparición de un glaciar “de la montaña que siempre visitabas”.
No hace falta que sea algo tan extremo como para que nos sintamos identificadxs con este sentimiento, que cada vez parece que va a ser más común.
De hecho, Franquesa, bióloga y escritora de una guía para combatir la ecoansiedad llamada “Cambio climático y ecoansiedad” es bastante contundente: “El cambio climático puede erosionar la propia identidad de las personas. Todos hemos pensado alguna vez que un sitio ya no es lo que era al volver a él”.
Para pensar en presente y no sentir como que no podemos hacer nada, la bióloga nos recomienda cambiar nuestras costumbres alimenticias, como evitar comer carne roja, que puede acarrear entre 10 y 50 veces más gases de efecto invernadero que la de los vegetales.