Los mares y lagos que estamos a punto de perder

Gigantescas masas de agua reducidas a grandes charcos

¿Qué? ¿Cómo? ¿Pero no era que el calentamiento global andaba derritiendo gigantescos volúmenes de hielo en los polos y provocando con ello un peligroso aumento del nivel del mar? Así es. No obstante, en este planeta tan hermoso en el que vives hay una gran cantidad de lagos y mares interiores que no se encuentran conectados a los océanos y, precisamente por el aumento global de las temperaturas, muchos de ellos se están secando a una velocidad alarmante. En concreto, y según las palabras del investigador en desertificación Jaime Martínez, “en los últimos años el almacenamiento de agua en el 53% de estos cuerpos de agua ha disminuido significativamente”.

Algunos hasta la casi desaparición. Es el caso del mar de Aral. Como explica este experto, “en su esplendor era la cuarta masa de agua interior más grande del mundo, ocupando una extensión de 68.000 kilómetros cuadrados”. Pero una evaporación de su agua cada vez más agresiva y las obras soviéticas diseñadas para drenar los ríos que lo alimentaban terminaron matándolo. Hoy posee menos del 10% de su tamaño original y bajando. En lo que antiguamente fue su lecho puedes encontrarte multitud de barcos viejos abandonados en la arena desnuda. Tan triste que es considerado uno de los mayores desastres medioambientales de la historia reciente. Pero no es el único.

Otros ejemplos desde Bolivia o Argetina

“El lago Poopó, en Bolivia, de unos 2.300 kilómetros cuadrados, ha quedado reducido a tres charcos de un kilómetro cuadrado y treinta centímetros de profundidad. Con ello ha sucumbido su fauna y las sociedades que vivían de sus recursos. La sobreexplotación de los acuíferos que lo sostenían, unida a la agudización de las sequías como consecuencia del cambio climático, explican el fenómeno”. El lago Urmia de Irán, el lago Chiquita de Argentina o el Gran Lago Salado de Estados Unidos son otras de las víctimas de ese cóctel letal que representan el cambio climático, el aumento del regadío como método de cultivo y el uso de tecnología de extracción hídrica intensiva.

Y nada hace pensar que la cosa vaya a cambiar a corto plazo. Lo más probable es que muchos de los grandes lagos y mares interiores que hay en el mundo sufran una transformación brutal más pronto que tarde. Desaparecerá un ecosistema. Desaparecerá una joya natural. Y no solo estas masas de agua. También le está ocurriendo a los ríos. Y a los acuíferos. Y a los humedales. Lo de Doñana es solo uno de muchos casos. El que nos toca más de cerca. En este sentido, cierra Martínez, “adecuar la presión de nuestros sistemas socioeconómicos a la disponibilidad de recursos es esencial para que nuestra especie aspire a una vida digna”. Porque así no podemos seguir. No por mucho tiempo.