El Gobierno aprueba una medida con la que 300.000 migrantes obtendrán permiso de residencia

No es solo una cuestión de humanidad. También es simplemente que les necesitamos para mantener el estado del bienestar

Después de que Donald Trump, con su discurso xenófobo por bandera, haya ganado por segunda vez las elecciones presidenciales del país más poderoso del planeta. Después de que la ola antiinmigración se haya expandido salvajemente por muchos de los países del continente europeo. Después de que en nuestro propio país hayan proliferado los mensajes racistas. Después de que se haya construido poco a poco ese panorama, va el gobierno de Pedro Sánchez y aprueba un nuevo mecanismo de arraigo gracias al cual 300.000 migrantes podrán obtener el permiso de residencia español cada año. O dicho de otra forma: abre las puertas a las personas migrantes. Y es una noticia maravillosa.

Por un lado, por la siempre denostada pero trascendental cuestión de la empatía y la humanidad. ¿O acaso alguien cree que toda esa gente se juega la vida en el mar o se sube en un avión en su país de origen, el de su cultura y sus recuerdos, rumbo a España, simplemente por ánimo viajero? Es una cuestión de prosperidad. A veces incluso de supervivencia. Y yo, como andaluz que soy, como pueblo migrante que nutrió los planteles laborales de las fábricas del norte de España durante el siglo XX, comprendo perfectamente la odisea. Solo quien ha nacido en el privilegio puede ignorar la legitimidad de un movimiento así. Pero es que no es solo eso: también está el hecho de que les necesitamos.

Sí, tú que me estás leyendo probablemente ya lo sepas, pero desgraciadamente hay muchísimas personas que aún no han captado de qué va la movida: la tasa de natalidad española no da para mantener el actual estado del bienestar ni el sistema de producción y consumo actual como está diseñado. La inmigración es deseable. La sostenibilidad y el crecimiento del país, y con ello esperablemente la calidad de vida general, dependen en buena medida de la llegada de personas de otros países dispuestas a trabajar. Especialmente en profesiones que lxs de aquí ya no estamos ejerciendo. Eso sí: urge que esas profesiones, como la recogida de frutas, se dignifiquen como merecen. Es innegociable.

Además, hay otra razón de paso para apoyar una medida como esta del gobierno: lxs migrantes van a seguir viniendo mientras la precariedad en sus países de orígenes les impulse a ello. Es lógico. Es entendible. Es loable. En este sentido, explicaba recientemente en rueda de prensa la ministra de Inclusión, Seguridad Social y Migraciones, Elma Saiz, “el reglamento va a servir para combatir mafias, para combatir fraudes y para combatir la vulneración de derechos”. El Estado no debería dejar en manos de terceros, y sobre todo terceros sin escrúpulos que no valoran la vida humana, un asunto como este. La pregunta es: ¿cuáles son exactamente las peculiaridades de este reglamento?

Claves del nuevo reglamento

Para empezar, recoge hasta cinco modalidades de arraigo diferentes: social, socioformativo, sociolaboral, familiar y de segunda oportunidad, y tiene como “novedad que se homogeneizan y se reduce el tiempo de permanencia en España de tres a dos años”, además de “flexibilizarse los requisitos a cumplir y habilitarse a trabajar no solo por cuenta ajena, sino también por cuenta propia desde el primer momento”. Y eso es clave. Que una persona llegada de la otra punta del mundo tenga la posibilidad de emprender su propio negocio puede suponer una enorme diferencia para ella. Ah, y también se amplían los mecanismos para la reagrupación familiar. ¿La derecha no ama tanto la familia?

La lista continúa: se han simplificado los procedimientos para evitar que la burocracia ponga aún más trabas a las personas migrantes, que en muchos casos ni siquiera dominan el idioma lo suficiente para desenvolverse con claridad entre la maraña de papeles; se ha ampliado el visado de búsqueda de empleo de tres a dos meses, se ha autorizado a lxs estudiantes migrantes a trabajar 30 horas semanales y se han puesto en marcha herramientas para garantizar que los centros de estudio proporcionan “una formación digna y suficiente” a quienes vienen de otros países. Porque los fraudes formativos son tristemente más habituales de lo que puedas imaginar.

Decía Nicolas Sartorius en su ensayo Democracia Expansiva que la globalización, que extiende el intercambio económico entre casi todos los países del mundo, debe traer consigo inevitablemente una extensión también de los valores democráticos. Y entre esos valores está la defensa de la dignidad humana y del derecho a trabajar y prosperar. No está bien abrirles las puertas a los productos de Temu o de Apple, fabricados en la otra punta del mundo, pero cerrárselas a las personas que nos necesitan. No es el camino, por más que cada vez más personas se estén dejando convencer por Trump y el resto de chalados. La migración forma esencial de la humanidad. Aceptémoslo. Abracémoslo.