Ha pasado, he ido la ginecóloga y me ha hablado por primera vez de mi reserva ovárica

Contar folículos en los ovarios es el nuevo recuento de arrugas y canas

Hace meses que en algunas de las conversaciones con mis amigas salía el tema de alguna amiga de otra amiga a la que le habían dicho que tenía una reserva ovárica muy pobre. O que debía congelar óvulos porque tenía ovarios poliquísticos. No sería tan sorprendente a no ser porque todas las implicadas en la conversación no superamos los 26. Hasta que el otro día me tocó visita con la ginecóloga y me dijo: “mira, esto es tu reserva ovárica”.

Mientras mis ojos enfocaban sin ver los manchones grises del monitor del ecógrafo que se suponía que era mi ovario derecho, una tromba de ideas pasó por mi cabeza: “¿En serio ya me están recontando los óvulos? ¿Ya soy así de adulta? ¿Y si me dice que tengo muy pocos?”. Como si me hubiera leído la mente (o la cara) la doctora me dijo que tenía siete folículos en el ovario. “Tienes una muy buena reserva”. Ella sonreía, yo exhalaba un suspiro mental. Me sentí aliviada. ¿Aliviada de qué?

Siempre he tenido claro que no quiero tener hijos, por lo que nunca me había preocupado el tema de la fertilidad. O eso creía. Porque ahora ya no sabría decir con seguridad cuál habría sido mi reacción si me hubiera dicho que tenía una reserva ovárica baja. O que debía congelar óvulos como le pasó a esa amiga de una amiga. No tengo la estabilidad ni el dinero suficiente para alquilar un piso yo sola, como para tener que decidir que hará mi yo futuro y pagar lo que vale congelar óvulos. Porque eso cuesta pasta.

Con la perspectiva de los días me doy cuenta de que esa sensación de alivio no era por el hecho de tener que decidir nada sobre si querría congelar óvulos o no. Era más bien la ligereza de saber que aún eres “joven”. Que aún pasas la prueba del algodón a pesar de que sepas que ya no puedes ser la novia de Di Caprio.

El reverso de ese alivio es la misma ansia con la que examinas las posibles arrugas en el espejo y te aplicas crema solar en el cuello para no tenerlo flácido cuando llegues a los 60. Es la presión por ser siempre jóvenes, atractivas, y sí, también fértiles.

No se trata de ningún sentimiento nuevo, de hecho seguramente es el más antiguo de todos. Siglos de historia dónde la única razón de ser de las mujeres era procrear, lo han grabado a fuego en nuestro subconsciente. Más camuflado, pero aún hoy sigue existiendo. Socialmente, la idea de fertilidad está íntimamente ligada a la juventud cuando eres mujer. Una losa que crees que no tienes, hasta que empiezas a cumplir años y la ves encima de tu espalda.

Son estos momentos en que te das cuenta del monstruo que tienes metido dentro tuyo. Uno que has ido mamando con los años sin saberlo, mientras estabas convencida de que a ti eso no te pasaría; que no te preocuparías por las posibles arrugas, por las canas, por perder ese brillo que tienes a los 18. Por tener miedo de que parte de tu valor o interés se vaya con la juventud.

Es como si empezarás a verte a través de los ojos de algunos hombres. Y te das cuenta de que has interiorizado su perspectiva, porque es la perspectiva de toda la sociedad: la de un hombre que busca carne joven. Que busca tierra fértil. Y eso también lo saben las empresas de fertilidad y tu algoritmo de Instagram que no para de enseñarte anuncios de congelación de óvulos. Hasta hay influencers en Tiktok explicando todo su proceso. La pregunta es si, una vez más, se están capitalizando nuestros miedos. Unos miedos que no sabemos si realmente son nuestros o son suyos.