Un chaval de 25 años entra en un bar de el pequeño pueblo de Ruinerworld, un pueblo de no más de 2.800 vecinos en el norte de los Países Bajos. Se sienta, se pide cinco cervezas y se las bebe sin mediar palabra. Parece desubicado y muy nervioso. Cuando el alcohol hace su efecto, el chico suma las fuerzas necesarias para pedir ayuda: acaba de escapar del sótano en el que su padre le ha retenido junto a sus cinco hermanos y su madre durante casi una década.
“Me dijo que se había escapado y que necesitaba ayuda. Dijo que quería acabar con la forma en la que vivía su familia. Tenía el pelo muy largo, la barba sucia, llevaba ropa desgastada y tenía una mirada confundida”, explicó a los medios locales el dueño del bar, Chris Westerbeek. Sin embargo, no era la primera vez que el joven había acudido al bar. En los días previos se había dejado ver por los alrededores del lugar sin saber muy bien qué hacer. Debido a su extraña conducta el dueño del establecimiento llegó a pensar que se trataba de una persona con problemas mentales.
“Dijo que no había estado en una peluquería en nueve años. Su forma de hablar era muy infantil”, señaló el dueño del establecimiento. Pero aquella noche, y tras pedir ayuda desesperadamente, la policía local tomó cartas en el asunto. El joven condujo a los agentes hasta la granja de la familia en la que, según él, todavía se encontraba el resto de la familia. Allí se encontraron una propiedad oculta en un pequeño bosquecillo con un huerto, una cabra y rodeada por una especie de canal a la que se accedía por una pasarela. Es decir, todo estaba dispuesto para pasar desapercibidos hasta el día en que el colapso de la civilización llegase.
Según los relatos de los vecinos, el padre de familia, apodado ‘el austriaco’ ya que sus vecinos pensaron que procedía de aquel país, se había encargado personalmente de cercar toda la propiedad y evitar que las miradas curiosas pudieran ver sus preparativos para lo que él llamaba “el fin del mundo”. “Parecía un hombre muy espabilado. Si te acercabas al patio, te echaba. Estaba mirando todo el tiempo con unos binoculares. No sabíamos nada más de él, creíamos que vivía solo”, declaró un vecino que añadió que incluso el día en que se mudaron allí muchos residentes se acercaron con obsequios para darles la bienvenida. El padre de familia los recibió en la puerta y tras aceptar los regalos les cerró en los morros.
La residencia de esta extraña familia era una discreta aunque bien equipada fortaleza que les proveía de verduras, frutas, tubérculos y leche de cabra para subsistir. Cuando los agentes accedieron al recinto descubrieron, gracias a las indicaciones del joven, una escalera conducía al sótano de una casa en muy mal estado y con todas las puertas y ventanas tapiadas. Una vez entraron en el sótano lo que vieron les dejó impactados: los hermanos del joven, un chico y cuatro chicas de entre 18 y 25 años, se encontraban allí junto al padre. Al parecer, el hombre de 58 años había sufrido un infarto cerebral hacía algún tiempo y no era capaz de ponerse en pie por lo que descansaba en una cama.
Lo más preocupante de la situación es que a pesar del relativo buen estado de salud de los jóvenes no había rastro de su esposa y madre de los seis hijos por lo que los agentes dedujeron que habría fallecido en algún momento del encierro y habría sido enterrada en la propiedad. Por desgracia, las búsquedas llevadas a cabo por los agentes no consiguieron encontrar el paradero de la mujer y el hombre se negó a colaborar con los agentes. La policía y las autoridades municipales se hicieron cargo de los jóvenes todos ellos mayores de edad ante la evidencia de que su desconocimiento del mundo que les rodea les impide, de momento, llevar una vida integrados en la sociedad. En palabras de la responsable de la investigación, Ramona Venema, la situación de esta familia es tan desconcertante que la investigación así como la reinserción en sociedad de sus miembros será un proceso lento y delicado.