‘HLM Pussy’ o cómo germina la semilla de la lucha feminista y la denuncia ante el abuso

Fue el pasado mes de marzo cuando esta película se estrenó y el pasado viernes 12 de abril, el film llegó a las pantallas de toda España

La escena empieza con una conversación de WhatsApp en la que diferentes mensajes que se intuyen (de pronto) de preocupación, se intercalan. Los nombres que se pueden observar en la conversación son el de Amina, Zineb y Djeneba. Estas tres amigas inseparables son las protagonistas de HLM Pussy, la película dirigida por la autodidacta Nora el Hourch. No es en vano resaltar ese aprendizaje propio de la directora, ese viaje sin guías, ese impulso de hacer cine sin teorías ni manuales, sino solo a través de tener la cámara en la mano. No lo es porque, quizás, de haber existido, este relato sería distinto: quizás más armado, quizás menos cierto, quizás más recatadito, sobre todo para esas miradas a las que este tipo de verdades les incomoda.

Fue el pasado mes de marzo cuando esta película se estrenó y el pasado viernes 12 de abril, el film llegó a las pantallas de toda España. La historia está atravesada por las propias vivencias de Nora el Hourch y ella, con ese dolor y esa rabia extirpadas, consigue narrar y retratar cómo se encarna el movimiento #MeToo en la adolescencia, desde dónde se lucha, en qué momento y bajo qué circunstancias esa semilla nos florece en mitad del pecho y del estómago y cuáles son los mecanismos (a veces, por desgracia, fallidos y desordenados) que tenemos para gritar y denunciar aquello que nos destroza.

Los pilares del relato

Pero no es este el único pilar que se desmenuza en HLM Pussy, también se habla de diferencias sociales, de esa realidad que habita silenciada y oscura en los suburbios de París, de cómo la amistad nos protege y a la vez nos puede descolocar, desde dónde emerge la fuerza que se comparte y se alimenta entre mujeres y, también y sobre todo, de cómo el abuso sexual y la agresión, en la mayor parte de los casos, ocurre en el entorno familiar y no tanto en un callejón oscuro con un delincuente fantasmagórico construido en el imaginario de todas nosotras gracias a esos relatos donde se nos enseña qué forma tiene el terror.

Amina, Zineb y Djeneba comparten una amistad que parece estar hecha a prueba de todas las balas. Pero hay una chispa interna calladita que parece estar a punto de explotar. Es la clara diferencia de clases que existe entre las tres. Amina proviene de una familia acomodada, padre cirujano, madre abogada. Una familia construida por ese perfil de hombre que llega sin nada y se busca la vida y la riqueza que posee es solo gracias a ese esfuerzo. Un mensaje que quiere que cale en la mente de su hija, para que ella “no pase por lo mismo”, como tantas veces le repite. En cambio, Zineb y Djeneba viven, han crecido y se han formado en los suburbios, una vive con un tío y sueña con una beca que la saque de ahí y le permita crecer y triunfar en Estados Unidos y la otra, con una familia deshecha, que se mueve en el universo de las drogas y unos cuidados ausentes, asumidos en muchas situaciones por ella misma.

El abuso en el entorno familia

Cuando Zineb sufre una agresión a manos de un amigo de su hermano, las grietas empiezan a abrirse. Primero porque Amina arma una estrategia para denunciar la situación, a la que Zineb y Djeneba acceden dudosas y, más tarde, porque Amina, a pesar de la negación de sus amigas, hace público ese vídeo con los rostros censurados. En esta línea aunque la intención de Amina es del todo positiva, sus actos tropiezan, se vuelve torpe. Tiene el impulso de ayudar pero no es consciente del miedo que viven las otras dos.

Zineb es ingenua, dulce, tímida, se deja llevar, duda. Djeneba es el grito, quizás la más sensata de las tres, pero que aunque siente el impulso de la denuncia y la rabia, prefiere pasar por el aro antes de que el caos (un desorden formado por amenazas y fuerza bruta) las ahogue. Es sin duda, una película armada en ese contexto del cambio, en esa faceta de los 15 años en la que quieres romper con lo que tu familia te ha enseñado, que quieres armar tus propias ideas, tu propio camino y por eso aún estás averiguando cómo se hace. Es a la vez, una película en la que la directora lanza un mensaje de esperanza, porque ahí, en esa generación que mira de frente, puede nacer el cambio.

Un cuestionamiento amargo

Me gustaría, ahora, alejada de la trama y la ficción, centrarme en las dudas que han cuestionado a la directora y que atraviesan la realidad demostrando que este tipo de relatos siguen siendo necesarios. Mientras leía diferentes reseñas y entrevistas, fue naciendo un discurso que me sorprendió. Varios medios y “expertos” comentan que la escena del abuso (un beso forzado) no es suficiente para desencadenar toda la película. Este tipo de comentarios son extremadamente peligrosos: nunca es SOLO un beso. Sí pasa algo, sí hay abuso, sí está mal, si no hay consentimiento. Si no te han permitido pasar, no pases. Aunque Zak, el personaje que ejerce el abuso sobre Zineb, hubiera “solo” bloqueado la puerta, ya habría sido un problema.

No es posible que se necesite un abuso explícito, doloroso, descarnado, bruto y desgarrador, para que se nos abran los ojos. Es más, diría que es un acierto que la directora haya puesto esa acción como abusiva, así quizás se planta una semilla en la cabeza de muchos jóvenes y puedan entender esos entresijos que tiene la supuesta zona gris del consentimiento. Sobre todo porque no existe: no hay zona gris, por eso hay que enseñar cuándo está mal desde los mínimos actos. El silencio, la quietud, la evitación no te están diciendo que sí.