El síndrome de la impostora se puede medir en euros: este es el dinero que perdemos por creer que “no somos suficiente”

El síndrome de la impostora no solo afecta a tu autoestima, también tiene consecuencias sobre tu economía

El término “síndrome de la impostora” ya forma parte de nuestro día a día. No hay quedada con las amigas que alguna no hable de trabajo y la otra le diga “tía, es que eso que te pasa es el síndrome de la impostora”. Sentir que una no es lo suficientemente buena para su puesto de trabajo, que no da la talla, que está donde está porque “tiene suerte”. Esos pensamientos no solo afectan a nuestra autoestima y a nuestra salud psicológica, sino también a nuestro bolsillo.

El síndrome de la impostora o síndrome del impostor, afecta tanto a hombres como a mujeres. Aunque afecta más a las mujeres por el tipo de inputs sociales que recibimos. Así mismo, se trata de una actitud (que no patología) que afecta tanto a mujeres jóvenes que acaban de entrar en el mercado laboral, como a directivas de grandes compañías. Ponerle cifras claras no es fácil en cuanto a dinero, pero sí que hay maneras de aproximarse a lo que puedes estar perdiendo a causa de esta inseguridad.

La más básica de todas es la dificultad por pedir un aumento de sueldo. Para la mayoría de trabajadorxs esta es una conversación incómoda, y más como está el patio últimamente. Tener síndrome de la impostora lo que hace es empeorar la situación, ya que nunca sienten que hacen su trabajo suficientemente bien como para pedir un aumento. Siempre hay la idea de que la tarea que realizan no es tan importante o que aún no es el momento. Lo cierto es que si ya llevas más de un año o dos en una empresa, ya es motivo suficiente para pedir una revisión de sueldo. Pero si además estás haciendo bien tu trabajo y has ido asumiendo otras tareas y responsabilidades, tienes muchos motivos para pedir un aumento.

Tienes derecho a un aumento de sueldo

Cuanto más tardes en pedir ese aumento, más tiempo vas a estar perdiendo dinero. Así pues, imagina que quieres que te suban de 18.000 netos anuales (unos 20.000 brutos) a 20.000 netos anuales (unos 22.000 brutos). Cada año que pasa estás perdiendo unos 2.000 euros.

A la hora de aceptar nuevos trabajos, donde asumes más responsabilidad, y donde te pagan más que tu empresa actual, también es uno de los momentos en los que aparece el síndrome de la impostora y actúa como freno. No te atreves a dar el salto, te da miedo que no salga bien, de que no funciones bien en esa empresa, que seas la peor empleada, etc. etc. Bien, pues teniendo en cuenta que según expertos citados por El País, el aumento de salario razonable con un cambio de trabajo tiene que ser de entre un 15% y un 30%, puedes calcular cuanto dinero te ha costado este miedo. Basta que multipliquemos los años de estancamiento por el dinero que habría aumentado nuestro salario si hubiéramos aceptado la propuesta.

La necesidad de hacer horas extra para demostrar tu “implicación” en la empresa y sentir que así compensas tus “faltas”, es otra cosa que también te hace perder dinero en trabajo. Suma todas esas horas de más que te quedaste porque sí (aunque a veces simplemente es la dinámica de mierda de la mayoría de trabajos) y después multiplícalo, por lo que valen las horas extra en tu empresa y que tendrían que pagarte. O bien deduce lo que te pagan por hora y multiplícalo por todas esas horas regaladas por simple inseguridad.

No tengas prisa, ni te fuerces: el cambio llegará

De todas maneras, no siempre es fácil actuar con firmeza. Pedir ese aumento de sueldo sin que te tiemble el pulso es bastante complejo. Algo que solo consiguen algunas personas (todxs en el fondo estamos un poco cagadxs antes de hacerlo). Lo mejor que puedes hacer es reconocer qué te está frenando y por qué (llámale síndrome de la impostora o inseguridad). Luego ya te darás el tiempo suficiente y el espacio para tomar decisiones. Pero recuerda que siempre depende solo de ti. Que nadie te fuerce a nada. Ten paciencia contigo.

No nos olvidemos de que, al final, el síndrome de la impostora es fruto de una sociedad machista y patriarcal que ha instalado en nuestras casas y en nuestros cuerpos la sensación de que no somos merecedoras de algo que, en realidad, sí nos pertenece.