Cómo La Esquizofrenia De Mi Hermano Le Convirtió En Una Amenaza

No era capaz de entenderlo. Habíamos crecido juntos y ahora sentía que no le conocía en absoluto. Porque no era el mismo. Era otra persona completamente diferente, un desconocido.

Relato inspirado en las declaraciones del protagonista real de la historia.

No era capaz de entenderlo. Habíamos crecido juntos y ahora sentía que no le conocía en absoluto. Porque no era el mismo. Era otra persona completamente diferente, un desconocido. Jamás podré olvidar el día en el que el psiquiatra nos dijo que mi hermano era esquizofrénico. Nunca borraré esas palabras de mi mente porque esa fue la confirmación de que algo dentro de él había cambiado y de que estamos atrapados en una situación que nos iba a cambiar la vida.

Él ya no era ese niño con el compartía los rotuladores ni con el que jugaba a escondernos en los armarios para asustar a papá y mamá. Ambos nos habíamos hecho mayores, pero no sólo consistía en eso: él se ha transformado. Empecé a sentir miedo a que me hiciera daño. Miedo a que hiciera daño a mi madre. Miedo a que hiciera daño a cualquiera. O a sí mismo. Miedo. Pero todo pasa, siempre hay solución. Y esta es mi historia.

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Todo empezó cuando falleció mi padre. Un duro golpe del que es difícil reponerse, que te descoloca la vida. Pero mientras unos aprendemos a seguir adelante, otros buscan sus propios métodos para mitigar el dolor. Y ese fue el caso de mi hermano, que empezó a juntarse con malas compañías y a coquetear con las drogas. El médico nos explicó que hay personas que pueden tener latente esta enfermedad, pero que tal vez nunca la desarrollen a no ser que adquieran malos hábitos que la hagan aflorar. Y así sucedió: mi hermano comenzó a cambiar, a volverse violento, a amenazarnos, a desaparecer de casa, a meterse en líos que no eran propios de él.

Mi madre y yo, antes de saber el diagnóstico, suponíamos que todo aquello era una reacción al profundo dolor por la pérdida de mi padre. Pero era algo peor: mi hermano había desatado su enfermedad y ahora padecía esquizofrenia. Lo peor es que resulta imposible ayudar a estos enfermos a no ser que ellos quieran; no son conscientes de su dolencia, no la asumen y, por tanto, no quieren medicarse y se descontrolan.

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Pronto decidió marcharse de casa y sentimos, por un instante, cierto alivio. Aunque suene cruel, en mi interior se había gestado un sentimiento de odio y temor hacia mi hermano o, mejor dicho, hacia la persona violenta y agresiva en la que se había convertido. Ya habíamos intentado ayudarle y él no quería dejarnos, no teníamos más herramientas. Es más, nos amenazaba constantemente y se ponía violento. ¿Qué más podíamos hacer? Él ya representaba un peligro real para nosotras.

Pero aunque ya no estuviera en casa, esos días fueron un infierno: además de sentir vergüenza ante la gente por la situación que atravesábamos, se sumaba el hecho de que no podíamos descansar en ningún momento. Cualquier ruido en mitad de la noche, cada vez que sonaba el teléfono, que alguien tocaba el timbre. Todo era motivo de alarma.

Al poco, volvió. Yo no estaba en casa, pero mi madre sí. Entró como si tal cosa y empezó a exigir dinero y a amenazar con matarnos a las dos. Esa no era la primera vez que decía algo así, pero parecía que en esta ocasión iba en serio. Mi madre no tuvo otro remedio que huir y llamar a la policía, asumiendo el dolor que produce tener que denunciar a tu propio hijo porque no te deja otra elección. Pero no era él quien actuaba sino otra persona.

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Tras meses de gestiones, papeleos y continuas visitas a médicos y asociaciones especializadas, conseguimos que ingresara en el hospital por orden judicial. Solamente allí los profesionales tuvieron la oportunidad de trabajar a fondo sobre su enfermedad y consiguió estabilizarse. Poco a poco vuelve a ser el mismo y ahora sí me recuerda al niño con el que jugaba en el jardín y al que cuidaba en el recreo.

Resulta imposible plasmar con palabras todos los sentimientos que pueden llegar a aflorar en ti cuando tu hermano se convierte en un peligro para tu familia. Compasión, rabia, incomprensión, egoísmo, vergüenza, pena, odio y amor. Afortunadamente, estas historias suelen tener un final feliz y es más fuerte la voluntad de salir adelante y el poder del cariño que la puta enfermedad. Hoy respiramos más tranquilos y los médicos son optimistas: aunque la enfermedad jamás desaparecerá, con medicación y atenciones mi hermano nunca volverá a ser un peligro ni para él ni para los demás y podrá llevar una vida normal. Ahora, por fin, no nos da un vuelco el corazón cuando alguien llama al timbre en mi casa.

 

Crétido de la imagen: Fanny Latour-Lambert