‘LLYLM’ de Rosalía o cuando amamos a quien no nos quiere

No sabemos por qué queremos a alguien que no nos quiere, pero cada vez que nos acordamos o pensamos en esa persona, las entrañas se nos agitan

“Lie like you love me”. Miente, como si me quisieras, canta Rosalía en su nuevo tema LLYLM. “Miénteme. Dime que aún me quieres como yo te quiero”, le pidió Sterling Hayden a Joan Crawford en la película “Jonnhy Guitar”. “Diguem que m’estimes, omplem el cos de mentides”, entonaban los tarraconenses ‘Els Pets’. Estar enganchadx a esa persona a pesar de saber que no es recíproco, que nunca lo será, pero aun así necesitarlo. No poder soportar la idea de que ya no es lo mismo, que ya no te quiere, y aferrarte a las brasas apagadas.

Desear que nos quiera quién no nos ama. Escribir Whatsapps y no llegarlos a enviar nunca a esa persona. Stalkearle todo el feed de Instagram, Twitter y si se puede, incluso el Facebook que tiene abandonado. Esperar una señal. Esperarlx en una cafetería a la que has ido expresamente para coincidir 15 minutos y que a última hora no se presente. No enfadarte (o no poder mostrar tu enfado) y sentirte estúpidx porque solo es un rollo/follaamigx. O unx compañerx. O unx amante. O unx amigx.

No es nada nuevo el leitmotiv de la última canción de Rosalía: el amor no correspondido, una relación que ya se acaba, un romance malquerido, la incapacidad de vivir una realidad vacía del otro. Pero aun así nos sigue removiendo la idea de “la pulsera de flores”. Nos evoca chats archivados que aún revisitamos y nos negamos a borrar, porque sino, ¿qué nos queda? Algo tan irreal, tan desquiciado, que en la era de la digitalización, de lo incorpóreo, aún necesitamos letras escritas, objetos con peso y a merced de la oxidación, para constatar que no nos lo inventamos. Que no perdimos la cabeza. Aunque puede que un poco sí la perdiéramos.

No hay una respuesta clara al por qué amamos a los que no nos aman, o al menos por qué seguimos enganchadxs a lxs que nos malquieren. O a los que directamente ya no sienten nada por nosotrxs. Aunque hay una abismo entre el amor platónico y esa relación moribunda a la que nos aferramos, en mayor o menor o medida, todxs nos hemos arrastrado por un mal amor. Por un deseo de esos que hacen que tu vida gire alrededor de la otra persona. Que a cada portazo que da cuando entra en el comedor, no puedas obviar su presencia, aún queriendo ignorarla con todas tus fuerzas. Intentar rebelarnos patéticamente para no convertirnos en un pobre alemán confinado en un sanatorio de los Alpes, a la merced de Madame Chauchat.

Es un deseo que nos duele. Que nos sitúa en el centro de todas las vulnerabilidades, que nos hace descender hacia todos esos “yo nunca” para cumplirlos con los ojos vendados. Porque sí, a pesar de las horas de desaliento y desencaje, de las canciones reproducidas en bucle y dedicadas en silencio a esa persona, lo volverías a vivir. Construyes y reconstruyes una ficción que te alimenta por días, semanas, hasta que vuelves a ver esa persona, hasta que se digna a contestarte el mensaje cuatro días después. Y no puedes evitar justificarla. Todxs necesitamos de ficciones para hilar la vida con la realidad, porque sin ellas esta no se sostendría. Que nos quieran, aunque sea de mentira, aunque solo sea una noche, para hacerlo todo más liviano. Para que podamos creer en el destino.

Hasta que un día, después de tantas veces que te has desencajado ante esa persona, el espejo se rompe. Y ya no puedes más. O peor aún, hasta que la otra persona, finalmente se va y no te queda otra que resignarte. Igual que cuando la esperabas por días y horas, sin quejarte, sin reproches. Carcomiéndote por dentro. Dudarás que puedas a volver a vivir algo igual: tenlo por seguro, nunca más sentirás ese precipicio en la boca del estómago. Pero volverás a querer, y la próxima vez, ahora sí, vas a querer que te quieran de verdad. Querrás a quién te quiere bien.