Todas las películas ganan mucho en una sala de cine. No importa que en casa tengas una tele de sesenta pulgadas 8K: la imponente pantalla y su inevitabilidad, el sonido envolvente, la experiencia social y, sobre todo, el grado de concentración que alcanzas ahí hacen del visionado en cines algo mucho más trascendental. No obstante, está claro que algunos tipos de película ganan más que otras cuando los trasladas de casa a una sala. Y qué pena que algunas de las mejores de este rollo salieran cuando aún no habías nacido o eres tan solo un polluelín. Ojalá tener la oportunidad de gozarlas en cine alguna vez.
2001: Una odisea en el espacio
La filmografía de Stanley Kubrick está colmada de obras maestras, todas ellas marcadas por ese estilo de dirección tan peculiar, meticuloso y obsesivo del cineasta neoyorkino. La naranja mecánica. La chaqueta metálica. El resplandor. Senderos de gloria. Y sería delicioso poder verlas en la portentosidad de una sala de cine. Dicho esto, si hay una peli de Kubrick que todo ser humano debería tener la oportunidad de ver tal y como la vieron en 1968 esa es 2001: Una odisea en el espacio. Tiene que ser apoteósico. Orgásmico. Delirante. Si ya en casa terminas del todo cautivadx por esas imágenes y esa banda sonora tan espectacular.
Pulp Fiction
Otro director al que se le caen las joyas cinematográficas de las manos es Quentin Tarantino. Y no vamos a descubrirte nada a estas alturas de la vida: que si Reservoir Dogs, que si Kill Bill, que si Jackie Brown, que si Malditos Bastardos, que si Django desencadenado. Pero si hay una que enamora a todo el mundo, incluso a quienes intentan odiarla, esa es Pul Fiction, sin duda una de las cumbres más altas del cine moderno. Su montaje no lineal, sus diálogos hechizantes, la belleza de sus planos y, sobre todo, por encima de todo, ese inolvidable baile de Vincent y Mia Wallace deben romperla en una sala de cine. Ojalá bien fuerte.
Trainspotting
La adaptación de Danny Boyle de la novela homónima de Irvine Welsh es una pasada que encandila a todas las generaciones una detrás de la otra. Su discurso antisistema, su fantasía visual y su depravado y desesperanzado guion son pura genialidad que conecta muy bien con todas las adolescencias habidas y por haber. Estrenada en 1996, un fallo cósmico en el momento de tu nacimiento evitó que pudieras ir a verla en cines en aquella época, y sabes que sería una experiencia inolvidable. Especialmente si no la hubieras visto nunca. ¿Te imaginas ir sin la más mínima expectativa y encontrarte con esta sabrosura tan loca?
La vida es bella
Y hablando de ir a una sala de cine esperando ver una película y chocándote de frente con una obra maestra del cine: La vida es bella, la linda y al mismo tiempo desgarradora historia de un padre y un niño cautivos en un campo de exterminio de la Segunda Guerra Mundial. Lo tiene todo para partirte el corazoncito: amor, ingenuidad, crueldad y un estilo cómico muy cercano a lo chaplin. Resulta difícil pensar cómo habrías acabado de haberla podido descubrir en una sala de cine. Probablemente nunca se haya llorado tanto al mismo tiempo como en las salas españolas en febrero de 1999. Con ese final es inevitable.