Los caminos del arte son inescrutables y al músico mallorquín Xavibo le han llevado a encerrarse nada más y nada menos que 13 días en un escaparate de una tienda de Madrid. Sí, todo el mundo que pasa por allí tiene la oportunidad de observarle. De cotillear. De forma parte de su vida desde la posición de espectador. Algo muy similar a lo que ya haces con mucha otra gente a través de las redes sociales pero de una forma bastante más cruda. Lo tienes ahí delante. En pijama. En su camita. Solo. Porque esa es la gran motivación del cantante para sumergirse en esta performance: “aprender a estar solo” en una sociedad que huye de la soledad.
Y ahí dentro lleva un diario. Uno que publica en su cuenta de Instagram para que también su pensamiento y su emoción, las fronteras últimas de su intimidad, sean traspasadas por quien quiera que se pase por ahí. El segundo día por ejemplo, habla de los intentos de otras personas por conectar con él de algún modo a través del cristal y de lo agotador que resulta ser observado constantemente. El tercero muestra una lucha contra el aburrimiento. Un aburrimiento del que todo el sistema trata de alejarte en todo momento. Hacia las redes. Hacia el consumo. Hacia algo que dé dinero a alguien. Que te estés quietx no resulta rentable.
No hay duda de que el proyecto mola. De que es valiente. De que puede expresar muchas cosas interesantes y autocríticas del mundo en el que vives. Pero también está teniendo su polémica. Primero, porque para mucha gente esto es solo una manera de llamar la atención: envolverse en papel de burbuja, disfrazarse de Papá Noel en Navidad para felicitar a la gente en el metro o hacer de novia a la fuga en un concierto para solteros son algunas de las campañas de Xavibo para hacerse ver. En cualquier caso, una cosa no quita la otra. Eso de estar 13 días expuesto a la gente puede ser marketing y arte al mismo tiempo. Depende de la mirada.
La otra polémica viene por Andrea Roma, una artista multidisciplinaria que a finales del año 2023 se encerró durante una semana en un escaparate de Barcelona. Efectivamente: exactamente lo mismo. Allí dormía, comía y hacía su día a día frente a la mirada a veces indiferente y a veces curiosa de la gente como parte del proyecto performativo Me dejo de mí, que invitaba no solo a la actitud voyeur, sino también a reflexionar sobre cómo eres pura interpretación una vez abandonas la intimidad de tu habitación. Ese espacio tan tuyo donde sí eres tú. ¿Plagio? ¿Homenaje? ¿Continuación? Una vez más, depende de la mirada.