Tuve que ir a una agencia de citas a ciegas para darme cuenta de todo lo que hacía mal en Tinder

No sabía nada de él, solo que según nuestra celestina éramos compatibles. Llegué con una lista de temas y ardor de estómago por los nervios, listo para decepcionarme. Pero no fue así
Archivo personal

Voy con mi mejor camisa, mis mejores pantalones y mis mejores zapatos hasta ese restaurante del centro de Barcelona. En total, solo estas tres prendas valen lo mismo que todo mi armario. Pero claro, quiero quedar bien. He quedado con Bruno, un desconocido que, según la agencia de citas a ciegas que ha organizado esta primera cita, es muy compatible conmigo. ¿Será verdad?

De él no sé prácticamente nada. No tengo foto de su cara porque “primeras impresiones solo hay una, e intentamos que sea cara a cara”, me explica mi asesora. Le pido una descripción de él, para averiguar si me atraen esos rasgos “tan iguales” que ha hecho que dedican emparejarnos. “Bruno tiene 31 años y es de Brasil, aunque se mudó hace años a Barcelona. Es una persona empática, generosa y que sabe escuchar a los demás. Tiene estudios universitarios y un buen trabajo. Se siente atraído por personas que de alguna manera rompen con el sistema, porque es un chico abierto de mente y nada conservador. Hace deporte, no es fumador, es animalista, le gusta viajar, leer e ir al cine y al teatro”. Por la descripción, es una persona de izquierdas y pretenciosa, igual que yo. Quizá tiene razón y encajamos.

A dos días de quedar, la celestina me envía una descripción de Bruno, para irme haciendo a la idea: “físicamente mide 1,75 cm, es de complexión normal. Lleva el pelo corto y es moreno. Lleva barba. Viste de manera casual y con corrección”. Este último detalle fue el que hizo que decidiera por llevar mis mejores galas.

Dudas, nervios, tensión

Llego cinco minutos antes al restaurante. Los nervios son tantos que estoy empezando a sudar, y no me atrevo a entrar por la puerta. Escribo un mensaje a mi mejor amigo con todas las dudas que me aterran: “No sé ligar fuera de apps. ¿Cómo se hace? ¿Y si no me gusta? Peor: ¿y si no le gusto?”.

Realmente, es un miedo que me congela las piernas y me impide cruzar las puertas del bar. Desde que tuve mi despertar sexual existe internet. Teníamos Badoo y otras páginas de ligoteo del estilo. Yo, además, como homosexual, no tenía muchas oportunidades de ligar en mi día a día en el instituto, vecindario y amigos solo conoces un par de personas LGTBI y no siempre tenéis la suerte de encajar, por lo cual siempre lo hacía por internet. Eso facilita las cosas: sabes que si responde es porque le gustas. Pero aquí no tenía esa certeza.

“¿Y si tiene los dientes mal?”, le envío otro mensaje a mi amigo. “Si tanto estás sufriendo no sé por qué accedes a esto”, me responde. Me estoy empezando a arrepentir, aunque estaba convencidísimo de esto solo hacía unos días cuando envié la solicitud. Acababa de pasar el riguroso luto por haber roto con mi ex y quería conocer personas nuevas. Pero mira, estaba asqueado del ligoteo por apps y sus conversaciones anodinas, preguntas repetitivas y los ghostings. Así que busqué asqueado del ligoteo por apps y me dije: “que sean ellos mi Tinder y me busquen alguien compatible”. Dos semanas después de haber hecho la solicitud, tenía el mensaje de si quería conocer a Bruno.

Toca la hora en punto, son las nueve. Guardo el móvil en el bolsillo y entro. Pregunto al camarero de la entrada por la reserva a nombre de Bruno y Abel. "Sí, ya ha llegado”, me dice mientras me acompaña a una mesa con un chico que se levanta al verme para darme dos besos. Existe y es puntual.

El primer contacto

Lo primero que percibo de él no es su aspecto físico, sino su buen olor. Olía a nuevo, a fresco, a flores. En cuanto nos separamos, me da tiempo de analizarlo. Sonrisa perfecta, ojos bonitos y color miel, pelo castaño y perfectamente peinado, barba arreglada, facciones muy atractivas. “Mierda, es más guapo que yo”, me repite mi baja autoestima mientras me siento.

En cuanto nos sentamos hay un incómodo silencio. Noto en su cara de tensión que ambos pensamos lo mismo: ¿cómo se liga sin apps? Aquí no hay tiempo para pensar qué decir. No hay opción de borrar el texto antes de enviarlo. No hay opción de consultar a tus amigos qué responderle. De nuevo, nos miramos a los ojos y sonreímos. Ambos estamos pensando lo mismo. Nos reímos y repetimos otra vez el “hola”, como para volver a empezar. Juraría que esto es calcado a una escena de una película romántica de Cameron Diaz.

A partir de ahí surge la conversación. “¿A qué te dedicas? ¿De dónde eres? ¿Qué series miras?”, las preguntas de rigor que se hacen en Tinder para empezar a hablar con un nuevo match y me doy cuenta de algo: lo que estamos teniendo aquí es el primer contacto que tendría con alguien en una app. Y es mucho más bonito, porque la frialdad en las apps, en las que solo lees, no puede compararse a ver las emociones de una persona hablando. Incluso que te hablen del trabajo cara a cara es más enriquecedor que te cuenten la historia de su familia por Tinder.

A medida que nos conocemos llego a la conclusión de que es un chico que no tiene demasiado en común conmigo. Lo único que nos gusta a ambos es BoJack Horseman, porque ni en viajar —él prefiere ciudades cosmopolitas y yo pueblos y naturaleza— nos ponemos de acuerdo. Y, sin embargo, estoy cómodo, hablando sin pretensiones, conociéndonos.

Todas las personas que he dejado pasar

Al final, reflexiono, esto no lo haría en una app. Ahí lo que habría sucedido es que el contenido de las primeras dos citas lo quemaríamos en dos horas de charla. Todas las preguntas insustanciales te las sacas de encima tecleando. Al final, si después de eso no hay una química explosiva, adiós. No damos margen a conocer personas con quienes no tenemos nada en común, porque creemos que encontraremos otras más afines. No habría conocido a Bruno.

Pienso en esto mientras tomamos el postre y me entristece un poco. ¿Cuántas posibles parejas o amistades hemos perdido porque una persona no es idéntica a nosotros? Los intereses comunes se pueden buscar y trabajar poco a poco, a medida que os vais conociendo. Sin embargo, la conexión emocional solo se refleja en persona. Y no estamos dando oportunidades, porque el trabajo que deberíamos hacer cara a cara lo hacemos rápido y mal a través del móvil. Es decir, cogemos Tinder para hacer una criba y al final solo nos decidimos por nuestras gotas de agua.

Nos despedimos y nos pasamos los móviles. Empezamos hablando un poco, pero como no conversamos cada día la relación se acaba enfriando. Cuando al cabo de unas semanas le paso mi feedback a la celestina, le comento que me parece que no hubo química porque hemos dejado de hablar rápidamente. Ella me dice que es una pena, porque él a los pocos días de la cita le comentó que había ido muy bien porque “le había gustado mucho mi sentido del humor”. Tristemente, me dejé llevar por la dinámica de apps del estímulo rápido y constante se había vuelto a imponer. Al cabo de una semana ya me parecía demasiado tarde para volver a escribirle. A él también lo he dejado pasar. No hemos vuelto a hablar.

Preferencias de privacidad