X-men: Fénix Oscura, una metáfora de por qué deberías tomar en serio tu salud mental
La lucha del bien contra el mal, el gran tema de la humanidad. Desde las religiones —las batallas entre ángeles y demonios cristianos— hasta grandes obras de la literatura universal tienen como argumento de base esta constante batalla. Es una inquietud que los humanos tenemos desde tiempos inmemorables. Siguiendo esta línea están la mayoría de las películas de superhéroes. En la aclamada Avengers: Endgame, los Vengadores luchan contra el gran villano Thanos. O en Capitana Marvel, donde Carol Danvers se enfrenta a la raza alienígena Skrull. Incluso en la primera entrega de X-men, los mutantes que representan los valores y la bondad se enfrentan a aquellos con una alienación moral malvada.
En la última entrega de X-men, Fénix Oscura, se vuelve a hablar de este eterno conflicto, tan presente en las grandes sagas de Marvel, pero con otro enfoque: Jane Grey, la protagonista, es heroína y villana, y la lucha entre la bondad y la maldad tiene lugar dentro de ella.
Para poner un poco contexto con spoilers leves, así que ahórrate este párrafo si no has visto la película, Jane Grey es una mutante que en una misión espacial absorbe una energía muy poderosa que amplifica sus poderes, los cuales siempre había tenido muchos problemas para controlar. A partir de ahí, todo se tuerce. Se convierten en una peligrosa arma. Pero, lo peor, es cuando se da cuenta de que esa fuerza espacial no tiene una personalidad propia, no la anima a cometer crímenes y actuar con maldad, sino que ella es, en el fondo, la responsable de todas sus acciones, aunque haya sido influida por otros para obrar así.
De heroína a villana
De esta forma, Jane Grey se suma a la lista de esos personajes tan aclamados por su complejidad y porque rompen el paradigma del héroe. Así como Walter White en Breaking Bad, Anakin Skywalker en Star Wars o Daenerys Targaryen en Juego de Tronos. Son protagonistas y seres queridos por el público. Son el héroe. Pero a la vez son el villano, el malo, aquél que no deberías seguir, aunque estás admirándolo a cada minuto de metraje.
Es innegable que la Fénix Oscura comete acciones moralmente reprochables. Incluso llega a mancharse de sangre inocente. Y aunque la explicación fácil sería que estaba poseída, no es así. Su oscuridad está dentro de ella misma. La culpa es de haber reprimido sus sentimientos, su agresividad y su salvajismo, no haberse enfrentado a su pasado traumático. Este nocivo cóctel emocional despierta esa maldad inherente que todos tenemos y que ella, por causas propias y ajenas, no ha aprendido a controlar y que solo requería de una pequeña chispa —la fuerza Fénix que absorbe— para desatar toda su cólera y potencial destructivo.
Es una historia parecida al desenlace de Daenerys, de Juego de Tronos, serie en la que también aparece la actriz protagonista de X-Men: Fénix Oscura, Sophie Turner. Daenerys, aunque tiene un buen fondo, por la incapacidad de tratar sus frustraciones, ira y rencores acaba colapsando cuando sucede una tragedia de magnitudes que se le escapan. Su fragilidad mental estalla y aquella que fue heroína se convierte rápidamente en una villana. La gran favorita, admirada por todos, acaba cometiendo actos atroces. Imposible no ver cierto paralelismo entre ella y la complejidad psicológica de Jane Grey.
Este conflicto psicológico se podría resumir en la famosa frase que el tío Ben le da a Spider-man: “un gran poder conlleva una gran responsabilidad”. La lucha que Jane Grey lleva batallando toda su vida.
Deberías luchar tus batallas psicológicas
De la historia de Fénix Oscura podemos extraer una enseñanza aplicable a nuestro día a día. Sí, la acción de la película va entorno a una gran batalla con tintes intergalácticos, pero se esconde una metáfora que apela a nuestras realidades más inmediatas, y es sobre la salud mental y la necesidad de afrontar nuestros problemas para que no nos consuman. A nosotros, y a los que nos rodean.
Jane Grey de bien pequeña alerta, spoiler asesina sin querer a su madre. Su padre no puede quererla después de eso y la abandona. “Mi mundo murió con tu madre y tú estabas en él”, le dice cuando se reencuentran. El doloroso recuerdo del abandono la atormenta, pero gracias a —o por culpa de— Charles Xavier lo reprime en su inconsciente. En lugar de afrontar todo el dolor que le produce, toda la culpabilidad, Xavier utiliza sus poderes para bloquear esas sensaciones negativas.
Obviamente, esa situación no iba a aguantar así siempre. Una vez la posee la demoledora fuerza Fénix, las barreras psicológicas caen ante tal dosis de poder y todo se complica. Todos esos demonios y batallas psicológicos que la corroían por dentro, al no haber sido tratados, se convierten en su debacle emocional. Se obsesiona con ir a buscar a su padre, necesita respuestas, necesita batallar esa guerra emocional que ha dejado apartada. Y lo hace con tanta ira y poder destructivos acumulados que acaba asesinando a inocentes que nada tienen que ver con esta batalla.
Jane Grey arrastra a la perdición a todos aquellos que la quieren porque en vez de curar y cicatrizar esas heridas del pasado, ha decidido obviarlas. Y aquí está esa lección de vida, Fénix Oscura nos recuerda que toca perdonarnos a nosotros mismos, toca explorar nuestros traumas, aquellas cosas que no nos atrevemos a afrontar. Porque seguirán ahí, y no se irán. Y volverán a surgir, con más fuerza, para hacer daño.
La historia de Jane Grey, aun así, no es trágica. A lo largo de la película nos recuerda que nunca es demasiado tarde para retomar esta asignatura pendiente, la estabilidad mental. Y que apoyándonos en nuestros seres queridos podemos superar estos baches y avanzar. Una enseñanza moral y muy actual que nos viene de la mano del género de los superhéroes, muy infravalorado y al que pocas veces se le reconoce la complejidad psicológica que esconde. Si no has visto todavía Fénix Oscura, ve. Y reflexiona sobre cuánto de Jane Grey hay en ti.