El truco de la Antigua Grecia para ser mucho más feliz

¿Y si este fuera el último artículo que lees?
Quizás puede parecer pesimista pero te ayudará a disfrutar de verdad

Hace unas cuantas horas sonó el despertador y empezaste a hacer cosas de persona. Algunas desagradables como meterte en el metro hasta la facultad o hasta la oficina. Otras más sabrosas como estirarte, tomar café o, si tuviste suerte, echar un buen polvo matutino. Pero probablemente no las disfrutaste tanto como podías haberlo hecho. Las frustraciones, las prisas, los enfados y las apatías suelen contaminar nuestras vidas. Pero no solo a nosotros: a todas las personas que han pasado por la Tierra. Y en la Antigua Grecia, en la escuela de los estoicos, tenían un remedio: imaginar que cada acción sería la última de sus vidas.

Como cuenta el periodista Bruce Grierson en un artículo para Psychology Today, Marco Aurelio, estoico de la Antigua Roma que heredó los valores de los estoicos griegos como Zenón de Citio o Epícteto, "solía decirse a sí mismo mientras metía a sus hijos en la cama: 'no apresures esto: esta podría ser la última vez que lo hagas. No hay garantía de que ninguno de los dos logre sobrevivir la noche...'". Y quizá suene muy pesimista, una manera innecesaria de colmar de oscuridad las cosas de la vida, pero en realidad es todo lo contrario. El experimento sirve precisamente para hacernos revalorizarlo todo. Absolutamente todo.

Porque si estas fueran las últimas líneas que fueras a leer en tu vida, lo harías con paciencia y con amor. Y el atasco del mediodía será un poco menos mierda. El último atasco que vivirías jamás. Con toda seguridad, no te enfadarías con el conductor de delante y brotaría en ti una agradable sensación de armonía y gratitud. Y no es sencillo mantener esta postura estoica cada día. La sociedad nos empuja hacia el frenesí y la acción no consciente. Pero es un entrenamiento que hace que "nuestra vida de repente se sienta asombrosamente preciosa". Reconectar con esa verdad que todos conocemos: que moriremos tarde o temprano.

Y ese temprano podría ser esta noche o el sábado. Bajo esa perspectiva, apunta Grierson, no solo valoramos a las personas y las cosas más importantes para nosotrxs, "sino también a las cosas mundanas que tratamos como algo irritante en nuestro camino". Tener que cocinar, sacar al perro cuando está lloviendo, responder a una pregunta de mierda o escuchar por enésima vez la historia favorita de tu padre. Abrazar la mortalidad y esperarla tras cada esquina de la calle es una tarea inicialmente deprimente, pero que puede hacer que tu existencia sea mucho más significativa. No pierdes nada por realizar el experimento.

No obstante, esto no significa que te subas al lomo del más hedonista carpe diem y te olvides de tus proyectos futuros. Tu vida podría acabar mañana, pero estadísticamente es mucho más probable que no lo haga. Al fin y al cabo, la inmensa mayoría de las personas vivimos miles de días y solo en uno de ellos morimos. Por eso, y según contaba el filósofo Julian Baggini en El sentido de la vida, lo más inteligente sea vivir con una fórmula tal que así: vive cada día como si pudiera ser el último, pero teniendo en cuenta que probablemente no lo sea. La mezcla perfecta para apreciar el mundo sin abandonar el mañana. Un estoicismo lógico.

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