El día que tuve sexo por webcam frente a cientos de desconocidos

Mi pareja y yo comenzamos a tener sexo a través de la web CAM4, donde cualquiera podía seleccionar nuestra cámara y vernos en directo
Archivo personal

Hay un espejo grande en su habitación, mientras follamos nos gusta mirarnos ahí. Ponemos toda clase de gestos y posturas, somos actores porno y este intervalo de tiempo es nuestra película. Nos gusta probar de todo, nos prometemos que las cosas más obscenas vamos a hacerlas juntos: somos jóvenes y creemos —todavía a día de hoy— que el sexo es lo mejor que podríamos haber descubierto. Como locos conversamos sobre “todo el dinero que podríamos conseguir si nos dedicáramos a esto”, la idea —que se le ocurre a él y a la que yo me sumo— nos excita. Decidimos grabarnos para ver ‘qué tal’. El resultado es un material de baja calidad que nos gusta a nosotros pero que, por supuesto, no vamos a mostrar a nadie. Aún así, para probar cómo reaccionaría el público más mainstream, decidimos activar la cámara del portátil y practicar sexo en la web CAM4.

Un submundo amateur de miles de dólares

Mucha carne y muchos detalles de cerca se ven al entrar en la página. Primeros planos de tetas enormes y pequeñas, de chicas abiertas de piernas o de pollas descomunales o mínimas llenan los recuadros. Los espacios son sus propias casas y varían según la zona en el que la persona decida masturbarse, porque sí: los principales vídeos son pajas que pueden durar horas ya que si pasas más tiempo frente a la cámara, más dinero puedes conseguir. Parejas, tríos y hasta orgías también pueden encontrarse. Junto a la pantalla donde se retransmite el acto sexual del tipo que sea, hay una ventana de chat donde quienes observan pueden pedir cosas a cambio de fichas. Las fichas enviadas que se compran en la web son intercambiadas por dinero por los protagonistas.

“No quiero que se me vea la cara”, le dije, él opinó igual. Se trata de una plataforma frecuentada por muchas personas que conocemos, entre ellos amigos e incluso familiares, así que  aparecimos en ropa interior con la webcam apuntando de cuello para abajo. Yo solamente llevaba un tanga y estaba nerviosísima pero me fui excitando poco a poco cuando él empezó a besarme. Y es que claro, al principio teníamos cero visualizadores pero en cuanto empezó a tocarme las tetas los voyeurs fueron subiendo. Es una plataforma donde hay personas de todas partes del planeta, la ubicación se indica a la hora de rellenar un formulario en el que también tienes que contestar: ¿disfrutas del cibersexo? ¿utilizas juguetes sexuales? ¿disfrutas del sexo oral? ¿y del anal? Y un larguísimo etcétera de gustos sexuales, así quienes te observan pueden saber qué pedir.

Intentaba ponerme cachonda y olvidarme que estábamos siendo vistos por desconocidos que se estaban pajeando en sus casas. No es fácil encontrar gente joven en CAM4 y las parejas más adultas no son muy agradables de ver a nuestros ojos. Nosotros habíamos preparado el escenario, la cama con buena luz, la ropa interior bien seleccionada, queríamos atraer a los más exigentes, destacar dentro de todos los recuadros. Así empezaron a sumarse las miradas y los comentarios: “Oh qué rica, quítate el tanga”, “chúpasela, doy 10 fichas”, “venga que se te vea la cara”, “pon el culo en pantalla”, “fóllatela, dale duro, doy 5 fichas”. Las fichas se van acumulando: si consigues 1.000 puedes ganar 100 dólares, unos 87 euros. Nuestro objetivo no era ganar dinero pero como ya estábamos ahí y lo que pedían no era para tanto, decidimos intentarlo. Eso sí, nada de mostrar el rostro.

La intimidad completamente expuesta

Antes de ponerme frente a la cámara sentada en la cama al lado de mi pareja me había tapado, también, los tatuajes. Se trata de una serie de marcas en la piel por las cuales es muy fácil reconocerme y esa sensación me aterraba. Cada minuto que podía enfocaba con la mirada el apodo de aquellos que comentaban por si era posible que alguno me sonara de algo. De hecho, llegué a leer un comentario de un usuario que hacía alusión a mis tatuajes y expresaba: “No hace falta que te los tapes, se quién eres”, pero decidí no creérmelo. Esa continua sensación de que me reconocieran me incomodaba y no conseguía soltarme del todo en la fluidez sexual que nosotros solíamos compartir en la intimidad.

Él, en cambio, estaba excitadísimo. Me puso de pie y empezó a darme besos por la barriga, estaba de espaldas, para que no se le viera la cara. Luego me dio la vuelta, poniendo mi culo en primera plana y me bajó el tanga muy lentamente, invitándome a que me agachara para que todos se deleitaran con el detalle. Las visualizaciones comenzaron a aumentar y, como queríamos ganar fichas, me quedé en esa postura un rato, mientras él me acariciaba las nalgas como alargando el momento en el que iba a masturbarme, aunque los comentarios no hacían sino insistir en que llegara ya ese instante. Fue justo después de ese plano que nos comenzaron a llegar mensajes privados, eran otras parejas que nos preguntaban si queríamos follar a la vez que los veíamos a ellos. Ninguna nos atraía lo suficiente y todo estaba siendo bastante difícil de asimilar como para meternos más allá.

La sensación de riesgo no desaparecía de mi cuerpo así que intenté utilizarla para ponerme cachonda porque, al fin y al cabo, para mí follar delante de personas siempre había formado parte de mis fantasías. De un momento a otro empezó a masturbarme: me metió los dedos en la misma postura en la que estábamos antes, yo le cogí el pene y empecé también a masturbarle, el placer y las ganas aumentaban así que directamente pasamos a la penetración. Después de un rato de mete-saca mi placer empezó a disminuir, me sentía incómoda y no quería seguir. Al principio me había hecho gracia y la curiosidad me había lanzado a la aventura pero en ese momento tocó un límite. Salí del plano y le hice una señal de que no quería continuar. Él me miraba perplejo.

Es increíble compartir experiencias diferentes con alguien a quien quieres. Es una maravilla tener la confianza de poder acceder abiertamente a las fantasías más personales en compañía. Esas fueron las conclusiones que saqué cuando apagamos la cámara y conversamos sobre lo ocurrido. Nos reímos y comentamos las locuras que habíamos visto en esa web. Le expliqué mi incomodidad y la entendió, incluso en instantes él también llegó a vivirla. A partir de esa experiencia la comunicación y la confianza entre ambos creció y ya no sentíamos vergüenza de hablar de nuestros deseos sexuales más secretos y oscuros. Eso sí, para hacerlos realidad nos lo pensábamos un poco más antes de lanzarnos sin más.

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