El grupo animalista Abeiro lleva a juicio el sacrificio de Gosu

“Fue sacrificado sin explorarse, evaluarse y autorizarse la alternativa de vida amparada en la legislación autonómica y estatal”

El pasado septiembre, en el narcopiso en el que vivía con su dueño, un perro de un año y medio mordió presuntamente a un conocido y fue ingresado en la perrera municipal, donde la falta de cariño y el miedo le llevaron a atacar a dos de lxs trabajadorxs del centro. Su nombre era Gosu. Y, además de haberse criado probablemente en condiciones no muy allá, tuvo la mala suerte de nacer dentro de esas razas de perros que mucha gente insiste en llamar peligrosas. Ante esta situación, lo ideal habría sido darle una oportunidad a través del amor, la paciencia y el adiestramiento profesional, pero lo que hizo la perrera, en contra del deseo de todo internet, fue sacrificarlo.

Una decisión que el grupo animalista Abeiro ha llevado a los tribunales. En palabras de sus portavoces, y según recoge la periodista Silvia R. Pontevedra, “Gosu fue sacrificado sin explorarse, evaluarse y autorizarse la alternativa de vida amparada en la legislación autonómica y estatal”. De hecho, y entre otras cosas, la asociación exige los resultados de las pruebas que se le hicieron al animal para determinar que su conducta era irreconducible, pues creen que pudieron hacerse en circunstancias injustas: “Gosu atraviesa un momento de miedo y aislamiento. No está siendo evaluado en un contexto adecuado ni representativo de su comportamiento real”.

Y por supuesto hay quienes creen que la perrera hizo bien. Que no todos los perros pueden ser adoptados por familias o por personas sin conocimiento especializado acerca de reeducación. Y en eso tienen razón. Lo que ocurre es que Abeiro no estaba reclamando eso, sino que le cedieran la custodia de Gosu bajo compromiso de reeducarlo. Es más, cuenta Pontevedra, la asociación ya había conseguido implicar en el caso a una adiestradora especialista en reeducación de perros aparentemente sin solución. Una mujer que había tenido éxito reinsertando perros con historiales “mucho más negativos” que el de Gosu. El animal se merecía esa oportunidad.

Sin embargo, y sin avisar a nadie, el centro terminó con la vida de Gosu antes de que pudiera intentarse cualquier clase de recuperación. Lo dieron por perdido. Probablemente por tener una de esas apariencias caninas que tantos prejuicios despiertan. Por eso la triste historia de Gosu es mucho más que la historia de la muerte de un perro. Es un resumen muy duro del estigma que pesa sobre determinadas razas de perro y lo dispuesta que está la sociedad a ponerlos a dormir cuando las cosas se tuercen un poco. Una doble vara a la que hay que ponerle fin. Porque lo de Gosu ocurre una y otra vez por todo el mundo.

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