Carta abierta a los hombres que no se levantan de la mesa

Hay muchos que ni se lo plantean, que se quedan ahí sentados mientras los demás recogemos los platos de la comida y traemos los del postre
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Aseguráis que no sois machistas, que todos somos iguales. Y parece verdad hasta que llega el postre. En ese momento todo cambia: vosotros os mantenéis impasibles mientras vuestras madres, novias o hermanas incluso algún otro hombre se levantan de la mesa para recoger los platos y traer los del postre. Os he visto cientos de veces, en actitud estoica, con el culo anclado al asiento mientras el resto mueven el suyo hacia la cocina. Y me sigue flipando la total despreocupación con la que dais por hecho que eso no va con vosotros, vuestra fascinante capacidad para lograr que una comida familiar en 2018 parezca un capítulo del Ministerio del Tiempo ambientado en 1943.

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¿Por qué lo hacéis? Algunos os parapetáis en una especie de incapacidad congénita que os impide realizar tareas tan simples como meter un vaso en el lavavajillas. “Yo no valgo para esto”, decís tan anchos, como si hiciera falta un máster en biomedicina molecular para aprender a sacudir el mantel. De verdad, confiamos en vosotros: pertenecéis a esa generación invencible que logró sobrevivir a las discotecas Light y a los dibujos animados sobrevivir a las discotecas Light. Podréis superar lo de poner y quitar la mesa. En serio.

Basta de culpar a vuestras madres

Entretanto, dejad de inventaros excusas de mierda. Porque el abanico es interminable. “En mi casa siempre se ha hecho así, mi madre no me dejaba recoger nada”, razonáis algunos. Eso si os lo planteáis, si alguien se atreve a confrontaros porque, si no, os quedáis ahí tan panchos viendo como se van los platos de la comida y llegan los del postre como si estuvierais en un bar y el servicio estuviera incluido en la cuenta. 

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Probad a levantaros del asiento. Lo necesitamos todas las que aprendimos el significado de las palabras rabia y frustración el día que nuestras abuelas nos hicieron quedarnos limpiando mientras nuestros hermanos salían a jugar después de comer. “No son cosas para ellos”, musitaban para zanjar cualquier atisbo de disidencia. Recuerdo que de pequeña me rebelaba contra sus palabras. Después, los años van domesticando y la mayoría de nosotras optamos por no transformar cada comida un campo de batalla. “A mí me supone más desgaste pelearme con tu padre para que haga las cosas que hacerlas directamente yo”, me confiesa mi madre cuando le pregunto por qué se resigna a asumir la mayor parte de las cargas domésticas. Yo misma, a quien muchos llamaréis "feminazi exaltada" tras leer estas líneas, he acabado recogiendo la vajilla de hombres de mi familia para evitar discutir, aunque no he podido evitar sentir una punzada de decepción hacia ellos al hacerlo.

Querednos menos, pero mejor

Porque somos vuestras novias, vuestras hijas, vuestras hermanas e insistís en que nos queréis, pero no tenéis ningún problema en tratarnos como si fuésemos vuestras sirvientas y no vuestras iguales. Porque no parecéis entender que nadie nace con la vocación de rascar el fondo de una sartén con el estropajo hasta que duela la muñeca. Son cargas ingratas, que deberían ser repartidas por igual entre todos. Estamos hartas de escuchar que “ayudáis” en casa y de que esperéis que alguien os monté una fiesta por tender una lavadora o bajar la basura. No queremos que nos echéis una mano, queremos que os impliquéis como iguales en tareas que deberían ser comunes a todos.

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Somos conscientes de nuestra parte de responsabilidad en esta situación injusta. Durante años hemos tragado, supuestamente, por amor porque, como decía aquella vieja consigna feminista, las mujeres son el único grupo oprimido que se enamora de su grupo opresor. Y le acaba planchando las camisas. Pero estamos hartas. Ya no nos valen las excusas vagas tras las que os escondéis para mantener vuestros privilegios intactos. Si nos queréis, empezad a cuidarnos o nos inspiraremos en la literatura clásica y tomaremos el ejemplo de Lisístrata, esa heroína griega que instigó una huelga doméstica, afectiva y sexual entre las mujeres griegas. Al final ellas ganaron, entre otras cosas porque tenían poco que perder.

Nosotras también hemos perdido cosas por el camino. Como rezaba la pintada que una mujer cansada hizo en una pared, "de tanto haceros la cena, de tanto haceros la cama, se nos fueron las ganas de haceros el amor". Y si queréis que las recuperemos, un buen comienzo puede ser levantaros para recoger tras acabar el postre.

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