El plan perfecto para tu finde es resolver un asesinato
Fue el cumpleaños de una amiga y nos envió un par de fotos rememorando cómo lo celebramos el año pasado. Cenita, bebidas en casa, discoteca y miles de vídeos divertidísimos. Nos pusimos todos súper nostálgicos. Empecé a pensar en todos esos amigos que hace muchísimo que no veo. Yo soy de Barcelona y, con los bares cerrados que, por suerte, ya abrieron, aquellos que trabajamos o estudiamos hasta las 21 y tenemos que ir corriendo a casa por el toque de queda, o porque no vivimos en la misma ciudad y los findes tenemos cierre de municipios, no estamos viéndonos. Las opciones son limitadísimas. Y nos echamos un montón de menos.
Por eso, en lugar de regodearme en la tristeza, decidí tomar la iniciativa y quedar con algunxs amigxs que, como yo, nos pasábamos la semana encerradxs y trabajando y estábamos muy melancólicxs cuando se acercaba el fin de semana. Un plan antiCOVID: una reunión de menos de seis, con las manos bien lavadas, asegurándonos de que no habíamos tenido contactos de riesgo y en casa, sin exponernos a multitudes. ¿Y con qué excusa? Resolver un asesinato. En concreto, el de Nightmare: Aventuras del Horror de Diset, un juego de mesa tan inmersivo que no tiene nada que envidiar a una realidad virtual: sustos, roleplay, medición de tiempo, sonidos de ambiente, atrezzo…
Fui a casa de un amigo, a diez de la mía, donde me esperaba con su compañera de piso. Unos minutos después llegó la cuarta amiga y, después de la ronda de los “¿cómo estás? ¿cuánto tiempo?” y de quedarnos las ganas de darnos un abrazo y dos besos minimizando el contacto posible, montamos todo el juego. “Bueno, ahora diez minutos a leer las instrucciones y luego a jugar”, pensé, aborrecido por mi parte menos favorita de los juegos: entender cómo funciona empapándose con las instrucciones. Pero no. “Monta el tablero, repartíos los personajes, abrid un portátil y la web os dará las instrucciones de cómo proceder”, decía la caja. Sencillísimo. En cuestión de cuatro minutos ya estábamos metidos en el juego.
La historia era sencilla. En 1985, los adultos de la familia Crafton el abuelo, sus hijos y sus maridos y mujeres fueron asesinados en un incendio. Todos menos uno, cuya identidad nadie descubrió sus cadáveres estaban demasiado quemados como para identificarlos y el cual, presumiblemente, fue el asesino. Los nietos sobrevivieron, pero se olvidaron de esa traumática noche y abandonaron la Mansión. Tuvieron vidas separadas hasta que, quince años después, el mayor de los primos, Johnny, los reúne para decirles que sabe que están todos igual de traumatizados que él, y que quiere investigar el asesinato y que cree que tiene un método para hacerlo. En este contexto empieza el juego: hay cinco personajes nosotros éramos cuatro, así que, como indica el juego, unx de nosotrxs cogió dos roles, pero, recomendación: disfrutaréis más si sois cinco, y a través de revivir sus historias y flashbacks, avanzaremos en la casa, descubriendo quién, de nuestros antepasados, fue el que asesinó al resto.
El juego empieza en el portátil. Sale un reloj de pie que va marcando cada segundo que pasa. Tick tock, tick tock, tick tock. Entre que nos hemos puesto luz de ambiente y este siniestro sonido, la ambientación es total. Parece que vayamos a jugar a la ouija, no a un juego de mesa. El ordenador nos dice: coged la primera carta. La leemos y vemos que es un diálogo. “Leed la personalidad de vuestros personajes e interpretad los diálogos como si fuerais ellos”, advertían las instrucciones. Muy bien, pues así lo haremos. A mí me toca William, un periodista bastante repelente y sabelotodo. “Me siento muy identificado, así que será fácil”, bromeo. “Pues a mí me ha tocado el que peor me cae”, dice mi amigo Sandro, riéndose, porque tiene a Roy, el machirulo machista cuyas intervenciones se podrían resumir en “soy valiente porque soy un hombre, viva la fuerza”, un personaje tan despreciable como real.
Nightmare consiste en ir explorando las habitaciones de la mansión, buscando pistas e, interpretando a los personajes, descubrir qué rasgos de personalidad encajaban con los de los ancestros asesinados y cuál de todos fue el que los mató. Eso sí, el juego no es tan sencillo como explorar e ir haciendo suposiciones a lo Cluedo de toda la vida. Cada cierto número de acciones es decir, avanzar de sala, explorar pistas, etc., la pantalla del ordenador nos avisa: se han fundido los plomos, poneos el antifaz. Y lo que pasa a continuación, os sorprenderá… pero mejor no contarlo, para mantener un poco de intriga.
El juego continúa y, sin muchos spoilers, diré cómo acabó la noche: con una muerta, el resto vivos y con unos cuantos sustos. Pero sustos literales, de escuchar al otro gritar, lo cual iba poniéndote los pelos de punta porque, con el antifaz que tenías que llevar en muchas ocasiones, no te enterabas de nada de lo que estaba pasando. “Que son las nueve ya, que nos tenemos que ir yendo para casa”, avisaba una de mis amigas después de las casi dos horas de juego. “Se me ha pasado el tiempo volando”, añadió otra. Tenía razón, estábamos todxs con la adrenalina por las nubes. No habíamos resuelto todas las pistas necesarias, y por eso no todxs se salvaron de la muerte, eso sí: hasta los muertos se lo pasaron bien.
“No me imaginaba que jugaría a un juego de mesa ¡con plot twists!”, añadía yo, mientras recogía el tablero y pensaba en la trama, digna de una novela de Agatha Christie. Sin besos ni abrazos de nuevo, nos despedimos y nos fuimos a nuestras casas, contentísimos porque, entre todo este caos social, sanitario y económico, habíamos pasado una tarde muy amena, alejados de lo que sucedía fuera de esas paredes, con la mente puesta en el juego. Literalmente. Sentía que, desde marzo, no había pasado tanto tiempo con la mente distraída lejos del covid. Nos pasamos unos últimos mensajes por WhatsApp, dándonos las gracias por la tarde, mandándonos mucho amor y salud y con la promesa de que repetiremos muy pronto.