Vida en pausa, la peli que muestra la experiencia distópica de las personas refugiadas
Hagamos juntxs un ejercicio de imaginación. Situémonos en un mundo en el que la violencia de Estado lleva a una familia a buscar asilo en otro país y que este país la recibe con una frialdad hueca y una burocracia insensible. Con una carencia de empatía y emocionalidad que hace que esa familia, que ya ha sufrido una barbaridad en su país de origen, se sienta aún más desamparada y en peligro. Piensa en un mundo así. Y piensa que la sensación de desprotección es tal que una de las hijas de la familia desconecta de la realidad y entra en un estado catatónico. ¿Sí? Pues no es ninguna ficción.
O al menos no del todo. Vida en pausa, la nueva película del cineasta griego Alexandros Avranas, que llega a los cines este próximo 4 de abril, narra esta historia ficticia inspirada en hechos reales. Sí, en la década de los 2000, cientos de niñxs migrantes procedentes de países en conflicto entraban en coma en el momento en el que el país de acogida le denegaba el asilo a sus familias. La comunidad científica llamó a este fenómeno tan raro síndrome de resignación: lxs niñxs sentían que ningún adulto podía mantenerles a salvo y su mente prefería suspenderse que seguir en una realidad tan brutal.
Y la película lo plasma de una manera asombrosa. Ya desde el principio sientes que estás en una especie de pesadilla kafkiana. Las instalaciones de los servicios de inmigración son sobrias, aburridas y sin alma. El personal habla casi como si fueran máquinas sin sentimientos. Prácticas. Lógicas. Indiferentes. Su conducta y toma de decisiones están exentas de verdadera humanidad. La familia migrante contrasta con todo ello de una manera que duele observar. Su dolor. Su confusión. Su miedo. Su paleta de colores emocional frente a un tono blanco institucional. Su historia frente a unas leyes heladas.
Pero esa es la chispa de Vida en pausa: es muy fácil olvidar que no estás viendo una obra de ciencia ficción de corte distópico tipo El cuento de la criada o Hijos de los hombres. Que no estás dentro de un relato parodia ni que estire una realidad para hacerla mucho más grave. No. Lo que estás viendo ocurre constantemente. Las familias refugiadas que huyen de lugares en guerra o de estados autoritarios sufren una doble tragedia: la del sufrimiento original y la de la falta de cariño en el país al que emigran. La del caos allá y la del orden quirúrgico sin amor acá. La del huir y la del ser rechazadas.
Avranas lo narra sin melodramatismos. Las actuaciones no están hiperbolización para hacerte llorar. El guion no te arrastra a escenas de una intensidad insoportable. En su lugar, el director griego, perteneciente a la Ola Rara, te hace vivirlo desde una incomprensión más neutra. Y tiene todo el sentido: es así como lo ves desde la prensa y casi desde cualquier espacio. Como algo que le pasa a otras personas sin que te salpique mucho. La fotografía siempre es discreta. Pero te aseguro que te remueve de una forma diferente. Va directo a tu sentido del juicio. ¿Tiene sentido algo de lo que estoy viendo?
La realidad es que no mucho. Con una sonrisa de por medio o sin ella, hacer pasar a criaturas tan vulnerables por procesos inquisitorios o dejar a una familia claramente sufriente a su suerte no tiene sentido. Sí quizás en términos de normativas y leyes. No en términos humanos. Vida en pausa, presentada en el Festival de Venecia, es en cierto sentido un golpe en la mandíbula a la Unión Europea. Una región supuestamente muy humanizada que sin embargo provoca con su burocracia un auténtico colapso en la mente de muchos niñxs. Les falla cuando más la necesitan. Y es para reflexionar.
¿Porque qué clase de países queremos ser? ¿De los que ponen a una niña frente a un jurado para que explique con todo lujo de detalles lo que vio el día que unos policías apalizaron a su padre en su país de origen? ¿De los que recomiendan a los padres aparentar estar felices pese a saber que van a ser deportados para que sus hijas se sientan seguras y salgan del coma? ¿Estamos chaladxs? Vida en pausa es un espejo nada deformado de nuestro mundo. Y puede servirnos para hacer autocrítica y entender que la humanidad no puede legislar sin corazón. No somos IAs. Esos niñxs no son IAs.
Y la película lo plasma de una manera asombrosa. Ya desde el principio sientes que estás en una especie de pesadilla kafkiana. Las instalaciones de los servicios de inmigración son sobrias, aburridas y sin alma. El personal habla casi como si fueran máquinas sin sentimientos. Prácticas. Lógicas. Indiferentes. Su conducta y toma de decisiones están exentas de verdadera humanidad. La familia migrante contrasta con todo ello de una manera que duele observar. Su dolor. Su confusión. Su miedo. Su paleta de colores emocional frente a un tono blanco institucional. Su historia frente a unas leyes heladas.
Pero esa es la chispa de Vida en pausa: es muy fácil olvidar que no estás viendo una obra de ciencia ficción de corte distópico tipo El cuento de la criada o Hijos de los hombres. Que no estás dentro de un relato parodia ni que estire una realidad para hacerla mucho más grave. No. Lo que estás viendo ocurre constantemente. Las familias refugiadas que huyen de lugares en guerra o de estados autoritarios sufren una doble tragedia: la del sufrimiento original y la de la falta de cariño en el país al que emigran. La del caos allá y la del orden quirúrgico sin amor acá. La del huir y la del ser rechazadas.
Avranas lo narra sin melodramatismos. Las actuaciones no están hiperbolización para hacerte llorar. El guion no te arrastra a escenas de una intensidad insoportable. En su lugar, el director griego, perteneciente a la Ola Rara, te hace vivirlo desde una incomprensión más neutra. Y tiene todo el sentido: es así como lo ves desde la prensa y casi desde cualquier espacio. Como algo que le pasa a otras personas sin que te salpique mucho. La fotografía siempre es discreta. Pero te aseguro que te remueve de una forma diferente. Va directo a tu sentido del juicio. ¿Tiene sentido algo de lo que estoy viendo?
La realidad es que no mucho. Con una sonrisa de por medio o sin ella, hacer pasar a criaturas tan vulnerables por procesos inquisitorios o dejar a una familia claramente sufriente a su suerte no tiene sentido. Sí quizás en términos de normativas y leyes. No en términos humanos. Vida en pausa, presentada en el Festival de Venecia, es en cierto sentido un golpe en la mandíbula a la Unión Europea. Una región supuestamente muy humanizada que sin embargo provoca con su burocracia un auténtico colapso en la mente de muchos niñxs. Les falla cuando más la necesitan. Y es para reflexionar.
¿Porque qué clase de países queremos ser? ¿De los que ponen a una niña frente a un jurado para que explique con todo lujo de detalles lo que vio el día que unos policías apalizaron a su padre en su país de origen? ¿De los que recomiendan a los padres aparentar estar felices pese a saber que van a ser deportados para que sus hijas se sientan seguras y salgan del coma? ¿Estamos chaladxs? Vida en pausa es un espejo nada deformado de nuestro mundo. Y puede servirnos para hacer autocrítica y entender que la humanidad no puede legislar sin corazón. No somos IAs. Esos niñxs no son IAs.