Soy chiñola y todo el mundo me pregunta por el coronavirus

Si la histeria colectiva acaba provocando que la comunidad china en España avance hacia la igualad, bienvenida sea

Todos lo habéis leído en Twitter: un grupo de gente blanca se cruza con una persona asiática y se cambia de acera como si hubiera visto a Mussolini en persona. Habéis leído decenas de versiones de esta escena. Hablan de los estornudos, de las mascarillas que no funcionan, de no tocar algo que ya ha tocado un chino. El otro día le pasó a mi primo. Iba en el metro, tosió y, en segundos, se generó un vacío a su alrededor.

Y esta misma mañana él se ha subido a un avión y la mujer del asiento de al lado se ha tapado la cara para 'protegerse'. Si alguna vez me habéis leído, ya sabréis que suelo escribir sobre identidad cultural y antirracismo, pero ahora lo del coronavirus me está afectando también a nivel personal. Cada vez que entro a un vagón soy muy autoconsciente de cómo se supone que me ven los demás, que seguramente en su mente les venga que puedo estar contagiada aunque no he pisado Wuhan en mi vida. 

No sabéis cuánto me impactó ver el Wang Wang de plaza de España, uno de los restaurantes chinos más populares de Madrid, vacío cuando fui a cenar con una amiga este lunes. Los periódicos económicos hablan de las pérdidas de las empresas chinas. Nosotres lo sentimos cada vez que salta un nuevo titular alarmista o cuando tenemos que afrontar, como todos, nuestro día a día.

Mi móvil, estos días, no ha dejado de sonar. “¿Te puedo llamar un momento?”. “¿Cuándo puedes hablar?”. “No sé cómo abordar lo que me ha mandado mi jefe, ¿me puedes decir cómo enfocarlo?, ¿conoces a alguien al que contactar?”. En las últimas 48 horas he recibido un mensaje tras otro. Y otro. Y otro más. Por WhatsApp. Por redes sociales. Y por llamadas. Os lo confieso: estoy agotada. Este lunes se lanzó la campaña #NoSoyUnVirus, una iniciativa preventiva, es decir, “antes de” que se den ataques racistas hacia la comunidad china. Porque empiezan a haber mensajes por las redes disfrazados de supuesta precaución sanitaria. El hashtag ha salido en los telediarios y en los periódicos de medio mundo

Es más, no solo habrás visto, oído o leído en castellano #NoSoyUnVirus. La campaña se ha viralizado también en España, tras el éxito de esta misma denuncia en países de habla inglesa y francesa. El coronavirus está hasta en la sopa. Y actos como el Quan Zhou en Instagram con su “No tengo el coronavirus” y el de Chenta Tsai, aka Putochinomaricón, con #IAmNotAVirus en pleno desfile de la Madrid Fashion Week han sido un bofetón en la cara para todos los que pretendían mirar hacia otro lado.

Yo, como chiñola y periodista, he estado dándolo todo durante mi jornada de trabajo, pensando en informar de ello como freelance y además atendiendo a los medios. Sin parar. Se ha dado la cosa de manera tan frenética que al igual que alguien que ha ido a un concierto a berrerar sin vergüenza alguna, mi garganta reclama reposo casi absoluto. Las cuerdas vocales se quejan con razón, después de tantas horas tratando de explicar, de matizar y de defendernos. Que ya sabemos todas lo fácil que es caer en el odio. O en que te malinterpreten

El Ministerio de Educación ha condenado la sinofobia. Y la Embajada de China, que normalmente mantiene un perfil bajo, ha señalado que le constan casos de niños a los que en la escuela les llaman “coronavirus” y no lo piensa a tolerar. Y hasta Pedro Sánchez, presidente del Gobierno, ha tenido que decir que “las personas no son un virus, la xenofobia, sí”

Todo esto es definitivamente un logro para evitar que en España se repliquen situaciones como que en Roma un profesor, Roberto Giuliani, se negara a dar clases a universitarios asiáticos si no iban al médico, según ‘The Guardian’. Y en Francia un periódico tituló “Peligro amarillo”

Claro que notamos las consecuencias del coronavirus. Y no solo allá fuera: también aquí. Por poner un ejemplo: A la plataforma intercultural Liwai le llegan testimonios como el de que un colegio que le ha pedido a un niño de Barcelona que presente un certificado para demostrar que no tiene coronavirus. Sin que haya presentado síntomas. Sin que tan siquiera haya estado en China recientemente. Simplemente, por ser chino. O de origen chino.

La movilización de #NoSoyUnVirus recuerda, una vez más, que la comunidad china en España empieza a considerarse un igual. Y se empieza a ver con derecho a responder cuando se ve en una situación injusta. Ocurrió con otra campaña que, casualidades inoportunas de la vida, también sucedió durante el Año Nuevo Lunar: el BBVA bloqueó más de 35.000 cuentas bancarias de clientes asiáticos. En contra de lo que se suele esperar de ellos, los ciudadanos asiáticos se plantaron, pancarta en mano, frente a la sede de la entidad financiera. Se pusieron además manos a la obra y pidieron al Defensor del Pueblo que exigiera explicaciones. Días más tarde el banco llegó a pedir perdón por lo sucedido. 

Aunque admito que me cansa el coronavirus, también creo que si este brote sanitario sirve para que entendamos que los ciudadanos asiáticos también forman parte de la sociedad española, bien está. Seguiré dispuesta a explicar las veces que haga falta que nos merecemos respeto y no ser juzgados. 

Brindaremos cuando se calme la histeria colectiva. E intentaré tener paciencia con quien acude a mí. Eso sí, si toso o estornudo, por favor, ahorrémonos las bromitas y las huidas en estampida. No me criminalices. Hoy somos nosotras, mañana podrías ser tú.