Si quieres ser más ético pero no quieres dejar la carne, hay un movimiento que te interesa

El reducetarianismo es la versión más light del veganismo y vegetarianismo que pretende reducir el consumo global de carne sin eliminarlo.

A día de hoy existe una verdad difícil de cuestionar, salvo para empresarios del sector y carnívoros negacionistas, y es que la ganadería industrial tiene graves consecuencias para los animales, el planeta y los consumidores. Solo hay que echar un vistazo a las cifras para que se te pongan los pelos de punta: 70.000 millones de animales criados anualmente en condiciones monstruosas y son responsables del 18% de las emisiones globales de gases de efecto invernadero. No en vano, el estado de concienciación social es tan elevado que no cesan de asomar ‘-ismos’ con el objetivo de enfrentar este penoso panorama. Al vegetarianismo, flexivegetarianismo, 70.000 millones de animales criados anualmente en condiciones monstruosas y 70.000 millones de animales criados anualmente en condiciones monstruosas, se la ha sumado el reducetarianismo, un movimiento basado en la disminución, que no eliminación, de productos animales de la dieta.

Pero lo más curioso es que las matemáticas de la filosofía ‘reducetariana’ funcionan. Según un estudio de The Human Research Council, el 84% de los vegetarianos y el 70% de los veganos vuelven a comer carne en algún momento. La dificultad que encuentran para mantenerse fiel a las dietas superrestrictivas conduce en ocasiones al abandono, responsable de que el número de vegetarianos y veganos en el mundo se mantenga tan pequeño que el impacto total de su modus vivendi sobre la ganadería industrial sea mínimo. Frente a esto, la idea reducetariana de que cada persona reduzca, aunque sea levemente, el consumo animal en su dieta, parece tener un impacto colectivo mucho mayor.

Así lo explican Brian Kateman y Tyler Alterman, confundadores de la Reducetarian Foundation: “La lógica de todo o nada puede desalentar al 95% de las personas que no son vegetarianas o veganas, pero aceptar el compromiso de comer menos carne les puede empoderar para adoptar decisiones más saludables y sostenibles de forma más manejable bajo una identidad inclusiva: ser reducetariano”. Esto, argumenta el movimiento, siempre ha estado ahí: personas concienciadas con la causa pero incapaces o reacias a renunciar por completo al consumo animal. El reducetarianismo viene a liberarles del limbo conceptual dándole nombre a su praxis.

Disminuir gradualmente la ingesta de productos de origen animal respecto a la ingesta que se venía haciendo, ignorando cualquier tipo de dogma o prototipo alimenticio externo, es todo cuanto hay que realizar para ser considerado reducetariano. Una idea tan golosa que se ha expandido por el planeta con la velocidad de un rayo, alcanzando su máxima difusión el pasado mes de mayo con la ‘Cumbre Reducetariana’ que tuvo lugar en Nueva York entre los líderes más representativos de la doctrina a nivel mundial.

La práctica, no obstante, requiere motivaciones extra para no caer en el reduccionismo anecdótico o en una especie de espejismo de reducción. Por eso, desde la Reducetarian Foundation generan todo tipo de tendencias que contribuyan a una disminución con peso verdadero sobre la ganadería industrializada: el reto de los 30 días moderando el consumo, el hashtag #LessMeat, el Meat Free Monday o el Vegan Before 6:00, más conocido como VB6. Pequeños hábitos que movilicen a todas esas personas que, a pesar de su concienciación, tengan inclinación por la inacción.

La Solución Reducetariana, publicado bajo el paraguas de la fundación y con firmas tan relevantes de la filosofía animalista como Peter Singer, asegura que la simple eliminación de un 10% del consumo animal puede salvar al planeta de la crisis alimenticia y de agua. También la vida de muchos animales, obligados a existir y morir sistemáticamente en espacios ridículos. Pero no solamente salvaría la vida de los animales, también de quienes los consumen. De acuerdo con un estudio publicado en la revista Circulation: Heart Failure, las personas que comen regular y moderadamente carne roja procesada tienen un 28% más de riesgo de sufrir insuficiencia cardíaca.

Ante tanto ‘-ismo’ nutricional, las comparaciones son inevitables. La confusión con los flexivegetarianos es recurrente, pero mientras estos basan su alimentación en productos vegetales con puntuales degustaciones carnívoras y ovolácteas, los reducetarianos solo atienden a la norma de la reducción. Es decir, que a una persona que consuma seis porciones de carne a la semana le basta con empezar a consumir cinco. No están, afirman en su web, enfrentados a los vegetarianos ni a los veganos, a los que consideran el culmen del reducetarianismo al haber logrado reducir su consumo animal a niveles muy bajos e incluso a cero.

La admiración, eso sí, no parece ser mutua. A pesar del aparente pragmatismo matemático, parte de la comunidad vegana acusa al reducetarianismo de hipocresía ideológica y de querer frenar la revolución animalista con un marketing a favor del actual status quo. Así lo explica el activista por los derechos de los animales Adrián López, quien no solo considera el reducetarianismo como una excusa para hacer lo mínimo contra la ganadería industrial, sino que señala la carencia de sentido moral del movimiento alegando que la ética es radical y no entiende de medianías: o respetas o no respetas, pero no respetas un poco.

“Si está seguro de que el reducetarianismo sirve para los animales no humanos, debiera afirmar que promover un menor número de violaciones o de niños esclavizados en países tercermundistas es una forma de comprometerse con la causa. ¿Podemos participar en la explotación humana y estar haciendo algo bueno para ellos? Entonces… ¿cómo podemos respetar a otros animales mientras participamos en su explotación?”, se pregunta el activista. La solución para el veganismo, por tanto, pasa por el compromiso absoluto de la sociedad. La polémica, con carne o sin ella, está servida.

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