Estos Británicos, Que Se Creen 'Too Cool' Para La Unión Europea
Que vaya por delante: los británicos siempre han sido raros. Para empezar, son una isla. Y eso, que perdonen los canarios o baleares, te hace ser muy tuyo. Rarito, vaya. Conducen por la izquierda, llevan calcetines excéntricos, sus enchufes tienen tres clavijas y el plato estrella de su cocina fish and chips es una merluza o bacalao rebozado con patatas fritas. Lo que vendría a ser comida de batalla en nuestras casas, vamos.
Para más inri, los británicos tienen mucha competencia. Ser licenciado o tener un máster, incluso de las prestigiosas Cambridge u Oxford, no te garantiza el trabajo de tus sueños. Los graduados casi siempre competirán con un extranjero con su misma formación más idiomas y experiencia internacional. Por ejemplo, el 80% de los estudiantes que hacen un máster en ingeniería en Reino Unido provienen de fuera de la Unión Europea. Y los populistas han añadido este argumento al tradicional “nos roban el trabajo”.
Con estos antecedentes no es de extrañar que ahora digan que se quieren ir de la Unión Europea. Lo cierto es que siempre han estado a medio camino. Ni contigo ni sin ti. El caballo de batalla que libran ahora y llena las portadas de los tabloides es la inmigración. No quieren extranjeros. Especialmente, no quieren extranjeros pobres. A los banqueros de la City no les ponen tantos reparos, pero con los fontaneros búlgaros son más exquisitos.
Desde 2004, cuando diez países del antiguo bloque comunista entraron en la UE, han llegado a Reino Unido más de dos millones de polacos. Y desde 2007, cuando las fronteras europeas se abrieron para rumanos y búlgaros, el país ha recibido decenas de miles. Estos últimos se han convertido en el blanco de las críticas del partido xenófobo populista euroescéptico de UKIP. Nada importa que los datos indiquen que la mayoría de inmigrantes son jóvenes, trabajadores que contribuyen con sus impuestos a la sostenibilidad de los servicios públicos y que, además, apenas hacen uso de ellos.
A este cóctel populista se añaden los problemas creados por la crisis del euro. Londres, siempre recelosa de su independencia, ha estado toda la vida en contra de la creación de una moneda común. Según creían, las diferencias entre los países eran demasiado marcadas y al final todo acabaría en un conglomerado al servicio de la economía alemana. El tiempo, dicen ahora, les ha dado la razón y suman así otro argumento para desconfiar del continente.
El lío es tal, que hay parte de la izquierda que sí está a favor de abandonar la UE. Y un sector de la derecha que también. Vamos por partes. En principio, el primer ministro conservador David Cameron prometió que convocaría un referéndum para que el pueblo británico decidiera su relación con la UE. Sin embargo, la fecha se ha retrasado ya varias veces y no está aún claro si se celebrará o no.
Los conservadores están divididos. Cameron ha dicho que su voluntad es quedarse en la UE a cambio de reformas, principalmente, en las ayudas públicas que los inmigrantes pueden recibir en Reino Unido. Otro sector de su partido, digamos lo más british entre los british, quieren irse. Llevan décadas pidiéndolo. Para ellos la UE es un nido de burócratas que les roba. Como los extranjeros. Dicen que contribuyen más de lo que reciben al presupuesto comunitario, aunque la UE recuerda que el beneficio que Londres obtiene del mercado común es entre cinco y 15 veces superior a su contribución.
Por otro lado tenemos a la izquierda laborista. Que también está dividida, sí. Los centristas pro-business próximos al ex primer ministro Tony Blair abogan por quedarse en la UE. Como los bancos, vaya. Sin embargo, Jeremy Corbyn, el nuevo líder laborista mucho más escorado a la izquierda, es crítico con Bruselas y aún no está claro qué voto apoyaría en el referéndum. Su sector defiende que Bruselas es una entramado neoliberal que solo beneficia a empresas y finanzas en contra del trabajador europeo. Ellos, digamos, quieren Europa, pero otra Europa.
En conclusión, un batiburrillo que mezcla desde la ola de populismo que inunda toda Europa hasta peculiaridades tradicionalmente británicas. En general estos defienden las bondades del mercado único y libre movimiento de bienes y servicios –la pasta, vamos- pero recelan de la libre circulación de personas. Cada uno en su casa y los bancos, british, en la de todos. Lo dicho, que son raros.