Arden las redes con el vídeo de turistas bailando dentro de una fuente en Sevilla
Las redes llevan prendidas varios días con lo que un vecino de Sevilla grabó el pasado domingo: un grupo de turistas haciendo la conga dentro de la fuente de la Plaza de la Alianza. Además, y según este mismo vecino, uno de ellos fue más allá y se puso a mear en la pared del Alcázar. Sí, estaban de fiesta, con mucho calor, y decidieron que ese parque de atracciones que conocen como Sevilla tenía lo que necesitaban para seguir siendo felices. Y lo cogieron. Y es normal que la gente de la ciudad esté cabreada. Es su tierra. Son sus calles. Es su fuente. No se trata de un hecho anecdótico. De una cosita con la que echarse unos jajas. Es el reflejo de lo mal que está la situación en las ciudades turísticas.
Y os lo digo yo que soy tarifeño. No, nuestro pueblo, con poco más de 18.000 habitantes y ubicado en la punta inferior de España, donde casi nadie mira mucho, no tiene tanto foco como Sevilla y lo que ocurre allí no suele traspasar la barrera de lo local o de lo comarcal. Pero cosas como estas las hemos sufrido a millones. En las calles. En las playas. En bares. Es como si la gente fuese allí con la idea de que allí todo vale. Como si les invadiera un sentimiento main character por el que solo importarse su derecho a divertirse a su manera y lxs vecinxs del pueblo fuésemos solo NPCs molestos que no les permiten salvajear a gusto. Te lo prometo: yo he visto cosas que no creerías. Me cabreo solo de pensarlo.
Pero tan malos son estos turistas sin conciencia ni respeto como quienes los defienden con el discursito de pero dejan dinero en las ciudades. ¿Acaso no puede un pueblo pedir que su fuente de ingresos implique dignidad? ¿O tenemos que convertirnos en payasos y víctimas silenciosas para no morirnos de hambre? Es un sinsentido. Como decía el autor del vídeo de Sevilla, “no son turistas, son bárbaros que no tienen ningún respeto por nuestra ciudad”. Porque esa gente no ha ido allí a aprender sobre la vida sevillana, sino a vivir la vida del turista en un decorado. Podría ser Sevilla, Tarifa, Mallorca o Tenerife. Tampoco les importa mucho. Donde los vecinos sean menos combativos.
“Todos no son así. Hay de todo como en todos sitios”, le contestaba otro usuario. Y esto es cierto. OBVIO. Si toda la gente que hace turismo fuera así literal que me bajo del mundo. La cosa es que incluso con respeto todo este turismo masivo desvirtúa el día a día de la gente. ¿Te acuerdas de la gente bailando con auriculares en mitad de las ciudades? Claro que es menos molesto que hacerlo con un altavoz y pegando gritos con un megáfono, como hemos sufrido en Tarifa durante veranos y veranos, pero no deja de ser triste ir a comprar el pan a tu tienda de siempre y cruzarte con turistas haciendo coreografías en mitad de la plaza. Te saca de tu movie. De la esencia de tu ciudad.
Y sí, unas sanciones económicas más duras pueden ayudar, pero poco más. En realidad, y bajo mi humilde punto de vista, todo esto tiene un trasfondo mucho más profundo sobre el que debemos reflexionar: ¿por qué es tan importante hacer turismo? ¿Qué nos ha convencido de que la felicidad pasa necesariamente por ver nuevos lugares? ¿Es ético ir de ciudad en ciudad todos los años masificándolas y desdibujando su naturaleza única? Es complicado. Yo, por mi parte, y como tarifeño, no viajo mucho y encuentro el entretenimiento y la alegría a mi alrededor. O al menos cerquita. Irme a otro lugar a desfasar locamente y hacer lo que no hago en mi tierra me produciría vergüenza.