Te quiero, pero mi paciencia tiene un límite
A veces, el tiempo que llevamos con una persona, los sentimientos que tenemos hacia ella o los sueños que hayamos compartido juntos no son suficientes para continuar con la relación. En la mayoría de las ocasiones el amor por sí solo no basta para ser felices, sobre todo cuando se acaba terminando la paciencia. Porque a pesar de que existan momentos en los que ceder y dar tiempo está justificado, todo tiene un límite y más cuando se abusa de la confianza, no hay reciprocidad, comprensión ni respeto.
Sin duda, decir adiós cuando aún existe amor es complicado pero necesario si lo que está en juego es nuestro bienestar emocional. No podemos estar esperando a que ocurra un milagro, más que nada porque la paciencia tiene un límite y cuando este se desborda por mucho que queramos, las ganas se apagan y muere la ilusión, pudiendo terminar perdiéndonos a nosotros mismos en una espiral sin fin si no sabemos elaborar la situación.
No te confundas, soy paciente pero no pasiva
En las relaciones de pareja la paciencia puede ser una virtud que nos permite ser reflexivos, acercarnos al otro, intentar comprender sus tiempos y su historia. Es normal que no todo de la otra persona nos guste pero no por ello vamos a terminar la relación, ni exigiremos al otro que cambie inmediatamente según nuestra conveniencia. Debemos respetar al otro y tener en cuenta que es necesario que pase un tiempo para que las cosas se armonicen, vayan encajando y nos conozcamos. Pero la paciencia no puede ser unilateral, sino que tiene que repercutir a ambos.
Uno de los problemas radica cuando esta es utilizada a modo de justificación para asumir todo lo que sucede y dé paso a la pasividad: "¿Qué le vamos a hacer? Hay que tener paciencia..." siendo un arma de doble filo, porque puede que se esté utilizando para no ver lo que en realidad está sucediendo. Por lo que podemos dar tiempo para intentar comprender la situación pero no ser pasivos porque la pasividad convierte a la tolerancia y a la permisividad en una forma de vida y de esta manera, no nos estamos ayudando. En el amor no todo está permitido y más cuando se nos ningunea y vulnera como personas.
Te digo adiós porque mi paciencia terminó
Amar al otro es bonito pero no significa que por ello tengamos que aguantar "ciertos" comportamientos. Amar no es sufrir, ni disimular quienes somos para que el otro esté feliz y contento, tampoco es ceder y ceder para continuamente complacerlo y dejar de reconocernos. Ante todo dignidad y respeto por uno mismo.
Podemos perdonar siempre y cuando por la otra parte exista verdadero arrepentimiento pero el número de cesiones tiene que ser limitado. Esto hay que dejarlo claro y más cuando lo que nos demandan es renunciar a ver a nuestros amigos por celos o a dedicar tiempo a nuestras aficiones, en definitiva, a renunciar a los que somos porque cada vez que lo hacemos estamos perdiendo parte de nuestra identidad.
El límite de nuestra paciencia es nuestra integridad, a partir de ahí ya nada es negociable. Por lo que si notamos que hemos dado de más y que esto no ha sido valorado, reconocido o compensado es conveniente que reflexionemos sobre nuestra situación. Quizás sea el momento para hablar, decir lo que sentimos y necesitamos y tomar una decisión.
Poner punto y final también es crecer
La paciencia no solo es dar tiempo y esperar sino comprender que también merecemos cosas mejores. Una relación de pareja no debe encarcelarnos ni convertirnos en marionetas del otro y mucho menos, hacer que dejemos de ser quienes somos. Por mucho amor que sintamos a veces se hace necesario y casi obligatorio terminar una relación, sobre todo cuando el sufrimiento y la desilusión comienzan a afectarnos. En estos casos, poner punto y final y decir adiós es crecer porque hemos apostado por nosotros.