Una niña rica te cuenta por qué no te hace falta ganar hoy la lotería
Nunca me ha faltado nada y soy consciente de la suerte que tengo. Te anticipo que me puedes llamar 'niña rica' si quieres, porque he estudiado donde he querido y he viajado varias veces a la otra punta del planeta. Pero precisamente por eso he podido constatar que una capacidad económica superior a la media lo que se conoce como 'ser rico' no te hace ni más libre ni más feliz. A mi me ha dado oportunidades, pero también me ha enseñado qué quiero en la vida, y más dinero no es la respuesta. Evidentemente, este artículo no está dirigido a quién esté teniendo problemas para llegar a fin de mes por lo precario de nuestro "Estado del bienestar", sino para la clase media consumista de todo el planeta. Al que sueña con que le cambien la vida unos cuantos millones, me gustaría poder contarle algunas cosas. Ahí van.
Todo lo que te podría pasar aunque fueses Rockefeller
1. Siempre queremos más
No te flipes pensando en que el día que seas rico no querrás más dinero. Lo he visto con mis propios ojos: acumular propiedades es costoso y un coñazo. Todo lo que poseas te controla y te absorbe. He visto gente de pasta estresada por mantener un tren de vida que va cada vez más rápido y es más caro, cuanto más gastas más te cuesta prescindir de esos caprichos. Si tú dices "yo con diez millones sería feliz", aprovecha esa capacidad que te haría valorar esa fortuna para convertir tu situación actual en una gran fortuna.
Una vez tienes las necesidades básicas cubiertas, esto de la tranquilidad económica es casi utópico: todo el mundo piensa en sus finanzas, y los que no, se lo funden todo y acaban arruinados. El privilegio, para algunos, es una mochila en el hombro con un libro dentro y pocas responsabilidades, eso es todo para lo que yo quiero ahorrar. ¿Has visto ese bosque al que puedes llegar en bici? Pasear por ahí es gratis aunque acabará siendo un lujo si no dejamos de joder el planeta.
2. Ricos y pobres comparten la misma mierda existencialista
El ser humano no puede escapar de sí mismo. Nadie sabe por qué estamos vivos, y tengo la firme convicción de que el 80% de los problemas psicológicos, emocionales y personales en occidente tienen en su origen esta enorme cuestión filosófica: ¿para qué he nacido? A raíz de eso y de nuestros instintos reprimidos surgen nuestros conflictos internos, a los que siguen preguntas como ¿estoy viviendo correctamente? ¿quién soy realmente? Problemas como este desasosiego y la falta de autoestima pueden amargarte de cualquier forma… Con o sin dinero. La paz espiritual no se compra, por más pasta que quiera recaudar la iglesia.
Por si estos problemas intrínsecos no fueran suficientes, también tienes que saber que somos una fábrica de problemas, y los ricos tienen la capacidad aumentada de amargarse la vida por cosas que te pueden parecer ridículas. He estado en fiestas donde el caviar y el champán envolvían egos e inseguridades de gente perdida en sí misma, mucho más perdida que el estudiante de literatura que reúne monedas de diez para pagarse el café. Y luego he visto gente tomando Xibeca en su casa y con una tranquilidad personal del copón. O no, pero una cosa no lleva a la otra, te lo aseguro.
3. La incertidumbre de la muerte
El puto cáncer fulminante o ese camión por la calle cuando menos te lo esperas. Claro que la sanidad pública debe de estar bien garantizada, sé que con más dinero puedes tener mejor salud, pero también sé que todo el dinero del mundo no te salva de tu condición de carne y hueso: no decides cuándo ni como morirás. Ya puedes tener un búnker contra la tercera guerra mundial o médicos en Chicago, que si te tiene que dar un infarto a deshora, no te salva nadie. Aprecia la vida que tienes, porque vuela.
4. Desafección y enajenación aunque la sociedad te incluya y te favorezca
Poderlo solucionar todo a golpe de talonario no es una realidad que me conecte con la mayoría de seres humanos de este planeta, ¿para qué quiero yo vivir en una burbuja? Tengo el viento a mi favor y pese a ello no me gusta el orden social establecido, no sé si es mala o buena suerte que todo lo que de verdad me preocupa no tenga que ver con el dinero: me preocupa mi bienestar emocional, me molestan la estupidez y la violencia humanas que creo que están dentro de cada uno de nosotros, me preocupan mis dilemas vitales, mi autorealización… y todo esto no lo solucionan 20 millones de golpe.
En la universidad me enseñaron todo el pensamiento constructivo y coherente que se ha construido alrededor de la socialdemocracia y de los derechos humanos... Pero al salir al mundo real me encuentro con este show de injusticias estructurales. Nunca podré sentirme representada por la especie a la que pertenezco porque sé de las atrocidades que somos capaces, así que mi relación de amor-odio con la humanidad no la cambiará ningún yate.
Ojalá no fuese consciente de que mientras yo escribo esto se violan niños, se destrozan ecosistemas y se les venden mierdas innecesarias a consumidores empedernidos y eternamente insatisfechos. A ver quién me compra a mi por Navidad dejar de sentir vergüenza ajena por las políticas de Trump o la financiación sistemática del terrorismo. A lo máximo que aspiro es a vivir la vida de forma ética y digna, y eso ya cuesta lo suyo, porque parece que lo más barato que podemos comprar proviene de cadenas de producción que alimentan esta realidad de la que hablo y de la que seguirás formando parte aunque tengas más dinero.
Todo lo que no requiere o no mejora con millonadas
5. Aceptación social y vínculos afectivos sólidos
Mis amigos y mi familia son lo que le dan sentido a mi vida eso y el punto 6. Tengo la suerte de no haber sufrido nunca maltrato físico ni psicológico y se me acepta como soy a mi alrededor. Siento la libertad de expresar mi opinión con los que me rodean. Ser millonario de golpe no altera estas realidades. La vida para mí no es desempaquetar un iPhone nuevo cada mes, sino tomar algo en una plaza y que nos contemos tonterías, el disfrute del presente, de lo cotidiano.
6. Proyectos personales, interés por aprender, inquietudes
El otro motor de mi existencia, que a priori tampoco se compra, son mis proyectos personales. Todo lo que me ha ocurrido forma parte de mí. Pese a no necesitarlo he trabajado sin parar desde los dieciséis años, y doy gracias por ello porque me ha enseñado a vivir. He movido el culo y eso me ha hecho feliz. Si no hubieras tenido que ser camarero, no habrías conocido a esos compañeros inolvidables, si no hubieras tenido que aguantar a un jefe gilipollas no habrías aprendido a ser asertivo y a no explotar en situaciones de estrés. Soy consciente de lo que me rodea. Recuperemos el cliché de que no es más feliz quien más tiene, sino quien menos necesita. El placer son sustancias químicas que provienen de tu cuerpo. Si el subidón de una canción o ir a correr no te aportan serotoninas, seguro que encuentras otras cosas que lo hagan... sin tener que dejarte el sueldo.
7. Ese cúmulo de situaciones que te hacen vibrar
Me permito poner un ejemplo concreto: Si en la vida únicamente me hubiera quedado en las discotecas de niños ricos que necesitan el selfie con la botella para aparentar, no habría ido a aquel bar de barrio donde conocí a gente que ama la poesía y tiene inquietudes parecidas a las mías. Eso es para muchos el placer real: las situaciones inesperadas, las conversaciones que hacen que te brillen los ojos. Y esas se pueden encontrar en cualquier parte o en ninguna. Pero para eso tienes que abrir bien los ojos y la mente, no tanto la cartera. Te puedo hacer una lista de las veces en las que las opciones más caras han sido más aburridas: ¿habitación para uno con sábanas perfumadas y acabar mirando el móvil para contárselo a alguien, o ir a un hostal y conocer un montón de gente con ganas de respirar la vida? ¿Restaurante minimalista de punta en blanco o que me resbale el queso de los nachos mientras escuchamos la música que nos da la gana?
Viviendo por menos dinero de lo que me podía permitir he mejorado la calidad de mis experiencias. Esto no es un consejo: te explico lo que me ha hecho a mi ver la vida de otra forma. Entiendo que lo ideal sería poder elegir siempre cómo divertirte, pero yo te digo que no es garantía de éxito. Muchísimas veces, gastando más solo estás comprando un estatus, una satisfacción instantánea de poder, saber que puedes. La vida esta hecha de una risa inesperada, una anécdota por un malentendido, lo imperfecto. Puedes pagarte un Spa 5 estrellas, pero el relax y la sensación de plenitud en tu cabeza no se compran.
8. Un trabajo que te aporte como persona, eso sí es un premio.
No digo que sea imprescindible trabajar para auto-realizarse, eso es un dogma capitalista, pero ya que toca hacerlo, sí hay que recordar lo bello que es tener una ocupación y canalizar tu energía en una actividad. Si no tienes objetivos, sueños, ilusiones, que muchas veces se relacionan con la realización profesional montar ese proyecto, hacer ese máster, conocer gente de tu ámbito, etc. te pierdes media vida. Es cierto que sobre todo en algunos países hay vocaciones que cuesta que te den de comer, ojalá en España se invirtiera más en arte y cultura. Pero lo bonito no es renunciar al esfuerzo, sino sacarle jugo a la experiencia del trabajo. He visto muchos hijos de papá que aún sin tener que trabajar, pasan todo el tiempo bebiendo por no saber a dónde dirigir ese tiempo libre. Claro que más pasta equivale a más opciones, pero vuelvo a decirlo: la abundancia no garantiza tu satisfacción. No hay una forma concreta de auto-realización, pero mi forma de concebir la vida no es aposentar el culo sobre billetes de 500.
Los mismos anuncios sentimentalistas de la lotería te lo transmiten: la gracia no son esos millones, sino compartir la ilusión por lo potencial. Solo te molaría poder gastar tanto dinero porque ahora no lo tienes. No te hace falta comprar un boleto para cultivar emociones parecidas, igual que yo tengo clarísimo que no me hace falta el bolso más caro de la tienda. Aunque bien pensado, si no te sientes afortunado con la vida que tienes, jugar a la lotería me parece mejor que regalar tu existencia y tus capacidades a una multinacional que no te valore ni a ti, ni al resto de la sociedad, ni al planeta. Y oye, dicho esto, si has llegado hasta aquí, espero que hayas ganado algo este año, e invítame a la fiesta que yo pongo los ganchitos.