Gente que su vida es un drama cuando la temperatura baja de 15 grados

Factores como la herencia genética recibida, un bajo índice de grasa" o "la propensión a la piel grasa",
Natalye Carbayo

Las personas somos tan particulares que en muchas ocasiones miramos a nuestro alrededor y nos hacemos, con toda justificación, preguntas como esta: ¿aquella persona que pasea en chándal en mitad de la borrasca Filomena mientras yo me muero literalmente del frío pertenece a la misma especie animal que yo? Tenemos dudas, pero en el fondo sabemos que sí. El problema es que generalmente achacamos estas diferencias en la percepción de la temperatura a una cuestión de debilidad. Como si quienes sintieran más calor o frío que nosotros fueran unos quejicas que en realidad no lo están pasando tan mal.

Pero esto está lejísimos de ser cierto. En realidad, y según cuenta a El Confidencial la doctora y miembro del Grupo de Trabajo de Dermatología de la Sociedad Española de Médicos Generales y de Familia SEMG, Jenny Dávalos Marín, "todas las personas percibimos diferente el frío porque tenemos diferentes respuestas biológicas ante la misma temperatura que estamos expuestos". En otras palabras: no se trata de ningún vicio con la queja, sino que realmente cuando alguien necesita subir la calefacción dos grados, pese a que tú estás cuenta, lo necesita de verdad. ¿Pero por qué ocurre esto exactamente?

Pues por múltiples factores distintos que condicionan esas respuestas biológicas a la temperatura de la que hablaba Dávalos. Algunos de los más importantes son "la herencia genética recibida", "un bajo índice de grasa" o "la propensión a la piel grasa", ya que según apuntan desde este medio, las pieles grasas aportan más protección antes las temperaturas externas al producir una menor pérdida de calor interna. Pero estas cuestiones no son las únicas. En última instancia, y como ocurre con muchas otros mecanismos del cuerpo, son nuestros cerebros los que procesan respuestas reguladores de la temperatura.

Por esto, agrega esta especialista, "cuando tenemos ciertas condiciones médicas como una afección de tiroides, tratamientos médicos o una intoxicación por drogas o alcohol estos mecanismos se pueden ver afectados, pudiendo dar una falsa alarma térmica". Piensa por ejemplo en alguna borrachera que hayas tenido en invierno. Seguramente no lo recuerdes, pero es bastante probable que no experimentaras un frío brutal aunque verdaderamente hiciera una temperatura digna de ello. En casos de temperaturas extremas puede suponer una grave amenaza para nuestra salud. El alcohol engaña a nuestro cerebro.

Además, y por último, debemos tener en cuenta que, aunque pertenecientes a la misma especie, mujeres y hombres somos muy diferentes en cuanto a la percepción de la temperatura. Tal y como aseguran desde El Confidencial, "las mujeres están más preparadas para soportar temperaturas extremas" debido a la "mayor proporción de grasa subcutánea", que "les facilita la mayor conservación del cuerpo en su cuerpo". Pero, curiosamente, "las señales que llegan a su cerebro provenientes de la piel se traducen como frío y sienten la necesidad de abrigarse". ¿Conclusión? Empatía, que no son quejas sino pura verdad.

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