La fotógrafa que retrató el alma del hombre más solitario del Ártico

La fotógrafa rusa, Evgenia Arbugaeva, pasó dos semanas y media junto a un hombre de 63 años en la base ártica de Khodovarikha
evgenia arbugaeva

“Él es este lugar”. El día en que la fotógrafa rusa, Evgenia Arbugaeva, se bajó de un antiguo helicóptero militar soviético en la base ártica de Khodovarikha, en medio del remoto mar de Pechora, no sabía qué esperar. Allí estaba Slava, el hombre que llevaba 13 largos inviernos árticos enviando reportes meteorológicos a Moscú con su primitiva radio. El hombre que habitaba la estación meteorológico más aislada y rudimentaria de Rusia. El hombre que siempre había estado allí. La persona que encarnaba la esencia del Evgenia Arbugaeva, a sus 63 años de edad.

Por suerte para ella, la estación de Khodovarikha y Slava eran perfectos para su proyecto The Weather Man. “Era la peor estación de todo el Ártico. Nadie quería trabajar allí, por eso tenía tanta curiosidad. Cuando aterricé vi a Slava. Su estación estaba congelada en el tiempo. Tenía una fotografía de Yuri Gagarin recortada de un diario de 1961. Todavía tenía una máquina de Morse. Me sentí muy cómoda con él”, recuerda la fotógrafa que, en total, pasó dos semanas y media en aquel rincón inhóspito de Rusia y en pleno invierno.

“El invierno estaba en su apogeo y todo estaba muy oscuro. Buscaba un personaje que pudiera trasmitir esa sensación de la noche polar. Era algo con lo que yo misma había crecido y Slava era el representante perfecto”. Sin embargo, esa imagen mitificada de Evgenia contrastaba con lo que se había encontrado semanas antes a su regreso a su Tiksi natal. No había regresado desde que tenía ocho años y lo que vio se parecía más a una región deprimida por la caída de la Unión Soviética que al paraíso que guardaba en sus memorias.

La imagen solitaria de Slava y sus fotografías oscuras contrastaban con el retrato de una niña que jugaba con su perro lanzando piedras a un lago helado a las afueras de su ciudad natal. Era la imagen de su niñez que había buscado desde que llegó a Rusia. “Esta escena fue la única que llamó mi atención. Me di cuenta de que significaba algo para mí. La niña, el lago helado … La acompañé a su casa y vi que era exactamente igual al que teníamos. Fue como un flashback y Tanya, la niña, me recordó a mí misma”, concluye Evgenia con nostalgia. 

El viaje de la fotógrafa por reecontrarse con el Ártico de su niñez acabó con una dualidad que, a la vez, reflejaba lo que había sido su vida. Por un lado Tanya y sus recuerdos brillantes y felices de la niñez y, por otro, la decadencia de Tiksi y la extremada soledad de Slava. La luz y la oscuridad, la esperanza y la resignación, la soledad y la amistad. Aunque la fotógrafa se encuentra explorando nuevos horizontes en África y el Sudeste Asiático, el Ártico, con sus luces y sus sombras, siempre tendrá un hueco entre sus fotografías: “Mi familia está allí y mi corazón también”. 

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