Los tipos de seres paranormalmente extraños que puedes encontrar en Blablacar
Nadie dijo que no fuese peligroso. Si se piensa bien, uno se sube en un Blablacar con extraños, paga una cantidad de dinero para que lo acerquen de un punto a otro y cruza los dedos esperando que nada extraño ocurra. De hecho, lo que es el coche no suele provocar sustos pero, lo que sí que es una verdadera ruleta rusa, son los personajes que podrías encontrarte dentro: arquitectos, periodistas, enfermeras, estudiantes, ‘ninis’ o, peor aún, Álvaro de Marichalar.
Y, es que, el de Blabacar es un mundo en el que hay de todo. Estos son, a modo de resumen, los tipos de espécimen que te vas a encontrar más de una vez en tus próximos viajes low cost.
El resacoso
Al principio, solo parece un tipo un poco desaliñado. Después saluda, es majete, tiene un enorme interés en sentarse en la parte trasera del coche, cuenta un par de historias y te pregunta en qué trabajas y qué haces viajando en los primeros 20 minutos del Blablacar. También te advierte de que el día anterior salió de fiesta con sus colegas, que hacía tiempo que no los veía, y que cabe la posibilidad de que se quede dormido. En cuanto le dices que no hay problema, el tío se queda frito, y desde la media hora hasta que estás a punto de llegar a tu destino se pasa el viaje durmiendo. Un clásico con aroma a J&B.Lo mejor de todo es que tiene un radar acojonante y, cuando estás a 20 minutos del punto final, se despierta y se vuelve a enrollar como si nada: te dice que siente haberse quedado dormido, que qué tal ha ido, que no se ha enterado y se vuelve a interesar levemente por tu vida. Antes de irse te dice que le encantaría repetir el viaje, que lo ha pasado requetebien, pero en la vida le vuelves a ver el pelo.
El rancio/maleducado
Se sienta detrás siempre y le reconoceréis por poner cara de asco, de desprecio hacia vuestra existencia. Fiel a su línea de ranciedad, el automóvil puede ser una fiesta, con tres personas que no dejan de hablar, que cuentan su vida, que se ríen, pero él solo saluda, se pone los cascos y escucha su música y sus cosas durante todo el viaje. Un fuck you losers, en toda regla. Tú, con toda la buena fe del mundo, te llegas a preguntar si le has hecho algo, si le has contestado mal por Whatsapp, pero no, él es así.
Si haces una parada a la mitad del viaje tampoco se sienta con vosotros a tomarse un café, prefiere ir a su propia mesa o quedarse en la barra cual lobo solitario. Los demás, cuando no está delante, preguntan si le ha picado algo y comentan que parece un tipo raro, y lo cierto es que no les falta razón. Su última aportación es calificarte en Blablacar: nunca da las cinco estrellas, prefiere escribir que el viaje ha ido bien, que no ha habido problema alguno, pero como mucho te regala cuatro o tres estrellas. Recuerda a ese profesor que nunca ponía un diez porque la perfección es imposible.
El que tiene ganas de contar su vida
Es majo, pero es pesado. Muchas veces sueles coincidir con él en el peor día de tu semana. Justo cuando te has levantado con el pie izquierdo, cuando sabes que te toca un viaje de horas y horas a una ciudad a la que no quieres volver pero él no se calla la boca. Tiene que insistir una y otra vez en contarte lo que hace, lo que estudió, a quién conoció, dónde vivió y cualquier pequeña historia de su vida que considere una especie de gesta.
Tiene dificultades graves para entender que tus respuestas lacónicas significan que no tienes ganas de hablar. Su pico es de oro, y puede soltar por él horas y horas de egocentrismo congénito. A veces te acompaña al baño, y mientras meáis sigue, y sigue, y sigue. Llega un punto en el que puedes subir la música o la radio y asentir a cualquier cosa que él te diga: es la mejor manera de desconectar.
El tío con el que repites
Suele ser un chico o una chica un poco mayor que tú. Viaja casi cada fin de semana porque trabaja en una ciudad, pero su familia y su vida están en otra. Su característica principal, además de ser majo y saber escuchar, es que tiene mucha empatía. En viajes que varían de las tres a las seis horas esto no es una nimiedad: hay momentos para estar callados, para escuchar y para hablar. Este espécimen es el que mejor los entiende, y te hace sentir cómodo. ¡Al fin alguien así!
Su buen rollo, su capacidad de generar el cachondeo justo y su sencillez te dan ganas de decirle que te quedas con su número, que lo volverás a avisar para viajar con él y, de paso, le cuentas las malas experiencias que has tenido en otras ocasiones con el que tiene ganas de contar su vida, con el maleducado y con el lento, nuestra siguiente víctima.
El lento
Puede ser agradable o no, pero la característica que lo define es su lentitud. En autopistas con rectas infinitas con el límite a 120 km/h, en llanuras como las de Castilla y León con autovías que parecen interminables, él decide que su velocidad media será de 100 km/h, ni más ni menos. No se sabe si es por ahorrar, si le da miedo la carretera o si es, simple y llanamente, por joder. A veces acelera un poco y otras frena, y a uno le dan ganas de espetarle que la velocidad media es importante en un viaje de 400 o 600 kilómetros.
Su punto crítico llega a mitad del camino. Tiene que hacer una parada bien larga para tomarse su café, de media horita o así, para perder todavía más tiempo, y tiene una técnica infalible para luchar contra el sueño: comer pipas mientras conduce. Esta ciencia, además de ser una porquería por dejar las cáscaras en el suelo de su coche, también ralentiza más el viaje. Uno, otra vez, tiene ganas de gritarle que no le daría sueño si subiese la velocidad desde el principio y dejase de comer pipas.
Visto lo visto, si quieres seguir ahorrándote un dinero sigue cogiendo el Blablacar corta a ese tío que quiere contarte su vida si lo que te apetece es estar en silencio, dile que al lento que le pise hasta unos vertiginosos 120 km/h, pasa del tipo rancio cuando te ponga mala cara y quédate con el teléfono del majete para echaros unas birras. En el fondo, la mejor recomendación que podemos darte es que veas bien las calificaciones, que no es lo mismo tener cinco, tres o una estrella, y que cruces los dedos. Suerte.