Engordé 40 kilos porque a mi novio no le gustaba que fuera guapa
Cuando conocí a Dani, yo era una chica delgada. No es que sea algo por lo que deba sentirme especialmente orgullosa, aunque sí recuerdo que por aquel entonces mis contoneos solían llamar la atención allí donde mis tacones pisaban.
Quizás fue por eso que él se fijó en mí. Yo siempre sonreía, alternaba el color de mis labios cada día y me movía con ligereza por la vida. Quizás influyó también que era una chica segura de mí misma y nunca temblé ni lo más mínimo al presentarme ante el mundo como una mujer atractiva digna de merecer las miradas de cualquier hombre.
Cuando empezamos a salir, a Dani le encantaba que me arreglase, incluso era él quien me acompañaba a comprarme la ropa y me aconsejaba sobre qué prendas destacaban las curvas más bonitas de mi cuerpo. No es que yo fuera por la vida con aires de grandeza debido a mi físico, pero siempre fui muy consciente de que ser una chica deseable y guapa jugaba a mi favor. Y en muchas ocasiones me aproveché de ello conscientemente.
Al mes de estar juntos empezaron las paranoias. Ya no era tan gracioso que los hombres me miraran ni que fuera el centro de atención en las quedadas con sus amigos. Al volver a casa siempre había bronca por cualquier motivo. Una mirada, un insignificante gesto, una palabra mal dicha. Yo no le di importancia; de hecho, siempre acababa riéndome porque me hacía gracia ese comportamiento tan básico de creer que yo podría irme con cualquier otro hombre más guapo que él. Lo cierto es que Dani no era el chico más guapo del mundo, pero para mí era más guapo que cualquiera.
Puede que por eso sus idas y venidas respecto al tema de considerarme tan atractiva -no sé si quizás subestimó mi belleza- nunca me las tomé demasiado en serio y así fue como cedí poco a poco a sus deseos de evolucionar hacia una mujer que nada tenía que ver conmigo.
Imagino que todo empezó la noche en la que le conté que era adicta al chocolate y a la comida basura en general. Las verdades que se cuentan al principio de una relación son decisivas y determinantes para el futuro de esta, y ahora entiendo que él supo aprovecharse perfectamente de esa información. Yo he tenido siempre cierta tendencia a engordar y cuando me permitía los excesos luego tenía que contrarrestarlo con dieta estricta y horas de gimnasio. Recuerdo que él se rió cuando se lo comenté, pero seguimos disfrutando de la cena sin que esto último pareciera importante.
Pero así fue como empezaron las cenas en restaurantes fast food y las noches de hotel con desayuno incluido. La verdad, no podía negarme porque a mí esa vida me gustaba, y aunque los primeros meses hice mucho ejercicio, empezaron a ser tantos los planes gastronómicos en común que ya casi no tenía tiempo ni de ir al gimnasio. A los seis meses ya estábamos viviendo juntos y mi corazón se hacía más grande, pero mi cuerpo también.
Nuestras veladas se reducían a comidas copiosas, bombones que me llegaban a la oficina, noches de películas con manjares hipercalóricos y todo tipo de variedades en grasas saturadas. Mis caderas fueron ensanchándose y mi estómago dejó de ser plano para convertirse en una montaña de residuos que cada vez acumulaba más grasa y menos músculo. Los hombres, obviamente, dejaron de mirarme y me convertí en la novia perfecta que nunca más volvería a ser la causante de una escena de celos con su novio. Él estaba feliz. Y yo creo que también.
Ahora tengo 29 años, han pasado dos desde que estoy con él, he engordado 40 kg. y Dani me ha pedido matrimonio. Por supuesto, le he dicho que sí sin pensármelo porque él es el hombre de mi vida y estoy segura de que quiero pasar junto a él el resto de mis días.
Aunque sus celos me hayan convertido en lo que hoy soy.
Historia basada en Yan Tai y You Pan, una pareja china que se conoció hace dos años y que recientemente han consolidado su relación dando el paso hacia el matrimonio. Ella pesaba 44 kilos cuando se conocieron y ahora más de 80.
¿Hay límites para el amor? O mejor dicho, ¿acaso es esto lo que entendemos por amor?
Crédito de la imagen: Jessica Ledwich