Carta Abierta A Mi Hermana Pequeña

El otro día me miré al espejo y lo noté. Una arruga en el rictus que ya no se va ni aunque esté muy seria. Nos hacemos mayores.

Querida hermana:

El otro día me miré al espejo y lo noté. Una arruga en el rictus que ya no se va ni aunque esté muy seria. Nos hacemos mayores. Y la verdad es que no consigo acordarme de cuándo apareció la primera arruga para quedarse, pero creo que una de las primeras veces que surgió, probablemente estaba contigo.

Tal vez pasó cuando me asomé a tu cunita en el hospital y te miré alucinada sin saber qué demonios era aquella pelotilla a la que todo el mundo hacía caso. Aquel día a nadie le importó que bailoteara por la habitación o tratase de deletrear todo el abecedario para demostrar lo lista que era. Todos hablaban de ti. Estaba enfurruñada dentro de mi incomprensión, pero entonces alguien me aupó para que te viese. Ahí, metida entre las sábanas, con los ojillos tan cerrados que parecía que nunca los abrirías. Una respiración continua, el traqueteo de un corazoncito que un día se haría inmenso. Y entonces afloró en mis labios una sonrisa genuina que jamás se fue.

Cuando te mandoneaba para que me siguieras en mis juegos, en mis fantasías imaginadas de las que tú siempre participaste, peinando muñecas o saltando como indias por el parque, tú siempre me seguías. Me calcé el peso de una responsabilidad no establecida, como una mochila ligera, y decidí que siempre te protegería. Aunque protegerte a veces significaba robarte patatas fritas cuando nuestra madre no miraba, y contarte historias de miedo para ver la cara que ponías.

Pero también fue hablar de tu primer beso, y compararlo con el mío. Fue cambiarnos la ropa, y cabrearnos cuando ambas queríamos hablar a la vez por teléfono. "¡Cuelga, tengo que llamar!", nos gritamos un millón de veces hasta que los móviles aterrizaron en nuestras vidas. Lloramos amargamente la una en brazos de la otra con algún desengaño amoroso, y salimos de fiesta juntas para olvidarlo. También te preparé un zumo a la mañana siguiente para que pasases tu primera resaca, y agradecí haberte enseñado esa receta, cuando en el futuro te tocó preparármelo a mí.

Te despedí cuando llegaron viajes, oportunidades de trabajo y parejas. Te reencontré a la vuelta, siempre como si no hubiese pasado un segundo entre nosotras, y cotorreamos hasta quedarnos afónicas, hasta que el sueño nos invadió y nos obligó a callarnos.

El tiempo ha pasado por nosotras, la vida nos ha llevado por distintos caminos. Pero siempre que te miro sigo viendo a aquel bebecito que dormía en paz en aquella lejana cuna, y la sonrisa vuelve a salir en mis labios.

Eres la responsable de mis arrugas, y por ello te querré siempre.

Con amor,

Tu hermana.

 

Crédito imagen: Patricio Mercado vía Flickr