Qué hacer cuando tu ambición por mejorar se vuelve tóxica

La clave para una ambición sana es encontrar el equilibrio entre la aceptación de quién eres y las ganas de explorar tus límites

Dime que tú también la sientes. Que no estoy solo. Esa presión interna y permanente por mejorar de la que no descansas ni un segundo. Tus músculos, tus habilidades profesionales, tu inglés, tu paz interior, tu cultura literaria... Siempre enganchado a una meta lejana que te impide estar tranquilo/a y tomarte un respiro. Y la alcanzas, pero hay otra zanahoria más adelante. Y no quieres seguir corriendo. Quieres pararte y inglés un poco. Pero algo te empuja hacia ella. Es como una adicción. La adicción por mejorar que te consume.

Si a ti también te pasa, probablemente haya una voz en tu cabeza gritándote que la ambición es buena. Que el conformismo mata. Y algo de razón tiene. Según la coach emocional Cecília Ruiz, la ambición "te aporta evolución y amplia tu zona de confort, al tiempo que trae implícito el sano mensaje de que no te crees el mejor". La ambición, por tanto, resulta tremendamente útil. Nos proporciona estímulos para no caer en el aburrimiento existencial y de paso nos proporciona una pizca de humildad que a todos nos viene bien en estos tiempos tan ególatras.

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Pero hay barreras que separan la ambición saludable de la tóxica. Y Ruiz tiene muy claras cuáles son. "Cuando mejorar pasa por quedar por encima del resto, perdiendo tu autorreferencia. Cuando la motivación viene dada porque no te gustas o te sientes incompleto y crees que mejorar te dará la felicidad que necesitas. Cuando ambicionar pasa por negar el disfrute del momento presente. Cuando no eres capaz de ver tu evolución cuando los resultados de tu ambición difieren de tus expectativas. Y cuando te lleva a olvidar lo que ya tienes y a ponerlo en peligro", explica.

Y es que muchos mileniales se encuentran dentro de ese perfil que, como señala la coach, son más propensos a caer en las zarpas de la obsesión por mejorar. "Son aquellas personas que no se aceptan a sí mismas. Las que tienen un nivel de exigencia muy elevado. Esto podemos verlo ya desde niños, con la necesidad de agradar, de superar a sus compañeros y hermanos. Porque aprendieron que mejorar tenía una recompensa, a veces material y otras veces emocional", dice la experta. Y en esas nos hemos quedado atascados.

Cecília cree que la clave para alejarnos de esta dinámica malsana y no caer en el extremo opuesto, la dinámica conformista y acomododa, es entender la diferencia entre aceptación y resignación: "La aceptación es decir sí a este momento y reconocer que aunque no es cómo esperábamos, nos da la oportunidad de aprender y de vivir algo. Es muy diferente a bajar los brazos y estancarse. Todo lo que se estanca acaba pudriéndose. Es fácil diferenciarlas porque en la resignación hay emociones de tristeza, rabia o agotamiento".

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Es un difícil equilibrio. ¿Cómo motivarte para crecer sin convertirlo en una prioridad? Al fin y al cabo, para alcanzar esas metas necesitas invertir mucha atención. Es fácil obsesionarse con ser más guapo, más inteligente, más healthy o más feliz. El truco está,señala Ruiz, en entender la vida como un juego: "Has venido a jugar. Y puedes probar, cambiar o eliminar las reglas de tu propio juego". Ponerse objetivos, como quien quiere ganar al Fortnite, pero sabiendo que cuando lo consigas o cuando fracases seguirás siendo el mismo por dentro. No más valioso. No más feliz.

De todas formas, incluso aunque hayas logrado ese preciado equilibrio entre ambición lúdica y autoaceptación, también te viene bien de vez en cuando hacer un alto en el camino y sentarte bajo un árbol a verlas venir. Lo explica mejor la experta: "Pisar el freno nos aporta vernos de verdad. Cuando paras estás en conexión y comunicación contigo mismo. Eso a veces es desagradable, porque implica descubrir aspectos con los que no te sientes cómodo. Pero también descubres que todo lo que necesitas está en ti. Solo te hace falta ser consciente de ello".

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Cambiar nuestra necesidad de ser mejores, si es que eso significa algo realmente, es un reto que todos nosotros deberíamos enfrentar. Es esa ambición, paradójicamente, la que debería concentrar nuestros esfuerzos. Estar más en paz con nuestra cara nariguda. O con nuestras mollas abdominales. O con nuestro inglés cazurro. O con todas las películas de culto que no hemos visto. Mirar todo eso con una sonrisa y tratar de cambiarlo por puro placer, no movidos por el ego dolido. Y no es fácil. La sociedad nos ha programado para esto.

Pero quizás el último consejo de la experta emocional pueda ubicarte en este universo confuso: "Hazte una sencilla pregunta: ¿para qué quiero mejorar?". Bucea en tu interior. Profundiza sin miedo. Si estás tratando de llenar algún tipo de vacío, déjalo, recógete en ti mismo y abraza quien eres. Cuando hayas llenado ese vacío contigo mismo estarás listo para salir ahí fuera y jugar al juego de la vida.